Así entrena el Ejército español el rescate de rehenes en territorio hostil

La misión comienza con el capitán Frau explicándoles a sus hombres cuál es la misión y en qué consistirá el operativo. Las fuerzas españolas han sido desplegadas en la frontera de dos repúblicas imaginarias, Coral y Opal, que, tras años enzarzadas en una ominosa guerra, han firmado una paz precaria que una misión internacional de la que los soldados españoles forman parte intenta consolidar pero que es constantemente violada por grupos guerrilleros locales.

En ese delicado escenario, los hombres del Regimiento de Infantería Ligera Palma 47 , los que forman el contingente, han sido informados por personal diplomático de que un grupo de cooperantes españoles en una aldea remota ha pedido ser evacuado urgentemente ante la creciente hostilidad del notable integrista que gobierna el pueblo. La amenaza de secuestro es inminente.

Arranca entonces lo que en terminología de la OTAN se denomina Operación NEO, Non-combatant Evacuation Operation, evacuación de personal no combatiente. Como explica el capitán a sus hombres, la clave será actuar rápida y sigilosamente. Por eso la operación se llevará a cabo en la total oscuridad de la noche. Completada la exposición del PowerPoint con toda la información de los peligros del camino y de la situación de los cooperantes, llega el momento de pasar a la acción.

En escasos minutos, los soldados, equipados ya para el combate, embarcan en los vehículos que los llevarán a la aldea. Para no ser vistos, los blindados y los todoterrenos que participarán en la operación inician la marcha solo con las luces de guerra conectadas. Emiten unos haces azules casi imperceptibles en la distancia y con los que el conductor apenas vislumbra los lindes del camino.

Mientras la columna se pone en marcha, los cooperantes permanecen retenidos en una de las modestas casas del pueblo. Han sido informados de que los militares intentarán su rescate esa noche y por eso, pese al acoso que sufren, procuran a toda costa no abandonar la ubicación que han dado al personal de su embajada. Ignoran que tiradores de élite españoles se han apostado sin ser vistos en las colinas que los rodean y que a través de la mira de sus fusiles de precisión Barrett observan atentamente para informar en tiempo real de cualquier novedad.

La marcha del convoy es lenta, exasperantemente lenta. Lo primero es garantizar su propia seguridad y eso exige parar una y otra vez para comprobar que «los malos» no han colocado trampas en la ruta. Las minas y los artefactos explosivos improvisados (IED) son uno de los principales peligros en zonas de operaciones como Afganistán o en su día Irak. Hacen falta horas para recorrer apenas unos kilómetros.

Periodistas en la maniobra de la Jornada de Corresponsales/ÁNGEL MANRIQUE (ET)

Finalmente, en mitad de la nada y de la oscuridad se distinguen las siluetas de la aldea, una réplica de un típico pueblo afgano que el Ejército ha levantado en el secarral toledano. Los Santana Aníbal preparados para el traslado de los cooperantes quedan ocultos a la entrada de la población, mientras los blindados y una patrulla a pie enfilan hacia la boca del lobo. Allí se encontrarán con los seguidores del notable local que intentan cortarles el paso lanzándoles piedras. Los militares españoles se abren paso a manotazos y logran mantener un perímetro de seguridad en torno al vehículo. Como explicará en el «briefing» posterior el teniente al mando, los soldados más corpulentos han sido dispuestos en la vanguardia para poder asegurar el avance sin tener que abrir fuego.

Cuando llegan a la casa, la resistencia se recrudece. Armados con sus fusiles de asalto HK , cinco militares españoles acceden a la vivienda y aseguran las ventanas. A partir de ahí los acontecimientos se precipitan: «Cooperantes, aquí» grita uno de ellos. Después les pregunta uno a uno sus nombres. Esto es vital. Se trata de comprobar que todos son los españoles y no un elemento local que los insurgentes hayan podido infiltrar como hombre-bomba. Identificados a toda prisa y en medio de la confusión, cada uno de los rehenes es asignado a un soldado que a partir de ese momento se convertirá en su sombra. Ahora toca echar a correr, mientras el blindado y el resto de la patrulla cubren su salida.

Es entonces cuando otro grupo de militares que representan el papel de insurgentes emboscados dispara sobre ellos fuego de fusilería. La respuesta es automática. Los soldados tumban a los rehenes en el suelo y con su rodilla en tierra responden a los disparos. Localizado el origen del fuego, entran en acción los francotiradores de las cotas próximas. Su fuego suprime la amenaza y cautivos y rescatadores pueden reanudar su fuga hasta los Aníbal que los esperan. Sufrirán otras dos oleadas de fuego más, que requerirán idéntica respuesta.

Sorteado el tiroteo, los rehenes son instalados en los coches junto a los soldados que los han salvado. Empieza el viaje de regreso a la base, la primera etapa de la repatriación. Pero el peligro no ha pasado. También en el trayecto de vuelta, la posible presencia de trampas en el camino obliga a desplazarse con fatigosa lentitud. Finalmente, casi cinco horas después de iniciada la operación, el convoy rebasa la alambrada que rodea la posición. Los militares pueden felicitarse porque han cumplido su misión sin sufrir bajas, los civiles respiran tras haberse visto atrapados en una situación crítica y en pocos días estarán en casa.