A la caza del cayuco: entre el espanto y la responsabilidad
La Guardia de Costas mauritana no para de recoger cuerpos en el mar, como en 2006
Laura L. CaroIgnacio Gil«Solo 15 parecían capaces de sobrevivir algunos días, todos los demás estaban gravemente heridos y habían perdido la razón. El espectáculo de los cadáveres sangrientos horrorizó particularmente a los salvadores, que al principio los tomaron por fragmentos de vela o ropa hechas jirones». Es el relato del hambre y de la locura que precede a un hundimiento. El testimonio directo de un naufragio que en 1816 conmovió a la sociedad de su tiempo —el de «La balsa de la Medusa» recreado en un descomunal óleo de Théodore Géricault que se conserva en el Louvre—, sucedido en estas mismas aguas de Nuadibú. Donde resulta inevitable imaginar que un espanto parecido se repite cayuco tras cayuco.
Sobre todo si frente a sus playas, el comandante jefe de Operaciones de la Guardia Costera mauritana, Ahmed Moulaye —un militar de ordeno y mando que tiene a sus hombres derechos como una vela—, se rompe un poco al contar que aún le martillean la memoria las imágenes de los muertos en el agua de la crisis de 2006. Utiliza la palabra «trauma». En esta reactivación de la ruta, desde principios de 2019 calcula que ya han recogido un centenar de cuerpos.
El comandante está al frente de la fuerza que tiene la misión de cortar el paso a los cayucos en su camino a España y rescatar a los inmigrantes de una tragedia casi segura. Nos recibe con la patrulla de tierra que supervisa sin descanso el litoral en «quads» y furgones «pick up» alineada y reluciente para las fotos. También está en formación la tripulación de las zodiacs a motor de 150 caballos, todos con los chalecos salvavidas a estrenar. La imagen es importante. «Somos un país humilde, pero con todas las posibilidades para afrontar y respetar los acuerdos con los socios europeos» que les comprometen a hacer esta tarea, comenta sobre los medios de que dispone.
En lo que va de año, enumera, han detenido 43 cayucos en los que navegaban 1.400 personas. Entre los últimos, están dos interceptados a finales de octubre que habían partido de Senegal. Los que apresan recién salidos de Nuakchot, 480 kilómetros al sur, o de la propia Nuadibú son otra cosa. Pero los cayucos senegaleses llegan en su mayoría desfondados a estas latitudes.
Uno de los que cazaron llevaba 80 personas cuando zarpó, aunque sólo encontraron a bordo 27. El resto había ido falleciendo víctima de dos semanas a la deriva, y sus cuerpos tirados al mar. Otra balsa de la Medusa más, símbolo universal del sufrimiento humano. La crónica de principios del XIX de quien fue uno de sus diez supervivientes documenta que hubo en ella lucha a machetazos por el último trago de agua, suicidios, furia, enfermedad bajo un sol salvaje y hasta canibalismo. Como en el infierno de Dante. No hay noticia de esa práctica en los cayucos, pero conviene no olvidar que algunos desaparecen con sus pasajes completos tragados por el océano, sin que nadie sepa hasta dónde les llevó la desesperación. Y que los inmigrantes que han resistido un viaje para contarlo, hemos comprobado en Mauritania que ni atinan a verbalizar lo que recuerdan de sus respectivos recorridos angustiosos y despiadados.
Algo insoportable a los ojos debe de haber en los cayucos que se interceptan. En la sala de control de la Guardia Costera, donde las pantallas muestran en cinemascope la posición de 299 buques navegando ahora mismo frente a Nuadibú, Ahmed Moulaye explica que cualquiera de ellos puede ser alertado en caso de que se detecte uno, normalmente el que esté más próximo, y que tiene por ley obligación de dejar lo que esté haciendo e ir inmediatamente a salvar vidas mientras llega la patrullera militar. «Todos colaboran», afirmamos sin pensar. «No. No todos colaboran, se dan cuenta de que el cayuco viene en muy mal estado y empiezan a decirnos que no lo ven». Esos acaban delante de la justicia.
Cámaras y confidentes
Detectar a uno de estos cayucos, cuando avanzan con todo el sigilo posible atestados de inmigrantes, no es fácil. Por lógica, no emiten señal de comunicación alguna. Las organizaciones criminales que los fletan de noche para aprovechar la oscuridad les retiran la antena que llevan como barcos pesqueros que son en cuanto los roban o sus propietarios se los venden en secreto. Por el embolso, unos 15.000 euros, vale la pena aguantar la denuncia y al juez, que generalmente no toma grandes represalias en estos casos.
Al cayuco invisible a la identificación por satélite hay por tanto que avistarlo: Mauritania tiene 7 radares como los del SIVE español (Sistema Integrado de Vigilancia Exterior), dos están averiados, que trasladan imágenes por vídeo a monitores de televisión del Centro de Seguimiento y Vigilancia mauritano. «No es perfecto», recuerda el comandante. A veces hay tripulaciones colaboradoras faenando que también avisan. Fuentes de la seguridad local nos aseguran que tienen las mafias infiltradas. Saben que la última fantasía que están contando para captar a los inmigrantes es que «en Europa el covid ha producido tantos muertos que no hay mano de obra y necesitan trabajadores». También han colocado confidentes en los puertos y los barrios pobres, donde se hacinan malienses y senegaleses.
Para la localización de los cayucos desde el aire se cuenta desde 2006 con un helicóptero ligero BO105 del Servicio Aéreo de la Guardia Civil (SAER), que este mismo noviembre ha incorporado además un avión CN235 que operará desde la capital, Nuakchot. Forman parte de los equipos conjuntos de cooperación con España creados en julio de 2008, en los que también se integran agentes de Policía Nacional, con los que el Ministerio del Interior no nos autorizó a hablar.
Con las zodiacs mauritanas salimos a la mar. A la alerta de «faluga» —voz local con la que nombran a los cayucos— una de las neumáticas sale disparada hacia el horizonte y regresa una vez comprobado que era una falsa alarma. Es una mañana de calma. El apresamiento que han practicado más lejos fue 150 millas náuticas mar adentro, 277 kilómetros, de una embarcación senegalesa. «Estaban muy mal», zanja el mando.
Aquel, como todos, acabó depositado en un recodo del puerto de Nuadibú con una «C» grande pintada en rojo al costado, de «clandestino». Contamos unos veinticinco. Los motores incautados acaban siendo subastados en dos o tres meses siempre previa decisión judicial. Y a los muertos, en Mauritania al menos se trata de identificarlos según su religión para el enterramiento. Si se puede ir más allá y se determina la procedencia, se avisa a las embajadas para ver la forma de dar con las familias y entregarles los cuerpos. Que como los de la Medusa, provocan el espanto del sufrimiento que no tiene fin.