Caso del rol Los enigmas de Javier Rosado
«A la luz de la luna contemplamos a nuestra primera víctima. Sonreímos y nos dimos la mano. Me miré a mí mismo y me descubrí absoluta y repugnantemente bañado en sangre. A mi compañero le pareció
«A la luz de la luna contemplamos a nuestra primera víctima. Sonreímos y nos dimos la mano. Me miré a mí mismo y me descubrí absoluta y repugnantemente bañado en sangre. A mi compañero le pareció acojonante, y yo lamenté mucho no poder verme ... a mí mismo o hacerme una foto. Uno no puede pensar en todo...» Javier Rosado relató en su diario, sin escatimar un detalle, el espantoso crimen basado en un juego de rol que él mismo ideó, «Razas»; cifró en un 30 por ciento las posibilidades de que le detuvieran y aseguró que, si eso no ocurría, él y su amigo volverían a asesinar, esta vez a una adolescente. Fue condenado a 42 años. ¿Alguien así puede rehabilitarse, merece una segunda oportunidad? La respuesta no es sencilla.
Veamos su evolución. Al ser detenido, este joven estudiante de Químicas de 20 años no mostró ningún tipo de arrepentimiento. Durante el juicio ni siquiera hizo uso de la palabra, limitándose a asistir a las sesiones como un mero espectador con el que no iba la cosa, tomando notas y, en ocasiones, mostrando una sonrisa que levantaba escalofríos. Tuvo que oír que era un psicópata incapaz de sentir piedad por su víctima e imposible de recuperar para la sociedad, y lo hizo sin mover un solo músculo de su cara. En sus primeros días en prisión, llegó a pedir a los funcionarios que le facilitaran un juego de rol, en lo que se interpretó como una clara provocación. «¿Sabes quién soy? El asesino del rol», espetó meses más tarde a un compañero de módulo, no tanto por chulería como divertimento, quizá ansioso por la reacción de su interlocutor.
Pero los días, los meses y los años pasan muy despacio entre los muros de una cárcel y Javier Rosado no ha sido inmune a ese tiempo detenido. El asesino del rol se refugió en los libros. Estudiante de Químicas cuando perpetró el crimen, desde que ingresó en prisión estuvo destinado como auxiliar de biblioteca en el conocido como «módulo de la UNED» de Soto del Real (Madrid V). Los presos que conviven ahí son también estudiantes, algunos universitarios, y se les presupone cierta cultura, son reos bastante adaptados, lo que hace que el ambiente sea mucho menos tenso que en otras dependencias carcelarias.
Excelente estudiante
No se puede decir que Javier Rosado haya perdido el tiempo durante estos catorce años. Acabó Químicas con un buen expediente académico, pero decidió continuar su formación y se ha licenciado también en Matemáticas (rama de Estadística) y en la técnica de Informática. Sus notas son excelentes y ahora prepara la Ingeniería Superior. Nunca ha tenido un problema con un compañero; en todo momento -desde el primer día-, se ha mostrado muy educado con los funcionarios y con el tiempo se ha ganado la estima de cuantos le rodean. Incluso, aprovechó su preparación para ayudar en los estudios al resto de internos, una figura que se conoce como «tutor de ayuda».
Su familia se ha desvivido por él desde el principio. Conscientes de la extrema gravedad de lo sucedido, los padres no han querido abandonar a su hijo a su suerte y no han faltado a ni una de las visitas a las que han tenido derecho para estar con él. Su lucha ha sido la de intentar recuperar para la sociedad a Javier.
El dilema de su régimen abierto, en cualquier caso, no se resuelve sólo con estas cuestiones «intramuros», entre otras razones porque tal tipo de internos suelen adaptarse a la perfección al medio carcelario. La incógnita es saber cómo puede reaccionar cuando esté en la calle, si esa mente psicópatica que demostró en el crimen del rol está aún latente y, por tanto, puede despertar si se dan las condiciones oportunas.
Es este un asunto muy debatido por todos los que han tratado -y aún tratan- a Javier Rosado. A favor de la decisión de que se le conceda el régimen abierto juega que ya ha disfrutado de dieciocho permisos penitenciarios y siempre ha hecho buen uso de ellos. Además, no hay que olvidar que sólo ha cometido un delito en su vida, que ha tenido una buena evolución en los programas de tratamiento, que en cualquier caso en 2010 quedará definitivamente en libertad y quizá lo mejor sea prepararle desde ahora para cuando llegue ese momento...
No es un problema de fácil solución. Junto a todos estos aspectos positivos no conviene olvidar la frialdad con la que preparó, ejecutó y describió luego el asesinato: «Existió complacencia en el sufrimiento causado a la víctima y un íntimo propósito de satisfacer instintos de perversidad», reflejó el Tribunal Supremo en su auto de confirmación de pena. Además, tampoco ha pagado la indemnización a la familia de la víctima, el empleado de limpieza Carlos Moreno Fernández -es insolvente, al no tener trabajo-, aunque se ha mostrado dispuesto a hacerlo en cuanto consiga un empleo.
La decisión de la Sección Quinta de la Audiencia de Madrid de concederle el régimen abierto atenuado -saldrá en principio los fines de semana- es arriesgada para muchos, pero no poco meditada ni carente de fundamento. Incluso las dos personas de la junta de tratamiento de Soto del Real que se oponían a esa progresión de grado en este momento -el mismo criterio que mantuvo Prisiones y el juez de Vigilancia Penitenciaria-, se basaban en que dada la personalidad del interno y la gravedad del delito convenía mantener la situación anterior, para después, mediante la concesión de nuevos permisos, ir evaluando su progresiva adaptación a la libertad. El argumento es la necesidad de medir otros factores al margen de los académicos y de comportamiento, que están fuera de toda duda.
Javier Rosado se enfrenta desde ahora a otro difícil reto: el de la libertad. Después de catorce años en prisión, donde se le aprecia y donde se ha adaptado a un tipo de vida, tiene que cambiar de hábitos. Para que lo logre con éxito dispondrá de ayuda psicológica tanto en el interior como en el exterior, tal y como ha sucedido en los permisos que se le han concedido hasta ahora. En los primeros disfrutados llegó a tener ataques de pánico y dificultades para hacer cosas tan rutinarias como ir al cine o entrar en unos grandes almacenes, eso sí actividades opuestas al «silencio de la cárcel» al que está acostumbrado. También le resultó complicado mantener una relación fluida con sus padres, pese a ser los que más le han apoyado. Su relación con la libertad ha mejorado notablemente e incluso el sentimiento de culpa que ha aflorado en él después de estos años -durante ocho siguió tratamiento psiquiátrico dentro de prisión-, le motiva para implicarse en beneficio de los demás.
Esa es la clave: ahora asume que ha hecho daño, que ha provocado muchísimo dolor, y se arrepiente de ello. Al contrario, pues, de lo que sucedía al entrar en prisión, cuando era incapaz de sentir piedad por la víctima y escribía esa frase siniestra: «¡Cuánto tarda en morir un idiota!».
TEXTO: PABLO MUÑOZ/CRUZ MORCILLO ILUSTRACIÓN: FERNANDO RUBIO
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