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Salvador Sostres

Historia de un container

Salvador Sostres

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Entre la ficción de que los antisistema son antes independentistas que vándalos; las leyes que aprueba el parlamento de Cataluña invadiendo competencias expresamente para que el Constitucional las suspenda; y los contenedores ardiendo en el barrio de Gracia hay un hilo que los une y un abismo que los separa.

El hilo es la provocación al Estado, la retórica del cerdito flautista que hace ver que no teme al lobo feroz, y el desafío provinciano que no es provinciano por ser de la provincia sino por jugar a enseñar la patita sin estar dispuesto a pagar el precio.

El abismo es que la CUP se siente a gusto incendiando el container, y que en cambio Convergència sólo quiere empujarlo un poquito, y escondiendo siempre la mano. El abismo es que la CUP quiere destruir a los convergentes con la excusa de la independencia y que a CDC sólo le interesa la independencia como pretexto para seguir en el poder.

Cuando la CUP exige a Junts pel Sí medidas rupturistas, no busca romper con España, sino con Junts pel Sí. Y cuando Convergència y Esquerra hacen ver que ceden un poco, no lo hacen para acercarse a la CUP sino para mantenerse en el poder.

Lo que subyace es que la independencia ha dejado de ser un negocio rentable en Cataluña: y mientras la CUP vuelve a su retórica del container incendiado, haciendo ver que se interesa en el acuerdo pero con la única voluntad de hacer saltar por los aires los presupuestos; Convergència busca su sentido en la socialdemocracia para retener a los votantes que le huyen a Esquerra, mientras que Junqueras, que es el más listo de todos, quiere hacerse con el centro mayoritario desde el que antes reinaba CiU.

Esquerra va a ganar las próximas elecciones autonómicas pero si quiere gobernar va a tener que pactar con la extrema izquierda, y CDC lo aprovechará para refundarse como alternativa al caos, como ya hiciera contra el tripartito. Y la CUP le ayudará incendiando los barrios.

De fondo, la independencia quedará en mero atrezo, como aquella devastada Nicole Kidman de Dogville, atada a la rueda de un carro. Nadie dirá que está acabada, pero la irán apartando poco a poco del poblado para que sus horribles gritos no asusten a la manada.

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