Jordi Sánchez solo es un submarino de Artur Mas

Tanto la CUP como Esquerra, aunque los republicanos se guardan de momento de expresar sus recelos con tanto descaro, desconfían de Sánchez, tal como en el fondo siempre desconfiaron de Puigdemont. David Madí, es decir, Artur Mas , tras tantos años de exigirle «democracia» al presidente Rajoy -¡y a España!-, tras tanto victimismo con el «derecho a decidir» y «la voluntad de un pueblo», entraron con todo en la ANC, y pese a que las elecciones para suceder a Carme Forcadell , que dejó la entidad para dedicarse a la política profesional, las ganó una extravagante activista llamada Liz Castro, y Jordi Sánchez quedó el cuarto de cuatro candidatos, se inventaron una reunión de notables de la Asamblea para que Sánchez la acabara presidiendo. Madí y Mas le querían en el cargo para que desde su plataforma forzara a ERC a aceptar la candidatura unitaria para las elecciones de 2015, la que acabó llamándose Junts pel Sí.

Por Twitter y en privado, la CUP amenaza a Junts per Cataluña con retirarles cualquier apoyo si insisten en este presidenciable, con mensajes que recuerdan a las pintadas que el sindicato LAB en los altos hornos bilbaínos en los años 80: «Cuidado con cerrar/ ETA militar» . Ayer, la líder antisistema Mireia Boya soltaba este tweet: «Según lo que anuncie Puigdemont, quizá no estará respetando los tiempos de debate y decisión de la CUP. Y somos necesarios».

Otro referente e ideólogo de la CUP, Roger Palà , ha publicado esta semana un artículo en «El Periódico» sugiriendo que: «si el independentismo quiere investir a un preso político, tendría más lógica, en la línea de restituir el gobierno, que el candidato fuera el líder de ERC».

La CUP considera que los «inventos» convergentes no van a ninguna parte y que si el referendo del 1 de octubre resultó un éxito fue porque lo organizó la gente por encima de un presidente y de su partido político que varias veces estuvieron a punto de rendirse, tal como Mas vació de contenido político la consulta del 9 de noviembre de 2014. Del mismo modo, entienden que si la declaración de independencia del 27 de octubre supuso la más clamorosa derrota del catalanismo político en las últimas décadas, fue por culpa de la eterna cobardía convergente, de las artimañas de Mas primero para que Puigdemont convocara elecciones autonómicas y luego para que convirtiera aquella declaración de independencia en un texto incomprensible y todo el Govern se marchara a continuación de fin de semana como si nada hubiera sido.

Esquerra piensa de los convergentes lo mismo que la CUP, y aunque no quiere de momento tomar la iniciativa, simpatiza claramente con la idea de que es más «legítimo» y continuista que Junqueras sea el presidenciable, si Puigdemont no está dispuesto a cumplir su promesa de regresar de Bruselas para ser investido, y desconfía de Jordi Sánchez por los mismo motivos que los antisistema, con el resentimiento añadido provocado por el hecho que desde que Sánchez llegó a la presidencia de la ANC, la entidad se ha dedicado, por todos los medios que ha podido -sobre todo a través de las redes sociales- a hacer propaganda de Convergència y de sus postulados y distintos candidatos.

Los republicanos ven a Sánchez como a un submarino de David Madí y de Artur Mas, a Jordi Turull como al masovero de la finca de los Pujol, y a Elsa Artadi como a una oportunista metida a independentista para trepar, hasta que considere que le sale más rentable cualquier otra estrategia, se dedique a ella, y como siempre ha hecho Convergència -no sólo con ERC, sino con la misma idea de la independencia- les acabe traicionando porque alguien le ofrece un mejor precio.

La CUP ha tenido siempre la idea de que la independencia de Cataluña nunca será posible con Convergència ni con sus restos, vengan con el disfraz que a cada momento vengan. Por eso decidieron tirar a Mas «a la papelera de la Historia» y ahora tratarán de que no les vuelvan a «engañar» con candidatos que van de héroes, como Sánchez, Turull o Artadi pero que luego obedecen como siempre al «establishment», cuando les llega una oferta que no pueden rechazar, negocian lo suyo personal y se olvidan de las promesas y de la gesta de Ítaca.