«No hay una UPyD sin Rosa Díez»

aunque no soy la portavoz», expone con solemnidad y un poco más tarde se zafa de aquello de abandonar o no «la primera línea». «Algunos lo confunden con ser un cargo rimbombante, para mi significa primer grado de compromiso. Y yo siempre tendré un compromiso al cien por cien con España y con UpyD. Hasta que me muera». Lo único que adelanta es «no seré diputada, estoy absolutamente segura porque eso sí depende de mí... lo único es que, quizás, cierro alguna lista por ahí...», dice desde la confianza rotunda y «sin ninguna duda» de que UpyD va a sacar escaño en el Congreso, lo que todavía no garantizan las encuestas. «España nos necesita y van a tener la oportunidad de votarnos».

El 11 de julio de 2015, Rosa Díez dejó de ser oficialmente «la jefa» -así la llama su entorno- de Unión Progreso y Democracia. Fue después del descalabro de las listas magentas en las elecciones andaluzas y las municipales , que sacó a relucir una fractura interna que ya venía de atrás. Por un lado, los que querían una alianza con Ciudadanos, que ya había quedado descartada en una chapuza táctica. Por otro, los hooligans de la pureza de ADN del partido, decididos junto a la líder a conservar la autonomía a ultranza y los valores de UPyD a costa, si era menester, de los propios votos. Y bien que pagaron el precio en las urnas y con una grave sangría de militantes , amén de una rebelión de críticos que tuvo su epicentro en el europarlamento y supuso la salida de la organización de figuras clave como Toni Cantó , por no hablar del distanciamiento de Irene Lozano.

Pero Rosa Díez lo volvería a hacer. No es fácil de entender, pero a pesar del aquelarre y el hundimiento electoral por el que ha atravesado UPyD en los últimos meses, su sentimiento prioritario es de «orgullo». El suyo es un partido «patriota, revolucionario, transformador», que en sus apenas ocho años de vida ha «triunfado políticamente» al imponer el concepto de la regeneración -tolerancia cero con la corrupción- y la superación del bipartidismo. Otros se sumaron después a todo eso, pero UPyD fue el primero.

«Gracias a lo que hemos defendido, España ha cambiado para bien, tengamos el resultado electoral que tengamos. Lo que ha hecho UPyD es muy grande», sentencia la exportavoz que no esconde su temor a que ese «oasis» de avance desaparezca, puesto que ha sido «

encargado a quien no cree en ello». Los partidos emergentes y los partidos de siempre. « Hoy todos hablan... pero nadie lo practica, sólo nosotros . Seguimos siendo una isla», lamentjka. Pero para que UPyD, -que sí cree en ello-, pueda gestionar ese patrimonio tiene que estar en las instituciones. O sea, lograr votos. La conversación se vuelve circular y regresa al punto de partida. Ya vendrán, es su respuesta. Toca «resistir», -que no aguantar, diferencia- y buscar la manera de recuperar la senda del éxito electoral, pero «defendiendo lo que defendemos, sin pervertirse por el camino». ¿Y los que se quedaron en él?. «La gente que se quiso ir se fue. En el camino no se ha perdido nada» . «El tiempo nos va a dar la razón», asegura.

Mientras escucho a Rosa Díez trato de descifrar sin éxito si es la killer narcisista que retratan sus críticos, una especie de sacerdotisa que maneja UPyD como una secta hecha a su medida y corta la cabeza de quien le lleva la contraria, o si son ellos los que no han comprendido que solo con un genio como el suyo se puede construir un partido de la nada . También trato de ver si su optimismo hipervitaminado es una pose cínica, es supervivencia, o fuerza natural ante la adversidad. A esta mujer, la ETA de los años de plomo le mandó un paquete bomba a domicilio. No van a ser los reveses políticos los que la dejen fuera del juego político.

Pero tampoco es toda hierro y preclaridad. En marzo y mayo, tras las debacles en los comicios, tuvo la debilidad asombrosa de regañar a los españoles por no votar a su partido. Que si los andaluces habían elegido siglas llenas de corruptos, que si ellos habían hecho un partido para Dinamarca y -¡ay!- esto es España... Se lo recuerdo y admite que la falta de reconocimiento a UPYD en la

s urnas le produjo «frustración», «cierta sensación de injusticia, de maltrato». Pero según avanza en su reflexión se enreda, va y viene, se recrimina que en dentro también olvidaron que ellos mismos eran españoles, aunque confiesa que no es capaz de identificar qué hicieron mal, y que vive con «esa perplejidad» de no poder enumerarlo. «Creímos que con hacer las cosas bien ya era bastante, pero no llegó a la gente», dice, y se esfuerza por reparar aquella bronca inoportuna con un resultado cuestionable. «Confío mucho en los españoles -dice-, me gusta la política porque me gusta la gente. La cualidad propia de los españoles es que al final hacemos lo correcto. A lo mejor tenemos la culpa de que no se hayan portado muy bien con UPyD».

La otra muestra de que la líder es humana es Andrés Herzog. Su heredero orgánico -es el actual líder oficial del partido- y político, del que habla con una emoción tal que, de repente, le cuesta encontrar las palabras. Es cuando yo tengo la certeza de que en estos meses de cisma Rosa Díez lo ha pasado mal de verdad, aunque nunca vaya a contarlo. «Andrés Herzog es de oro macizo en sus convicciones, en su modo de enfrenar los problemas, en no desmoronarse... es una persona extraordinaria. Un hombre con una gran vocación de servicio público -dejó una meteórica carrera de yuppie en plena City para dedicarse ala política- y espero que los españoles se den la oportunidad de disfrutarle». Ahí queda eso. A ver si esta vez toman nota los votantes.