X aniversario de la boda real
La transformación de Doña Letizia
La Princesa ha sustituido su espontaneidad por prudencia
Doña Letizia no es una Princesa convencional, ni nunca se ha propuesto serlo. Desde su primera aparición ante la prensa, aquella chica inteligente y con criterio propio, con los pies en la tierra, llena de chispa y de vida dejó claro que tenía una fuerte ... personalidad. Aunque su deseo era seguir «el ejemplo impagable de la Reina», ella aportaría su sello personal, su propio estilo, adaptado a su edad y a su generación. A falta de un manual para Princesas, Doña Letizia aprendería sobre la marcha, acompañando a los demás miembros de la Familia Real.
Sabía que su perfil no era el esperado para la prometida del Príncipe de Asturias, por lo que tenía que poner todo su empeño en conseguir que no se pusiera en duda su idoneidad para el papel de Consorte. Eran tiempos en los que Doña Letizia transmitía entusiasmo ante el proyecto de vida que le había propuesto el Príncipe, una vida al servicio a España y a los españoles.
En pocos meses, aprendió a controlar su espontaneidad y a ocupar un segundo plano, se armó de prudencia y discreción y trató de responder a lo que los españoles esperaban de ella. A su lado, al Príncipe se le veía feliz.
Empezó a vestirse, peinarse y maquillarse como ella consideraba que debía hacerlo una Princesa. Aprendió inglés, escuchaba con interés a todo aquel que se acercaba a saludarla y tomaba notas en su cuaderno durante algunos actos oficiales. Durante los primeros años que siguieron a la boda, Doña Letizia no escatimó esfuerzos para aprender a desempeñar su papel, para encajar en una Institución y en una familia tan diferentes a lo que ella había conocido.
Sin embargo, Doña Letizia nunca lo tuvo fácil. Aunque mayoritariamente los españoles la recibieron con los brazos abiertos, siempre hubo algún sector que la convirtió en blanco de sus críticas.
Al año y medio de la boda, nació la Infanta Leonor y poco después Doña Letizia se quedó embarazada por segunda vez. Pero antes de que naciera Sofía, la Princesa afrontó uno de los momentos más dolorosos de su vida: la muerte de su hermana Érika, que la dejó para siempre una cicatriz de tristeza. Después llegarían otros momentos dolorosos y algunas traiciones, incluso de sus propios familiares.
A pesar de que en estos diez años la Princesa ha ejercido su función institucional de forma correcta y no ha cometido ningún error importante, cualquier asunto menor que la afectara se ha convertido en objeto de debate. Ya fuera su forma de vestir, la altura del tacón de sus zapatos, un comentario informal en un corrillo o el número de veces que repetía un modelo. Con el tiempo también tuvo que aprender a encajar las críticas, muchas veces injustas, y los resultados de las encuestas, que por primera vez suspendieron a la Institución de la que ella forma parte. La Princesa, además, es la peor valorada: los primeros son la Reina y el Príncipe, seguidos del Rey.
A medida que ha ido aumentando la presión a la que estaba sometida, Doña Letizia ha ido evolucionando hacia una actitud menos espontánea y extrovertida, más serena y cauta. También ha ganado madurez y experiencia. En ocasiones, transmite una sensación de desencanto. La etapa más difícil la vivió el pasado verano, cuando la Princesa se refugió en su propio espacio. Una situación que Don Felipe, quien mejor la conoce y más quiere, logró encauzar y que, tras las vacaciones, quedó superada. Desde septiembre han vuelto a recuperar la imagen de matrimonio unido .
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