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Arte mayor La España de la copla

Cuando se cumple en este año un siglo del nacimiento de dos de las figuras más importantes de la copla, Rafael de León y Miguel de Molina, uno el gran autor de las letras más significativas del género

Cuando se cumple en este año un siglo del nacimiento de dos de las figuras más importantes de la copla, Rafael de León y Miguel de Molina, uno el gran autor de las letras más significativas del género y el otro el intérprete masculino más singular, protagonistas que encarnarían las luces y sombras, la tragedia de la España que reflejan sus canciones, mucho se escribe y discrepa de este género musical enraizado en las más profundas tradiciones literarias hispánicas, pero poco con profundidad. Mientras se pergeña un documental con este mismo título -«La España de la copla»- producido por Canal Sur y dirigido por Emilio Ruiz Barrachina, cada día aparecen datos nuevos, como los aportados por la biografía de Miguel de Molina, «Botín de Guerra», o la autobiografía menos conocida del escritor argentino de ascendencia andaluza Salvador Valverde, que iluminan aspectos desconocidos y sorprendentes de lo que supuso la copla durante la República y, luego, la penosa Guerra Civil y la tremebunda posguerra.

Denostada por muchos, admirada por otros, el desconocimiento y el desprecio de lo que se ignora llevó a parte de la intelectualidad contemporánea a tachar de «franquista» un género que, en realidad, era la primera canción protesta española y de denuncia de muchas injusticias y desigualdades aunque no se enteraran los miopes censores del Régimen. Por explicar algunas peculiaridades de la copla, decir que a finales del XIX tanto la Generación del 98 como el Modernismo van a contribuir al nacimiento del género musical de la copla. Fundamental será Antonio Machado Álvarez, «Demófilo», padre de los hermanos Antonio y Manuel Machado, a los que inculcará el amor por la tradición oral y la música flamenca. Influido por el krausismo, que impregnara desde la Institución Libre de Enseñanza a todo el 27, se decide a investigar sobre las tradiciones musicales y poéticas españolas, desde su cátedra de Sevilla, que le ayuda a entender el verdadero sentido del folclorismo, es decir, del estudio del folclore, que etimológicamente significa «el alma de los pueblos» tan alejado del sentido peyorativo que iría impregnando el término en la deriva histórica, relacionándolo con «la España de la pandereta».

Falla, Albéniz, Granados

En este ambiente están también involucrados músicos como Manuel de Falla, Isaac Albéniz, Enrique Granados, Pau Casals, que se implican totalmente en tales estudios e incluyen temas, canciones, ritmos, en sus propias composiciones sinfónicas. Falla incluirá baile flamenco en «El amor brujo» a cargo de la bailaora Antonia Mercé y un jovencísimo Miguel de Molina que debutó como bailarín en esta obra, y no como cantante; también irá por el Sacromonte y Granada, con su amigo y discípulo Federico García Lorca, recogiendo canciones y tradiciones que luego éste plasmará en libros como «Romancero gitano», o «Poema del Cante Jondo», así como en muchas de sus piezas teatrales, canciones como «la tarara», o «el vito», que forma parte del acervo popular y tradicional y que llegó a cantar, incluso en Nueva York, la cantaora Encarnación López, junto con canciones y poemas de Federico de inspiración oral.

Muchos flamencos se negaron a aceptar que la copla estuviese emparentada con el cante jondo y, sin embargo, desde sus inicios, reputados intelectuales, como el propio padre de los Machado, grandes músicos como Falla o Granados, y prácticamente toda la Generación del 27, con Lorca y Alberti a la cabeza, demuestran que su revitalización y puesta en valor están unidas. Es más, en muchas de las grandes coplas, los arreglos musicales y sus compases son los mismo que los de los grandes palos flamencos: zambras, soleares, peteneras, alegrías, tarantos, tangos, bulerías, etcétera. La diferenciación del género de la copla viene marcada por la exigencia de que en ella tiene que haber una exposición, un nudo y un desenlace.

No en vano el nombre de «copla», proviene de la palabra latina «cópula» que significa «unión», o «lazo». Nace así un género que se convierte en una especie de novela cantada. Su abolengo literario tiene, a pesar de la juventud del género musical, una genealogía tan centenaria como el flamenco, ya que la copla es un género poético de arte menor en octosílabos o heptasílabos, que utilizaron autores como el Marqués de Santillana, a finales del siglo XIV, o el propio Jorge Manrique y su famosa obra poética que, no en vano, sino por la forma métrica, son llamadas «Coplas por la muerte de su padre».

Fiestas y casinos

Las grandes ciudades españolas experimentan en los años veinte y treinta cierta bonanza económica que se traduce en cafés, fiestas, casinos y lugares de esparcimiento intelectual, afectivo y artístico. En estos ambientes cosmopolitas, donde las cupletistas se mezclan con poetas y filósofos, con políticos y bailaoras, con militares y toreros, la copla, prestigiada literariamente, va a encontrar sus primeros soportes musicales en el flamenco, cantado por Carmen Amaya desde el famoso Colmao de Villa Rosa, aunque su primera gran baza es el pasodoble, que se populariza rápidamente desde sus orígenes valencianos, y da lugar a las primeras grandes coplas. El primer pasodoble de éxito, en realidad una copla, es «Suspiros de España», de Antonio Álvarez Alonso, que se estrena en 1902, y al que le pone letra su amigo José Antonio Álvarez, que se sabe con precisión que lo estrenó la banda de la Marina de Cartagena el día del Corpus de ese año, y que se convertiría en lema de los exiliados después de la Guerra Civil.

Los lugares de encuentro serán los cafés de marineros y cafés cantantes, donde al son de canciones, cuplés, habaneras y las primeras coplas, se reunían los jóvenes creadores y daban rienda suelta a sus inquietudes, rondados por posibilidades menos pacatas. Hay allí espectáculos de flamenco, coplas, números cómicos, rapsodas, y toda clase de atracciones. Algunos de los más conocidos fueron el Café de Chinitas de Málaga con su famosa pensión, por donde pasaron desde Lorca a Alberti, Picasso o Rafael de León. Otros fueron el Café de Oriente de Barcelona, El Café de la Bizcocha en Cádiz, El Corral de la Pacheca, antiguo corral de comedias del siglo XVI de la calle del Príncipe de Madrid, o los famosos Café de Levante gaditano y el Nuevo café de Levante de Madrid, donde se mezclaba toda la fauna del flamenco, la copla y la intelectualidad, y del que decía Valle-Inclán: «El Café de Levante ha ejercido más influencia en la literatura y en el arte contemporáneo que dos o tres universidades y academias».

De las dos Españas

Sorprenderá a muchos lo aquí escrito, no directamente relacionado con las peinetas, los faralaes y las historias de folclóricas. La copla guarda esencias de siglos, además de ser telón de fondo de tragedias de más de un siglo de la historia reciente de España y de haber sido uno de los pocos elementos que tenían en común y escuchaban las desventuradas y enfrentadas «dos Españas». Tal vez por esa razón la copla se identifique tanto con el alma de fiesta y tragedia española, y fuese lapidaria la letra de la primera copla conocida, «Suspiros de España», como si fuera una alegoría de este género musical unido a sus historia, cuando dice: «Tierra gloriosa de mi querer/ tierra bendita de perfume y pasión/ España en toda flor a tus pies/ suspira un corazón./ Ay de mi, pena mortal/ porque me alejo España de ti/ porque me arrancan de mi rosal», como una premonición cantada de todos los pesares y los exilios. Un género musical vivo, preñado de vida, un ser vivo en sí, con mucha cuerda todavía y mucho que contar y desentrañar.

POR MANUEL FRANCISCO REINA. POETA

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