Ana Isabel Díaz: «Mi vida es la que quiso ETA, no la que soñé»
A su hermano lo tirotearon en un taller de instalación de radios de coches en la calle Caballero de Barcelona el 13 de diciembre de 1991
Cruz MorcilloPablo MuñozVídeo: D. del Río/D. CondeAna Isabel estaba friendo patatas. Acababa de llegar del instituto y le tocaba hacer la comida. Su hermano entró en la cocina, demudado: «¡Han matado a Javi!, lo están contando en el telediario». La vida se puede detener con una sartén al fuego a cientos de kilómetros del ser amado. «Mi vida fue la que quiso ETA no la que yo había soñado». La familia (seis hermanos) vivía en Asturias. Francisco Javier Delgado González-Navarro, inspector del Cuerpo Nacional de Policía, el mayor, llevaba casi cuatro años destinado en Barcelona. A él y a su compañero José Ángel Garrido Martínez, que estaba en prácticas y se había casado 17 días antes, los tirotearon en un taller de instalación de radios de coches en la calle Caballero de Barcelona.
«Ese día vi llorar a mi padre por primera vez». Era 13 de diciembre de 1991 y aunque entonces ellos no lo sabían los etarras José Luis Urrusolo Sistiaga y Juan Jesús Narváez Goñi habían decidido salir a matar policías. La madre de Ana estaba de viaje; llegó cuatro horas después. «Siéntate mamá, que te tengo que decir una cosa. Mataron a Javi». La familia viajó toda la noche en dos coches hasta Barcelona. Se celebró un funeral multitudinario con miembros de cuatro Cuerpos policiales arropando los dos féretros. Javier y José Ángel fueron enterrados juntos en Valencia. Compartieron un radiopatrulla y comparten la tumba.
«Cuando llegas a casa y pasa todo eso te das cuenta de que estás solo, de que mucha gente ya no te mira igual (...) La mitad de mi madre se murió ahí y entonces tienes que ponerte los galones y tirar para delante». Ella, sin haber cumplido aún 18 años, se los puso pero con unas heridas sin sutura posible. Ana Isabel Díaz es responsable de Relaciones Internacionales de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), una voz firme que no está dispuesta a blanquear ni a callar. «Hemos estado apartados como un florero que se ha ido pasando de legislatura en legislatura. El relato tiene que ser contado por las víctimas y no por los verdugos». Sus verdugos tienen nombre y apellidos, los grabó la cámara de un banco, los juzgaron, les vieron las caras. Ningún arrepentimiento. El rostro del desafío.
«Al juicio de Urrusolo Sistiaga no fuimos pero sí al de Narváez Goñi al que extraditaron de México en 2014 (...) Quieren vendernos que se arrepienten cuando están ahí desafiantes sin declarar nada para resolver ningún atentado». Ana se detiene en los conceptos pero no le cuadran las cuentas. Uno de los asesinos de su hermano, condenado por 16 asesinatos a más de 300 años, cumplió 18 (Urrusolo). «A mí nadie me ha pedido perdón. Piden perdon al aire. A mi madre nadie le ha pedido perdón. El perdón no debería ser un atenuante ni el arrepentimiento (...) Siempre tienes esa sensación de injusticia que te acompaña todos los días».
Asegura que el blanqueo de atentados y cadáveres ha sido paulatino, ha ido calando hasta llegar a esto. Y esto dice «el brazo político de ETA financiado por el Estado español». «Un quid pro quo», como lo define. «Todos los gobiernos han pactado pero con unas líneas claras que no se deben pasar. Hasta ahora no habían gobernado con herederos de ETA». Para Ana, que perdió a su hermano y vive una vida que no eligió, es «indignante» que los Presupuestos cuenten con el aval de Bildu, que el ministro Grande-Marlaska haya olvidado su promesa de no acercar a presos con delitos de sangre, que más de cien, incluido Narváez Goñi -que disparó a Javi a bocajarro- haya sido trasladado de Estremera a Logroño hace dos semanas. «Se acogen a derecho, sí; es inmoral, también». Ella que elige ser activista, proactiva antes que víctima, sentencia: «Nos están vendiendo que ya no matan, pero porque no tienen necesidad. ETA está consiguiendo a través de la política lo que no ha conseguido matando». «Y nosotros», dice, «nosotros molestamos».