110 motivos para admirar a españa
España, con naturalidad
La condición española la he vivido siempre con absoluta naturalidad, pese a que trataran de cuestionármela permanentemente ciertos paisanos de mi tierra
antonio basagoiti. expresidente del pp del país vasco
Decía Dürrenmatt que lo más difícil de demostrar es lo evidente. Creo que algo que tiene que ver mucho con esta frase me pasa a mí cuando tengo que explicar lo que me dice la palabra España y cuando me pongo a buscar razones, ante ... un nacionalista, de por qué el País Vasco es España. En realidad sería él quien me tendría que explicar por qué dice que no lo es, ya que es él quien se empeña y quien ha hecho doctrina de la negación de lo obvio.
Yo es que la condición española la he vivido siempre con absoluta naturalidad, pese a que trataran de cuestionármela permanentemente ciertos paisanos de mi tierra. Quiero decir que no han conseguido nunca colocarme en esa situación de desventaja, de inferioridad, de ilegitimidad, de precariedad ontológica y moral propia de un acusado que tuviera que explicar su inocencia ante un tribunal, que es exactamente lo que ellos pretenden con ese discurso y esas actitudes. No me he visto nunca con la sensación de tener que demostrar nada ni de tener que dar datos ni razones. No me he sentido jamás en una tierra conquistada sino en todo caso en una tierra de conquistadores y, en último caso, en una tierra que me conquista todos los días el corazón precisamente porque la reconozco, porque la percibo, porque la siento «como España» y también porque la necesito como tal.
La necesidad de algo o de alguien no sólo se siente cuando no se tiene. Pienso que es parte del aprendizaje de la vida experimentar y admitir esa necesidad a tiempo, cuando ese algo o ese alguien está con nosotros, cuando lo disfrutamos y no lo hemos perdido. Es triste acordarse solo de un bien preciado cuando se pierde o cuando nos lo quieren arrebatar y lo vemos en peligro. Admiro mucho a Unamuno pero «no me duele España». España me quita dolor por el contrario. Me cura. Me ha sanado siempre de mis roces y golpes, de las heridas cotidianas que ha producido la política vasca. Cuando he cogido la moto y me he recorrido el país de un extremo a otro en una jornada; cuando me he ido hasta Fuenterrabía o hasta Sevilla surcando las carreteras españolas; cuando he cruzado la meseta castellana o he seguido la Ruta de la Plata o he arribado las Rías Baixas o la Costa Brava; cuando he atravesado La Alcarria o La Mancha, España no me ha dolido sino que me ha acogido. Me ha emocionado y me ha entusiasmado. Me entusiasma siempre que pienso que soy un hijo de ella.
No me duele España. No tengo el sentimiento trágico de la vida que tenía don Miguel. Me han dolido las muertes, los asesinatos de españoles. Eso sí me ha dolido. Pero quizá por esa triste y terrible realidad que he presenciado durante años, no soy propenso a la exteriorización dramática. No soy amigo ni en los afectos ni en las comparencencias públicas de los melodramatismos ni las oratorias lacrimógenas, trágicas, teatrales. Como no soy tampoco voluble ni en el amor ni en la amistad. Soy amigo de la lealtad y la fidelidad, de la constancia, de cultivar aquello que quiero y a quienes quiero en el día a día; de no decepcionarles, de dar la talla por ellos, de proclamar esos grandes amores de mi vida sin excesos retóricos ni vacilaciones tampoco. Sé y he aprendido a valorar la condición española, mi españolidad de vasco con esa constancia, con ese orgullo, con esa lealtad y esa fidelidad profundas pero no histriónicas; con esa naturalidad de la que hablo.
Dieciocho años en la política
Naturalidad que he tratado de llevar al ejercicio de la política en el País Vasco durante los dieciocho años que he dedicado a ella. Para mí, amar a España es haber intentado no decepcionarla; estar a su altura y de todo lo que me ha dado; estar a la altura de su Historia y de su testamento; a la altura de quienes han perdido la vida por ella; de aquellos a los que, por ser españoles, esa vida se la quitaron. Amar a España desde el País Vasco es ser consciente de que la nación es un legado que se pasa y se transmite de padres a hijos; es amar los textos de sus escritores, de sus narradores y de sus poetas; de Miguel de Unamuno, de Pío Baroja, de Samaniego, de Juan Larrea, de Gabriel Celaya, de Blas de Otero… Es asumir las glorias y las culpas, las grandezas y las miserias, las luces y las sombras del pasado; de los hombres de ascendencia vasca que se comprometieron con el destino de mi nación: Miguel López de Legazpi, Juan Sebastián Elcano, Diego de Arana, Hernando de Guevara, Cristóbal de Oñate, Francisco de Ibarra, Sebastián Vizcaíno, Pascual de Andagoya, Alonso de Ercilla, Pedro Sarmiento de Gamboa, Domingo Martínez de Irala, Juan de Garay, Bruno Mauricio de Zabala… El mismo hecho de que varios de esos hombres no nacieran en las provincias vascas de las que eran oriundas sus familias no hace sino añadir más evidencias de la integración de los vascos en la historia y en la vida, en la tradición y en el destino de España.
«España me entusiasma siempre que pienso que soy hijo de ella»
No quiero convertir este artículo en una fría retahíla de nombres que avalen lo que ya todos sabemos aunque algunos lo discutan y quieran cambiar el pasado ante la imposibilidad de cambiar el presente. A esos nombres y a otros que recordamos de unos siglos que ya nos quedan lejanos, debo añadir los de las 857 víctimas del terrorismo que leí el 24 de marzo de este año en una de mis últimas intervenciones en el Parlamento de Vitoria. También esas víctimas están comprometidas con el destino de España. También sus nombres y su sacrificio nos comprometen en ese destino y en esta realidad cotidiana. Siempre he sentido en los puestos políticos de responsabilidad que he aceptado y en lo más íntimo de mi alma mi deuda con esos héroes de España y con sus familias. Y siempre que he mirado a los terroristas, como a sus cómplices políticos, a la cara, he sentido gratitud a quienes perdieron la vida por defender España como una causa que es y será siempre la mía.
Como vasco (no podía ser de otra forma) siento más profundamente que nadie todas las palabras y sus conceptos que me invocan la palabra y el concepto de España. Para mí España es libertad. Es fraternidad. Es solidaridad. Es modernidad. Es seguridad. Es realidad y es también esa naturalidad con la que he intentado hablar en estas líneas de ella: de un asunto tan difícil por lo que decía el alemán Dürrenmatt: por lo que tiene de evidente.
España, con naturalidad
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