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Entrevista

«El independentismo ha perdido 194-0 entre los actores internacionales»

David Álvaro, autor de «Cataluña, la construcción de un relato», explica cómo los independentistas construyeron un discurso que ha convencido a casi la mitad de los catalanes

David Álvaro en su despacho de Génova 13 Óscar del Pozo

Adrián Marina

El 27 de octubre de 2017, el día en que se proclamó la república de los ocho segundos, David Álvaro (Madrid, 1986) estaba en el Parlamento de Cataluña. Este joven, un politólogo licenciado en el campus de Somosaguas de la Universidad Complutense, decidió entonces que tenía que escribir sobre cómo los independentistas construyeron un discurso que ha convencido a casi la mitad de los catalanes. Nacía así «Cataluña, la construcción de un relato» (Deusto), que ya está en las librerías.

Es un tema en el que se siente como pez en el agua. Tras formarse, entre otras muchas cosas, como experto en Comunicación Política, ha participado en las tres últimas campañas electorales de Mariano Rajoy , además de en las municipales, autonómicas y europeas. También se ha hecho un hueco como escritor de discursos para importantes líderes políticos.

- Afirmas que no reconocer el éxito estratégico del independentismo es negar una realidad. ¿Significa eso que están ganando la partida?

- Están ganando la partida estratégica, por lo menos la de imagen. La gente está altamente politizada y no es capaz de ver de forma objetiva la secuencia de los acontecimientos. No estoy a favor del movimiento independentista, pero asumo que han llevado a cabo una estrategia pausada, estudiada y de éxito. Si no, casi la mitad de los catalanes no estarían a favor de un movimiento independentista que, a priori, no va a mejorar su vida. Han comprado un argumento basado en emociones, un mañana mejor... ¿Cuál? No te lo cuentan, pero te inoculan ese sentimiento dejando de lado los hechos.

- En tu libro hablas de la «reinterpretación de la historia» llevada a cabo por Pujol. ¿Juega un papel fundamental en esa estrategia?

- Pujol tiene una cosa muy curiosa: jugaba un doble papel en función de quién fuera el que estuviese escuchando. En ámbitos independentistas hablaba de la nación catalana, nuestra historia, y cuando venía a Madrid y le preguntaban si Cataluña es España le daban unos ataques de tos prolongada y nunca contestaba.

Lo que ha hecho Pujol es falsear la historia. En los ochenta celebró en el Vaticano el milenio de la nación catalana, pero el concepto histórico de Cataluña ni siquiera había nacido hasta años después. A día de hoy hay auténticas aberraciones como decir que Colón o Teresa de Jesús eran catalanes. Han llegado a decir que Cervantes era catalán. También han hablado de la Corona de Cataluña cuando en realidad era la de Aragón. Lo que para nosotros es una ensoñación al borde de la locura, no te suena raro en esa estrategia de división de la sociedad en la que influyen muchos actores. Crean un elemento diferenciador con respecto a los españoles.

- Otra cosa que mencionas es que solo existen dos tipos de conflictos: los internos y los internacionales. ¿Dónde ubicarías actualmente a la crisis catalana?

- Ese es uno de los grandes fracasos. Durante muchos años han intentado crear un altavoz mediático para que fuera de España compraran el independentismo destinando mucho dinero a lo que ellos llamaban «Diplocat». Estaban seguros de que en el momento en que un único actor internacional asumiese el discurso de que Cataluña era una nación de pleno derecho se produciría un efecto dominó, pero nunca pasó. En términos futbolísticos es un 194-0. De 194 Estados reconocidos por la ONU, ninguno ha comprado ese discurso.

- Las imágenes de las cargas del 1 de octubre dieron la vuelta al mundo. ¿No se hizo un favor a los independentistas desde Madrid en ese sentido?

- El tiempo ha ido desmontando ese sentimiento de opresión que transmitía el 1 de octubre. Ese día, los independentistas consiguieron las imágenes de los líderes políticos votando y las de las cargas policiales. Ese fue su mayor logro: poder construir el relato de una Cataluña oprimida por el Estado. Sin embargo, el relato se diluyó cuando se descubrió que se había inflado el número de heridos, o que la chica que contaba que le habían roto los dedos de una mano mentía. Pero las imágenes fueron muy poderosas, todos los medios internacionales abrieron ese día con las cargas. La batalla icónica la ganaron ellos.

- También hablas de una «estrategia de señalamiento» en la que Cataluña es solo de unos cuantos.

- Así es. Una de las claves del populismo es la división: o estás conmigo o estás contra mí. Blanco o negro. Es la simplificación absoluta. Uno de los éxitos del independentismo es que durante muchos años solo alzara la voz aquel que estuviera a su favor. Si no comprabas el discurso independentista, sin importar si fueras de izquierdas o de derechas, eras silenciado. Pero el nivel de polarización ha llegado a tal grado que los que se encuentran al otro lado han alzado la voz. Lo vimos en la manifestación del 8 de octubre de 2017, cuando centenares de personas salieron a las calles con banderas españolas y diciendo «yo soy catalán, pero también español». Pero, desgraciadamente, la gente en Cataluña está fragmentada entre los que están a favor o en contra.

- Y en tu opinión, ¿ha sido una esencial el sistema de inmersión lingüística de la educación catalana para llegar a ese nivel de polarización?

- Ha sido muy importante porque es un sistema muy pensado, no es algo que hayan ido probando. Ya en los documentos programáticos de CiU, en los ochenta, se presenta como una estrategia para inculcar el sentimiento de catalanidad desde las etapas más tempranas. Se entienden la educación y los medios de comunicación como medios de producción ideológica.

- Del pueblo español dices que se caracteriza por la endofobia y que además ésta da más rédito político.

- Es muy curioso. Somos una gran nación a nivel histórico. De casi 200 países, formamos parte de un selecto grupo de 20 que son democracias plenas. No valoramos lo que tenemos en materia de educación, sanidad... Sin embargo, siempre tenemos el complejo de que somos inferiores y si hablas bien de tu país eres un facha o un carca. Tenemos una endofobia propia que nos hace sentirnos más pequeñitos que nuestros socios europeos.

- Aseguras que afirmar que España margina a Cataluña, el famoso «España nos roba», es falso. ¿Por qué, sin embargo, ha tenido éxito la idea contraria?

- No se entenderían los mensajes sin los actores políticos y no se entenderían los actores políticos sin sus mensajes. La clave de los mensajes es la simplificación: directos, sencillos, que la mayoría de las veces no son reales pero son altamente comprensibles por el ciudadano medio. Están los mensajes de tipo económico, también los que ayudan a crear esa idea de rivalidad entre Madrid y Cataluña que se lleva incluso al deporte, al fútbol. El último es «no nos dejan votar». En una de las pocas democracias plenas del mundo ese argumento es ilógico, pero ha calado. Hay dos millones de personas que creen que viven oprimidas. Es preocupante.

- Entre esos actores políticos destacan la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural. ¿Hasta dónde llega su nivel de influencia en la Generalitat?

- Es total. Òmnium y ANC son las dos instituciones más conocidas, pero no son ni las primeras ni las únicas. Hay infinidad de entidades que nacen como colectivos de la sociedad civil que no son independientes. Al final te das cuenta de que son las mismas personas las que pasan de una a otra, y de ahí al Gobierno de la Generalitat. Son fundamentales: han organizado las últimas Diadas, son los que han lanzado los mensajes más duros, son los que siguen impulsando la lucha en la calle... La ANC ha llegado a promover que se señalen los comercios que no apoyan la independencia.

- También han surgido los CDR. ¿Están bajo el mandato de la Generalitat o han perdido su control?

- Los CDR siguen el dictado del gobierno independentista y son la punta de lanza de lo que le gustaría hacer al independentismo que representan Torra, Puigdemont, Mas y los líderes del movimiento en los últimos años. Sin embargo, juegan en un límite muy peligroso porque en el momento en el que haya algo que sobrepase la línea, como una agresión, su argumento se va a ver muy deslegitimado.

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