La viuda del cabo Beiro: «Cuesta mucho, pero aprendes a vivir con el dolor y la injusticia»

María José Rama asegura que no podrá cerrar ese capítulo de su vida hasta que los terroristas «paguen por lo que hicieron»

María José Rama, viuda del cabo de la Guardia Civil Juan Carlos Beiro EFE

Aunque no quiere «hacerse ilusiones», María José Rama reconoce que «es difícil no tenerlas» ante la posibilidad de que finalmente se juzgue y se condene a los asesinos de su marido, el cabo de la Guardia Civil Juan Carlos Beiro , quien en ... 2002 fue alcanzado por una bomba que los etarras habían escondido junto a una pancarta trampa en Leiza (Navarra). El anhelo de poder poner rostro a las personas que le arrebataron a su esposo estaba cerca de esfumarse definitivamente, dado que el delito iba a prescribir el próximo año. Pero la reapertura del caso ofrece un resquicio de esperanza: «Yo no voy a cerrar este ciclo hasta que paguen por lo que hicieron» , afirma.

Rama ha vivido casi dos décadas sumida «en el vacío, el dolor y la injusticia» que conlleva el hecho de saber que los terroristas que asesinaron a su marido no han pagado por el crimen. «Me quitaron lo que más quería en el mundo , a mi compañero de viaje, a la persona que había escogido para hacer una familia -lamenta-. Aprendes a afrontarlo, pero cuesta mucho . Duele mucho».

Pese a ello, en todos estos años no ha cesado en su empeño de hallar a los culpables con el apoyo de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) y de unas Fuerzas de Seguridad que, dice, «han seguido investigando y no han olvidado a Juan Carlos» . «Es algo que les agradezco infinitamente», apunta la viuda de Beiro, que por el contrario dice sentirse «desamparada por lo que ha estado haciendo un gobierno tras otro» con los radicales vascos.

« ¿Dónde está el Estado de Derecho? -pregunta- Ellos (en referencia a los extremistas) siguen estando donde estaban y siguen pidiendo lo que pedían hace 40 años».

El drama de Rama, quien también ejerce como acusación particular en la causa, se suma al de las otras 377 familias que aún a día de hoy desconocen quiénes fueron los autores del asesinato de sus allegados . Ella, que asegura que nunca se le pasó por la cabeza que pudieran llegar a matar a Beiro, admite sin embargo el «miedo» que sintió durante su etapa en Navarra. «Se malvive, porque no podíamos hablar con nadie, mirabas los bajos del coche, ibas con temor por la calle porque creías que te miraban… Sabíamos que estábamos mal, pero no te planteas que pueda pasar algo así ».

15 «kilos» de explosivos

La tragedia tuvo lugar concretamente el 24 de septiembre de 2002. Ese día, el sargento Miguel Morata , que ejercía como comandante del Puesto de Leiza, recibió la llamada de un agente de la Benemérita que le avisó de que se había colocado una pancarta con el anagrama de ETA junto a la calzada de la NA-1320. Pese a que se encontraba de libranza, decidió desplazarse hasta el lugar junto a una patrulla de la que formaba parte el cabo Beiro.

Según relata el propio Morata en el libro «Historia de un desafío» , de Manuel Sánchez Corbí y Manuela Simón, los agentes que se personaron en el lugar eran conscientes del riesgo de que se tratase de una pancarta trampa, si bien en un primer momento no observaron «nada anormal». «Pero justo al lado de la misma estaba escondida la bomba que fue activada a distancia por algún terrorista cuando nosotros nos aproximamos ». El artefacto contenía 15 kilogramos de explosivos, lo suficiente para matar a todos los guardias civiles que había allí si hubieran estado más cerca. A Juan Carlos Beiro, la metralla le dio en el cargador de su pistola y la hizo estallar, lo que terminó por costarle la vida. Tenía 32 años.

«Fue un cúmulo de mala suerte, una coincidencia que difícilmente puede ocurrir… pero ocurrió», lamenta el sargento, quien relata a ABC que él mismo sufrió un traumatismo craneoencefálico e importantes lesiones por la metralla. «Me quedaron bastantes secuelas y bastantes cicatrices… es algo que me veo en el espejo y no se olvida », destaca. Subraya, no obstante, que después de tantos años había logrado «encapsular» aquel capítulo de su vida. «Si no, te vuelves loco -sentencia-. Eso no significa que perdone a estos individuos, una cosa no quita la otra. Pero tienes seguir haciendo tu vida ».

No fue aquella la primera vez que Morata cayó en la telaraña de ETA, pues ya fue víctima de otro atentado cuando ejercía en el cuartel donostiarra de Inchaurrondo. Sin embargo, y a pesar del riesgo inherente al uniforme, asegura que fue en el País Vasco y Navarra donde pasó «los mejores momentos» de su vida. «Si hubiera tenido miedo no me habría quedado, me hubiera ido en cuanto hubiera podido -argumenta-. Pero después de dos atentados, era ya tutear demasiado a la suerte ».

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