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Análisis

Juicio sumarísimo a Pedro Sánchez

«Pese al estado de nervios apocalíptico que Podemos ha inoculado en el bipartidismo, Sánchez aún debería gozar del beneficio de la duda»

Juicio sumarísimo a Pedro Sánchez Efe

Por Manuel Marín

Desde que el pasado julio fue elegido secretario general de los socialistas, Pedro Sánchez confió en que el PSOE continuaría su tradición, como tantas otras veces: tras la lucha fratricida de un congreso a degüello entre aspirantes, los navajazos quedarían en un olvido simulado; y el ganador, por pocos votos de ventaja que obtuviera, tendría a todo el partido unido para fortalecer su liderazgo. Desde 2000, ocurrió con José Luis Rodríguez Zapatero frente a José Bono, y después con Alfredo Pérez Rubalcaba frente a Carme Chacón. Seis meses han bastado a Sánchez para comprobar que esta vez no ha sido así. Fue discutido prácticamente desde el primer momento, víctima de una carencia afectiva entre sus bases y de un progresivo grado de desconfianza en su capacidad para reactivar al partido.

Probablemente el tiempo dé la razón a quienes predijeron que Sánchez ganó por el descarte de los otros dos candidatos -uno de ellos Eduardo Madina-, más que por su capacidad real para concitar apoyos en torno a un liderazgo sólido. Entonces, el PSOE apostó por la mejor opción de las tres posibles. Sin embargo, lo que originariamente se planteó como una renovación a fondo del partido, como un rejuvenecimiento imprescindible tras la demoledora etapa de Rodríguez Zapatero y la transición fallida de Pérez Rubalcaba, hoy no parece ser la solución definitiva. Se le achacan demasiados síntomas de debilidad e inconsistencia, y los promotores de su acoso y derribo ya ni siquiera se ocultan.

A Sánchez le perjudica la velocidad del corto plazo. Los tiempos cambian y las urgencias del día a día condicionan la solidez de un líder más que la clásica capacidad estratégica del largo plazo. No hay paciencia. Y aunque fuera al revés, Sánchez tampoco está demostrando una visión eficaz sobre el rol que debería desempeñar la socialdemocracia en España durante la próxima década. O sobre la réplica que debe dar un partido con una óptica moderada y pragmática del progresismo a los excesos populistas de una extrema izquierda cuya única excusa es el hartazgo antisistema. De error en error, el PSOE parece empeñado en someterse a cíclicas refundaciones virtuales sin el grado de fortaleza necesario para la consolidación de ninguna de ellas.

Aún no es cuantificable qué porcentaje de su electorado está infectado por el virus de Podemos . Será menor del que hoy pronostican las encuestas porque la lógica dicta que aflorará un voto oculto relevante. Pero el PSOE repite los errores de una conspiración permanente instalada sobre una confabulación de rasputines de nuevo cuño y manejos de vieja guardia. Hay quien teme en el PSOE que el progresivo grado de descomposición llegue a ser incontrolable hasta el punto de perder su vocación nacional. El riesgo de quedar reducido a un partido casi marginal, con peso real e influencia política apenas en Andalucía, no es una quimera sino un temor creciente. Su suelo electoral es de 110 escaños. Bajar de 100 sería una catástrofe que inevitablemente identificaría al PSOE con la UCD más caduca de los años ochenta.

El PSOE une a un liderazgo basado en el mero cultivo de la imagen, la decadencia de una organización interna desfasada, desunida y en muchos casos desleal. También es evidente su incapacidad para cerrar definitivamente un debate programático coherente sobre el modelo de Estado o sobre las respuestas eficaces del nuevo socialismo a los retos de las sociedades globalizadas. No basta con exhibir un difuso espíritu federal como argumento multiusos o de ocasión, ni con enarbolar una reforma constitucional indefinida como medio de todos los males.

Sin embargo y pese a los errores de Sánchez, el PSOE no está siendo justo con él. El margen de error que se le ha impuesto es muy inferior al de otros antecesores. Se le condena al cadalso en un juicio sumarísimo sin tiempo para preparar su defensa. El vaivén de los estados de opinión fabricados artificialmente en tertulias al servicio del populismo es más fuerte incluso que las venganzas en el PSOE, o que el rencor de los fallidos aspirantes a la secretaría general. Pese al estado de nervios apocalíptico que Podemos ha inoculado en el bipartidismo, Sánchez aún debería gozar del beneficio de la duda y no del castigo de la deslealtad... Con permiso de Díaz, Chacón, Madina, Zapatero, Bono, González...

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