«Confiad en los okupas porque los «indepes» son tontos»

Tsunami Democràtic contrato a okupas a 3.000 euros para organizar sus altercados

Acampada de estudiantes universitarios en la plaza Universidad ADRIAN QUIROGA

Que en el carrusel de la profunda inmoralidad de la política catalana cada uno tenga su rol muy asumido, y ya ni repare en su desvergüeza atroz; que la maquinaria esté escandalosamente engrasada de cinismo y corrupción, no es óbice que impida que los líderes del independentismo se den cuenta del bajo nivel intelectual y la inmadurez de su infantería. ETA se dio cuenta años antes, y a sus comandos les recomendaba que cuando se instalaran en Barcelona para cometer sus crímenes, no confiaran en los grupúsculos independentistas -que estaban entonces alrededor de Terra Lliure y el MDT (Moviment per la Defensa de la Terra) - porque eran «tontos y bocazas», y carecían de la menor infraestructura, y que más bien se aliaran con los okupas y los antisistema, como así hicieron, y así pudieron asesinarnos, y de ahí el plus animadversión que los catalanes decentes sentimos por estos colectivos, que tienen las manos manchadas de sangre. De nuestra sangre.

Cuando Puigdemont y Torra se reunieron en Waterloo para decidir y organizar la reacción a la sentencia del Supremo, sugirieron a Tsunami Democràtic -es decir, a ellos mismos- que no planeara sus demostraciones a través de las organizaciones independentistas, «porque son estúpidas y cobardes», sino -como ETA- a través de los okupas y los antisistema, a los que compraron al precio concreto de 3.000 euros por cabecilla. No eran pocos los cabecillas, no fueron pocos los sobres. Pagaron algunos empresarios del FemCat, abiertamente independentistas, y otros que sin serlo o incluso estando en contra, hacían su aportación para estar bien con ellos si al final resulta que ganaban. Es otra evidencia del gran drama de la burguesía catalana, que ha renunciado a liderar la sociedad y son sólo unos cuantos ricos que defienden sus intereses particulares poniéndole una vela a Dios y otra al diablo.

En lo estrictamente político, mientras Puigdemont contrataba a sicarios para suplir la torpeza de la turba independentista, Torra le mandaba a su consejero de Interior, Miquel Buch , que los Mossos reprimieran los disturbios que él y Puigdemont habían inspirado -poniendo de este modo en riesgo, desde la total frivolidad, la vida de los agentes de policía- para que el Gobierno no aplicara el artículo 155. De un lado, Torra condenaba la violencia callejera, del otro, la patrocinaba y participaba en marchas y cortes de autopistas con su esposa Carola. Fue la escenificación de siempre, para engañar como siempre a los suyos sin meterse en demasiados líos graves. Apariencia de desafío total para al final acabar jugando a poner pancartas .

A pesar de que Mas liquidó formalmente las siglas de Convergència y Unió, la estructura de la trama y el sistema conceptual continúan siendo los mismos. A pesar de que el dinero negro y las comisiones fraudulentas ya no son lo que eran, lo que aún se paga en Cataluña lo pagan los mismos de siempre; y aunque los despistados puedan pensar que los catalanes hemos cambiado, continuamos siendo el mismo pueblo pactista, diverso, trabajador, corrupto y majadero de siempre; y lo que menos ha cambiado es precisamente la turba, tan tonta, cursi y abrumadoramente ignorantes de lo verdaderamente se cuece que hasta sus líderes saben que no pueden confiar en ella. Y lo que se vendió como el estallido espontáneo de una sociedad oprimida, humillada y que no podía más, fue el orquestado ataque de unos sicarios -pagados por los empresarios que habitualmente corrompen al Govern y que luego se quejan de que los altercados ahuyentan a los turistas- porque tanto Puigdemont como Torra sabían que los independentistas no tendrían las agallas de hacer nada, ni de tomar ningún riesgo para defender su tan apelada «dignidad nacional», como minuciosamente pudo constatarse cada una de las noches en que Barcelona ardió: cuando los sicarios habían echado ya sus horas contratadas y abandonaban las barricadas en ruinas, con ellos se marchaban los de la supuesta dignidad, demostrando lo que hasta sus líderes sabían, y que es que no tenían ninguna.

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