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Análisis

Ganar en el lodo

Pero ahora, y sin siquiera ser determinante para la investidura de Pedro Sánchez, Puigdemont volverá a capitalizar su doble imagen de héroe del secesionismo y víctima de un Estado represor

El expresident de la Generalitat y huido de la Justicia española, Carles Puigdemont, ayer en Bruselas Reuters
Manuel Marín

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A la espera de ser eurodiputado de pleno derecho con su acreditación definitiva ya formalizada, Carles Puigdemont ya lo es provisionalmente desde ayer . Sin embargo, su «euforia inmunitaria» solo puede producirle un triunfo emocional para el reconocimiento de un derecho que, en cualquier caso, no le permitirá pisar de nuevo España. Como mínimo, es muy dudoso que se atreva a cruzar la frontera porque, inmune o no, la orden de detención sigue tan vigente como sus aparentes delitos.

La inmunidad parlamentaria de Puigdemont, que no es sino la simbología de un éxito parcial de Oriol Junqueras que le ha alcanzado a él de rebote , no modificará sustancialmente ni el proceso penal que sigue pesando sobre él como una condena asegurada, ni la imposibilidad jurídica de que sea elegido de nuevo presidente de la Generalitat. A lo sumo la UE ha permitido dignificar su huida, algo demoledor porque Europa envía su enésima señal tóxica para rearmar a los euroescépticos , pero en ningún caso ha desmontado su condición de presunto autor de un delito de sedición.

El trámite a partir de ahora es complejo, y no dejará de ser un quebradero de cabeza para el «hard core» de la justicia española, a la que la UE se ha propuesto fustigar poniendo en tela de juicio incluso su independencia. Quizás el Tribunal Supremo debió ahorrarse la consulta a la justicia europea, y la opinión pública se habría ahorrado ahora la interpretación deliberadamente sesgada , y manipulada con inexplicables mentiras, que ha hecho el independentismo del fallo del Tribunal de UE.

Pero ahora, y sin siquiera ser determinante para la investidura de Pedro Sánchez, Puigdemont volverá a capitalizar su doble imagen de héroe del secesionismo y víctima de un Estado represor . Y todo, con el Supremo discutido y en mitad de una negociación política que condiciona la investidura de Pedro Sánchez; con la Abogacía del Estado forzada a actuar en función de intereses más políticos que jurídicos; con el Tribunal Constitucional inmerso en sus primeros conatos de fractura interna; y con la Fiscalía como herramienta en ciernes de Sánchez para facilitar un acuerdo de gobernabilidad con ERC.

En enero, cuando Puigdemont adquiera la condición plena de eurodiputado, el Supremo deberá tramitar un suplicatorio para que el Parlamento de Estrasburgo autorice su enjuiciamiento. De momento, inmune o no, sigue procesado en rebeldía en España , y aunque la decisión definitiva de autorizar su entrega a nuestro país a través de una euroorden seguirá dependiendo de una resolución judicial de las autoridades belgas, oponerse a entregarlo si Estrasburgo concediese el suplicatorio se convertiría en ese momento en algo mucho más difícil.

El triunfo de Puigdemont no es tan cristalino como lo vende, aunque es cierto que dejará de estar maniatado, contará con sueldo y financiación y, sobre todo, con una legitimidad que no debería tener. Ese es el auténtico dilema de Junqueras y de Joaquim Torra. Uno, por seguir en prisión, y otro por estar en el trance de ser inhabilitado. Sánchez depende de Junqueras… pero Junqueras depende ahora de Puigdemont y de que éste quiera o no forzar elecciones en Cataluña. Y si eso ocurriese, Sánchez vería dificultado el plácet de ERC. Solo Puigdemont gana en el lodo.

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