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ENTREVISTA

Iñaki Ezkerra: «Ir a elecciones sería dar otra oportunidad al populismo»

El autor disecciona en «Los totalitarismos blandos» el rasgo común que enlaza en España las ideologías secesionistas con el discurso de los populismos de izquierda

Iñaki Ezkerra advierte de que lo que está en juego es el deterioro de nuestro orden de libertades ABC
Laura L. Caro

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Como se recuerda en la solapa del libro, a Iñaki Ezkerra (Bilbao, 1957) no le han faltado polémicas con compañeros de viaje ideológico por dar crédito en sus artículos al comunicado en que ETA anunció el fin de la violencia, por posicionarse en contra de la guerra de Irak o por denunciar el carácter antidemocrático del nacionalismo vasco y catalán, incluso en sus versiones más moderadas.

Sobre esa reflexión vuelve en su última obra, «Los totalitarismos blandos» (La Esfera de los libros), un ensayo en el que disecciona ese rasgo común que enlaza hoy en España las ideologías secesionistas con el discurso de los populismos de izquierda aglutinados en torno a Podemos: todos se reclaman los «verdaderos demócratas». Aunque todos desafían la legalidad democrática por igual. Comparten «reminiscencias totalitarias», que el autor reclama que hay que conocer y analizar, pero sin exageraciones «apocalípticas». Ni tampoco con resignación, puesto que lo que está en juego es el deterioro de nuestro orden de libertades.

¿No es contradictorio hablar de «totalitarismo» y de «blando» en un mismo título?

Es una contradicción intencionada, porque esa es la característica de las herencias totalitarias que hoy prevalecen en España y que van más lejos incluso del puro populismo que se pueda dar en otros países europeos. Contradicción porque la democracia frena esas herencias, las contiene, pero a la vez las alimenta y las protege. Contradicción también por que se autoproclaman los únicos y verdaderos demócratas, y todos ellos desafían la legalidad. Los nacionalismos presentan la contradicción de que provienen de una herencia racista, pero se manifiestan antirracistas... apelan a los valores de la corrección política para despistar.

Usted hace una enmienda total de Pablo Iglesias, del que dice que es «un auténtico manantial de paridas». ¿Es lo que ha visto el millón de españoles que dejó de votarle en junio?

El que no lo vio antes es difícil que lo vea ahora con claridad. Hay gente que ha reparado en la banalidad de su discurso, pero no en toda su dimensión. Estos días se dice que hay un debate ideológico en Podemos entre errejonistas, pablistas... pero en ese partido la ideología es irrelevante. Solo hay una discusión sobre las tácticas, sobre si tienen que dar miedo o no. Y eso no es ideología. Parecen las reflexiones de Hannibal Lecter.

Retrata a Iglesias como una versión trasnochada de Zapatero, ¿qué hay de Pedro Sánchez?

Pablo Iglesias y Pedro Sánchez son dos productos del zapaterismo. Pedro Sánchez es un heredero de Zapatero, pero sin talante, en versión borde. Eso es lo que le ha hundido.

Llama a los populismos europeos el «monstruo» ¿no es tremendista?

El libro está contra los diagnósticos apocalípticos. Analizar las herencias totalitarias como si fueran viejos fenómenos del siglo XX es errar en el diagnóstico y haríamos un flaco favor si exageramos. Lo que sí ocurre es que estas nuevas formas están socavando el sistema democrático. Precisamente hay un capítulo en el que se dice que «el apocalipsis fue ayer», pero también que, aunque las herencias totalitarias no vayan a provocar el fin de Europa ni del mundo, no tenemos por qué soportarlos o resignarnos, puesto que pueden traer otras calamidades, como deteriorar la economía o la propia vida democrática al negar valores esenciales y confundirlos con otros, envilecer el sistema y la vida cotidiana...

Centrándonos en España, ¿se atisba un futuro de retroceso o de crecimiento para estas ideologías?

La sociedad española, como todas las europeas es muy voluble. Se habla de que en unas terceras elecciones el PSOE se hundiría, de que de beneficiarían al PP... Los resultados de unas terceras elecciones son imprevisibles. Llegar a ellas sería dar una tercera oportunidad al populismo totalitario de Podemos. Es característico de nuestra época la oscilación extraordinaria del voto. Las sociedades se mueven por impulsos muy elementales, que tienen que ver con el amarillismo en los medios de comunicación, con una lectura superficial de los problemas... precisamente es la época menos indicada par convocar referéndums sobre temas que van a determinar la vida de la nación en años. A los de Podemos les gustan mucho los referendos de autodeterminación, por oportunismo, pero también por su asambleísmo congénito; por creer que las grandes decisiones políticas se pueden plantear y rebatir en todo momento. Como si la política existiera desde un monitor informático y la realidad se pudiera modificar a capricho en una pantalla permanentemente.

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