Con cara de sordo
Casado abandona el plató
«Entonces llegó, giró la esquina del pasillo como los toros de la Estafeta. Era un cadáver político. Caminaba escoltado por Cuca Gamarra y Ana Pastor, y detrás iba Pablo Montesinos, preocupado de que su espalda no recibiera un último puñal»
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Iniciar sesiónEl ambiente era de expectativa, de mañana grande en el Congreso. El pasillo estaba lleno de fotógrafos y periodistas, y de la moqueta se levantaba un rumor callejero.
Entonces llegó, giró la esquina del pasillo como los toros de la Estafeta. Era un cadáver político. ... Pablo Casado caminaba escoltado por Cuca Gamarra y Ana Pastor, y detrás iba Pablo Montesinos, preocupado de que su espalda no recibiera un último puñal. El paso de Casado era decidido, su cabeza alta y tras la mascarilla se adivinaba una sonrisa tensa. Iba a dar la cara, a que todos los ojos le mirasen, pero como se mira a un perdedor.
Al llegar al hemiciclo tuvo que sentir la protección del escaño, su función de parapeto, y hubo un conato de aplauso estrangulado. Alguien entre los suyos quiso aplaudir, pero no fue seguido.
La primera pregunta era la suya. Se levantó, y esta vez sí tenía unos papeles, leyó su intervención, de qué le habían servido tantos alardes de oratoria… Estimulado por la fecha, 23-F, repitió los grandes mitos de ‘nuestra democracia’ y quiso recordarle a Sánchez su «responsabilidad común, la centralidad»; cantó a la concordia, al abrazo, cuando «España se reencontró con la libertad y la prosperidad». Hizo, y lo hizo bien, su papel de convencido del 78, de atlante, junto al PSOE, de un estado de cosas.
La serenidad suavizaba su tendencia a la solemnidad. Ese tono le sentaba bien, y su intervención tomó un camino más personal. «Así entiendo la política, según los más nobles principios y valores de respeto al adversario y entrega al compañero». Sonaba a declaración, a despedida, y añadió un epílogo: «Todo por España y la Libertad». Ni en un momento así puede evitar Casado las grandes palabras. Estaba escribiendo en las actas de la Historia su propio epitafio.
Al acabar, los diputados del PP comenzaron ese aplauso mecánico suyo, homogéneo, operístico, que es siempre de una cualidad sonora similar. Aplaudían, pero no era suficiente con aplaudir y se pusieron de pie. Los diputados, hechos un todo, hechos bancada, hechos grupo, eran un organismo vivo que iba tomando forma y aplaudía a Casado, ya muy mínimo. Plas, plas, plas. Casado saludó, se quitó la mascarilla y respondió con un esfuerzo de sonrisa. Plas, plas, plas. Las manos que ayer apuñalaban hoy aplaudían, claque ingrata, coro sublevado, y el cuerpo del líder, rodeado por el grupo amenazante, recibía unos aplausos de extremaunción.
Ya era cadáver, historia, y esos aplausos sonaban como los de las grandes tardes porque siempre sonaron igual, porque su condición es que suenen siempre igual. Nunca fueron reales.
Cuando se apagaron, Pedro Sánchez respondió a Casado con su mismo tono. Le deseó lo mejor, y anunció que no adelantaría elecciones, que no iba a aprovecharse de las debilidades de la oposición. «No entendemos así el patriotismo democrático». Es una diferencia entre los dos que ha marcado su relación. Casado hace sus proclamas con solemne prosopopeya decimonónica, y hasta parece que se lo cree, mientras que Sánchez ha superado esa fase y cuando habla es difícil no pensar que se ríe por dentro. Su tono es más acertado porque incorpora la rechifla, como si nada pudiera tomarse totalmente en serio.
Quizás Casado lo supo entonces, entendió en ese momento la naturaleza de su error. Cuando Meritxell Batet le dio la palabra, se levantó, salvó con agilidad los pocos escalones, y rápidamente tomó la puerta del Congreso. Sorprendido, como si quisiera evitar una locura, el fiel Pablo Montesinos salió tras él, y después Ana Beltrán y después Terol, como unos puntos suspensivos o la estela que iba dejando Casado en su huida. Los aplausos siguieron sonando unos segundos más.
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