ABC Ceuta, el dique que Marruecos puede romper cuando quiera
Suscríbete
Los musulmanes que viven en Ceuta están preocupados por la situación porque muchos de los que llegan son familiares y amigos cercanos EFE / Brais Lorenzo
El acoso migratorio

Ceuta, el dique que Marruecos puede romper cuando quiera

Los ceutíes están acostumbrados al acoso migratorio de las mafias, pero lo de estos días ha sido otra cosa: «El Rey ha querido demostrarnos que para él es sencillo invadirnos». A los niños les dijeron en el colegio de Castillejos que al otro lado del espigón estaba Cristiano Ronaldo

Alberto García Reyes

En la Terraza del Estrecho, la mejor tetería de Benzú, la miel de la chebakia se mezcla con la salobridad del levante, que asperja motas de Atlántico sobre la yerbabuena, y con la sirena de la mezquita, que ha sustituido al muecín en la llamada a la oración. Al otro lado de la alambrada, el monte Musa recuerda el sino de quienes se arrojan al agua para cambiar de mundo. O su mundo. Los lugareños llaman a esa montaña ‘la mujer muerta’ porque su silueta esboza en el contraluz del cielo la efigie de una joven durmiente que cruza sus brazos sobre el pecho en posición de mortaja. Casi nadie pasa la valla desde Marruecos a Ceuta por ese perfil porque cuando no te devora la corriente de leva, te engulle el oleaje y cuando no te absorbe la ventolera, te fagocita el frío.

Ese lugar es el fin del mundo, el corazón de la Atlántida, la ciudad mitológica que se tragó el océano en el que danzan sobre la muerte los delfines. Sin embargo, en ese punto del istmo es donde mejor se ve la diferencia entre la civilización y la miseria. En aquel lado de la frontera, Belyounech, primer poblado en el camino a Tánger, sirven los dulces de almendra bajo un enjambre de moscas. Marruecos tiene el poder supremo sobre su pueblo: manda en su hambre y en sus moscas, que siempre se quedan en aquel lado aunque pueden pasar a este sin que la Guardia les pida los papeles. El paso fronterizo del Tarajal es, por tanto, el único punto franqueable para las personas, un émbolo con el que el régimen puede reventar Europa.

En el brazo de tierra de Ceuta, que nace en los quejigos marroquíes que llevan al cabo Espartel y muere en el monte Hacho, que es como un puño que rompe el agua por la mitad frente al Peñón de Gibraltar, hay dos litorales. Por el lado atlántico, el que abordaron los portugueses a comienzos del siglo XV, las playas son hostiles. En cambio, por el lado mediterráneo se puede nadar los días de calma. Entre ambas orillas hay ocho kilómetros por la franja que linda con el continente africano y menos de uno por el centro de la lengua de tierra, pero toda la presión migratoria está desnivelada hacia la cara Sur. Ahí está el punto crítico, donde, paradójicamente, se difuminan las diferencias. Lo primero que se encuentra el invasor es el barrio del Príncipe, guarida de narcos, yihadistas y transterrados. Pero curiosamente allí tampoco gustan los asaltos de sus compatriotas al territorio español. Ahmed vende verduras que traía su esposa diariamente desde Castillejos haciendo la famosa cola de las porteadoras en el Tarajal antes de que esta barrera se cerrara por la pandemia. «Aquí no cabemos más», resuelve con desprecio.

Este gueto es, sin embargo, la cueva de las mafias. Desde ahí se dirige el negocio del hachís, la captación de radicales y el tráfico de personas. Arturo Fuentes, profesor de Historia en el Campus Universitario de Ceuta, que depende de la Universidad de Granada, lo explica sin rodeos: «El uso de la frontera como método de presión es diario, pero los ceutíes estamos acostumbrados y la convivencia aquí es muy buena a pesar de que existe una gran diversidad cultural y religiosa. El problema es que muchos entran a la aventura y no tienen a donde ir, por lo que deambulan por las calles a la desesperada y generan conflictos . Es un drama que no podemos pagar nosotros». Lo que ha pasado estos días tiene, además, otras claves. En casa de Rosario sonó el timbre el pasado martes a deshora. Cuando abrió se encontró a Naima, la mujer que trabajaba en su casa hasta que cerraron la frontera en marzo del año pasado y se quedó atrapada en su pueblo, Castillejos. Allí viven 30.000 personas que cruzaban todos los días el paso del Tarajal para trabajar en Ceuta. La semana pasada les dijeron que podían regresar, pero cuando llegaron a la valla les indicaron que tenían que hacerlo por el mar. Ella decidió saltar al agua y se dirigió a la casa donde servía. «No sabíamos qué hacer porque es una persona muy querida en mi familia, pero podía traer el Covid. Ha sido todo muy triste», resume Rosario.

Pero otros se arrojaron al mar por una razón mucho más banal. En el colegio de Castillejos anunciaron que Cristiano Ronaldo estaba en Ceuta y que podían ir a verlo. Los niños salieron corriendo con lo puesto, pasaron la valla gracias a los ‘mehani’, que es como se llama allí a las fuerzas auxiliares marroquíes , y cuando estaban en la franja neutral les invitaron a pasar por las piedras del espigón. Said, un adolescente que ayer seguía deambulando por un parque del barrio de Hadú, lo confirma: «Nos engañaron, Cristiano no está aquí». Casi todos han regresado ya tras haber visto frustrada su ilusión. Y los ceutíes están divididos. El dueño de una perfumería del Paseo del Revellín no sabe ni qué decir: «Estamos en calma tensa, aquí ya está tranquila la cosa, pero al otro lado la noche ha sido intensa. Aquí hemos pasado del miedo a la solidaridad porque se ve que son dramas y que los han engañado. Las macropandillas de la calle ya se han disuelto, pero el problema ahora es la situación de salud, porque van sin mascarillas. La muchacha que limpia en mi casa dice que son de abajo, peligrosos, y que los han traído en autobús». El otro gran problema es que los centros de acogida ya están llenos porque el trasiego es diario. Ceuta no puede absorber estas avalanchas, sólo puede asumir el goteo cotidiano.

Dos jóvenes inmigrantes se protegen del frío a primera hora de la mañana de este miércoles cerca de la playa ceutí de El TarajalEFE/Brais Lorenzo

Desde las playas de Tramaguera y el Chorrillo, las más frecuentadas de la ciudad, se ve el tráfago de inmigrantes jugándose el tipo. Cada día logran la hazaña de cambiar de país varios chavales que han pagado a las mafias para que los pasen en motos de agua mientras la Policía marroquí toma té. Los caballas lo saben desde hace años y asisten cansados desde el chiringuito a la persecución de las lanchas de la Guardia Civil, que no siempre es exitosa. El ardid consiste en tirar al pasajero en aguas españolas y volver al otro lado de la boya rápidamente, donde nuestros guardias ya no tienen jurisdicción. «Para el goteo diario sí tenemos capacidad de acogida, pero cuando viene un aluvión de estos…». María Teresa Troya es la directora general de Cultura de la Ciudad Autónoma. Organiza decenas de actividades anuales relacionadas con la integración, pero los sucesos de estos días le sobrepasan: «Hay sentimientos encontrados, de pena por el drama y de miedo e incertidumbre porque nosotros no tenemos capacidad para atender como se debe. Las fronteras existen y estos flujos deben ser ordenados. Con esto te das cuenta de que estamos en manos de Marruecos». Troya se queja de que «el Gobierno no ha dado la cara, el que la dio fue el presidente, Juan Vivas, que estuvo completamente solo el primer día. Hemos sentido abandono y desasosiego, por eso los comercios cerraron y la gente no llevó a sus hijos a los colegios. Después, sin embargo, sí me ha gustado cómo se ha hecho todo, me han gustado las imágenes que se han visto, la cooperante abrazando al muchacho… Afortunadamente estamos en España y seremos blandengues, pero humanos».

ONG separatistas

La convivencia en Ceuta es ejemplar. Los musulmanes van a ver la procesión de la Virgen de África y los españoles se suman a la Fiesta del Cordero. Pero en la visión externa predominan los tópicos. Hay un detalle muy desconocido, pero crucial. La mayoría de las ONG que denuncian el trabajo de las Fuerzas de Seguridad españolas para frenar las avalanchas migratorias son independentistas catalanas. Tal como suena. La más activa es la Asociación Observatori Drets Humans (DESC) , que es la que lidera la acción popular contra los policías y guardias civiles en los tribunales cada vez que se produce un acoso por parte de Marruecos como el de esta semana. Pero gracias a esta presión que los movimientos antiespañolistas y pro saharauis están haciendo en la zona, la Audiencia de Ceuta ya ha podido sentar jurisprudencia. Ocurrió durante una avalancha de 300 subsaharianos en febrero de 2014. Fue la primera vez que los inmigrantes se tiraron en tropel por el espigón del Tarajal. Antes habían apedreado a los ‘mehani’ marroquíes, que pudieron retener a un centenar. Los otros 200 se lanzaron al mar con botellas de plástico para flotar porque no sabían nadar. Entonces la Guardia Civil comenzó a lanzar material antidisturbios, concretamente pelotas de goma y gases. El magistrado Fernando Tesón, presidente de la Audiencia, aclara en el auto de sobreseimiento de la causa contra los agentes que todos tiraron al agua para hacer una línea imaginaria y que los subsaharianos regresaran. Pero murieron 15 personas ahogadas, cinco de las cuales fueron arrastradas por la marea hasta la zona española. «La reacción fue proporcionada», concluye Tesón, pero la versión de las ONG es que «les tiraban a los que estaban nadando y les daban con la culata en la cabeza». De eso no hay pruebas en los muchos vídeos que se aportaron. Al contrario, las imágenes demuestran cómo los guardias rescataban a la gente. Y el auto de la audiencia estima que la respuesta de España fue la adecuada: «La actuación policial se ajustó a los principios básicos exigibles para estas intervenciones, con la utilización de medios de control de masas de forma adecuada y proporcional a las circunstancias del caso, con una finalidad disuasoria primero y después de canalización». La Justicia protege, por tanto, a los agentes, que también se juegan el pellejo en la zona. «Lo de estos días ha sido una acción para decirnos que cuando el Rey quiera invade esto», asegura un agente que trabaja en la valla. «Un alarde de fuerza» es la expresión que utiliza el presidente de la Audiencia.

Migrantes marroquíes esperan a que les realicen la prueba PCR antes de entrar en CeutaAFP

Su trabajo allí es duro porque todos saben que el Tarajal es una compuerta que maneja Marruecos a su antojo. Los centros de acogida son realmente internamientos para los chavales de Castillejos. No son exactamente menores no acompañados . Pasan la valla por encargo de sus padres, que saben que allí tendrán comida y educación. Pero cuando llega la Fiesta del Cordero estos espacios se vacían. Todos regresan a su casa a reunirse con sus familias. Y muchos participan luego en el juego de las mafias. El método más usado en los últimos años para ganar tierra española es el de los ‘motores humanos’. Los enseñan a nadar en una piscina en Castillejos y luego los utilizan para que arrastren a subsaharianos al otro lado. Esta práctica ha estado muy perseguida porque la mayoría de los arrastrados muere en la travesía. «De hipotermia te mueres sin darte cuenta», explica Tesón. A algunos se los traga el mar, sobre todo en los días de bruma espesa, que allí se conoce como el taró. A otros los devuelve la resaca a las calas del Hacho. Y los que alcanzan la meta acaban trabajando en las casas de los españoles. El vínculo es fuerte, pero muy complejo. Los ceutíes sienten que mientras ellos abrazan a los africanos, España les olvida y cuando son apedreados, no les ampara. El istmo que separa el Atlántico del Mediterráneo, desde cuya cima se aprecia el choque de las corrientes, es un lugar de paso que soporta los envites del régimen marroquí a demasiados kilómetros de Madrid.

La estela de espuma del ferry cuando se aleja de la costa africana es el horizonte de los desesperados, que se despiden de las sirenas de Benzú como antes se despidieron de las moscas de Tánger. Y tanto ellos como los españoles, que aceptan la afrenta a cambio de vivir en el paraíso amurallado de los calamares de potera y la kefta al tajín, saben que ese lugar único en el mundo es una trampa que separa dos océanos, dos culturas y dos continentes. El mito de las columnas de Hércules se divisa allí cada día desde el mirador del té moruno. Pero todo esto que aquí se cuenta se autodestruirá mañana, cuando Ceuta vuelva a dejar de existir.