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el batallón de los perplejos

El «pequeño Nicolás» en la España mínima

Con labia y 50 fotos con personalidades, Francisco Nicolás demostró lo fácil que se lo pone España a un pillastre. Ya saben, como aquel que en el Vaticano preguntó: ¿quién es el de blanco que está con Benavides?

El «pequeño Nicolás» en la España mínima ABC

por álvaro martínez

En la historia de los impostores que han asombrado al planeta, Francisco Nicolás Gómez Iglesias , que ha llegado a nuestras vidas estos días como «el pequeño Nicolás», ocupa un lugar también diminuto si nos atenemos al beneficio que ha sacado de su formidable historia de suplantación. En la España de los mil millones de los ERE tramposos, la Gürtel, las «tarjetas black», las montañas de langostinos devorados por sindicalistas o el dinamismo fiscal de los Pujol (esos «Patriotas sin Fronteras»), este episodio ocupa un lugar irrisorio.

Incluso si se acude a la tajada que han sacado otros célebres estafadores extranjeros, los 20.000 euros, que supuestamente consiguió Francisco Nicolás de un manchego, son una nimiedad si los comparamos con los 2,5 millones dólares que, con cheques falsos colocados en 26 países en los años sesenta, sacó de su engaño Frank Abagnale Jr., que fingió ser piloto de la Panam, médico pediatra o abogado.

También fue Nicolás mucho menos imaginativo y audaz que el checo Víctor Lusting, que en los años veinte logró vender dos veces la Torre Eiffel como chatarra, a sendos «mirlos», después de leer una gacetilla de prensa que narraba los problemas de mantenimiento de ese prodigio en hierro. No contento con tan extraordinaria proeza, años después Lusting estafaría 50.000 dólares al mismísimo Al Capone. Más cercano en el tiempo, el francés Christopher Rocancourt se presentó en la costa oeste de Estados Unidos fingiendo ser un Rockefeller, sobrino del modisto Oscar de la Renta y del productor Dino de Laurentis, «trile» continuado en el tiempo que le ha reportado entre pitos y flautas cuarenta millones de dólares desde la década de los noventa hasta la fecha.

No, nuestro «pequeño Nicolás» solo se parece a aquel Franck Abagnale en que sus amigos del barrio de Prosperidad («la Prospe», de toda la vida) le llamaban «Frankie» cuando iban a tomar cañas y boquerones en vinagre a «Casa Emilio». Más se asemeja su historia a la de Bartolomé Rubia Muñoz, «Bartolín», que en 1998 fingió haber sido secuestrado por dos etarras en La Carolina (Jaén), de donde era concejal, y no contento con ello, se erigió a sí mismo en héroe nacional por unas horas, pues aseguró que había conseguido escapar en Irún de un cautiverio de chiste en tren, con transbordo en Atocha.

Esa búsqueda de notoriedad es la misma que pudo seducir en un principio a Francisco Nicolás, entregado en cuerpo y alma a retratarse con toda celebridad que se pusiese a tiro de cámara, una fascinación que recuerda también a la Enrique Jiménez, conocido en la tele como «Mocito Feliz», ese señor con barba desaliñada cuyo oficio es ponerse detrás de todo famoso que esté haciendo declaraciones. Ya lo ha fichado Santiago Segura para su última «torrentada». Producto nacional, lo da la tierra.

Metido en harina, y en vez de estudiar, Gómez Iglesias utilizó su álbum de fotos con políticos para ir introduciéndose como una parte más del atrezo que decora el escenario donde se cuecen los negocios de claro-oscuro en España, ese submundo de conseguidores y «vendemantas» a tiempo completo que con un poco de labia, dos cochazos y un yate alquilados en Marbella y estando «siempre ahí detrás» se convierten en personaje, caldo en todas las salsas. El caso del «pequeño Nicolás» nos demuestra que a veces España se hace mínima.

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