110 motivos para admirar a España
Valencia como forma de «estar» en España
El pueblo valenciano se afana en derrumbar tópicos sobre su imagen
CARLOS MARZAL
Uno de los aspectos más interesantes de la gramática española es el de la existencia y los usos de los verbos ser y estar . La relativa extravagancia de que existan dos verbos, para expresar aquello que la mayoría de las lenguas próximas expresa ... sólo con uno, representa uno de los pocos aspectos complicados en la enseñanza del español para los extranjeros.
Como sucede con casi todas las dificultades de los idiomas, el uso de los verbos ser y estar responde, más que al capricho de las reglas, a las reglas del capricho, porque se ha forjado con la respiración de los hablantes , con su forma de vivir y de sentir el universo. A veces olvidamos que las lenguas consisten, por encima de cualquier otro asunto, en maneras de asentarnos en la realidad. Las palabras son cosas que añadimos al mundo para servirnos del mundo de las cosas.
Cuando reflexionamos acerca de los pueblos, una de las tentaciones clásicas estriba en incurrir en la generalización que cree en los caracteres nacionales. Lo español, lo francés, lo alemán. Lo valenciano, lo catalán, lo andaluz . Todos esos conceptos sirven para abreviar nuestras opiniones durante una charla de sobremesa, pero no se sostienen en una discusión rigurosa. Los pueblos, por más que generalicemos, están constituidos por la suma de sus individuos a lo largo de la Historia, y los individuos, por mucho que participen de conductas comunes, son cada uno de ellos su propia excepción.
Los pueblos -es decir, la suma inconcreta, escurridiza y azarosa de sus individuos-, más que una forma de «ser», se diría que son una manera de «estar». De estar en el mundo, de estar en relación con el resto de los grupos humanos. Sin aventurarnos más de la cuenta en honduras lingüísticas y filosóficas, el verbo ser apunta sobre todo a la permanencia, a lo inmutable, a la naturaleza de las cosas, mientras que el verbo estar sugiere lo transitorio, lo accidental, lo que modelan el tiempo y los hechos particulares. Digamos que nadie sensato puede ser feliz por sistema, sino sólo estarlo en relación a las circunstancias.
Hay un tópico insidioso -y que, como todos los tópicos y todas las insidias, contiene medias verdades y verdades completas-, según el cual la idiosincrasia valenciana es una mezcla hiperbólica de derroche inoperante, molicie sensualista e individualismo acérrimo. Sin embargo, a esa supuesta manera de ser se le pueden encontrar cientos de ejemplos que la contradigan. A la Valencia de la abundancia costera se le puede oponer con fácil contundencia la Valencia estoica, tan desconocida, de los pueblos del interior: de la Sierra Calderona o de la Sierra de Espadán, por ejemplo. El espejismo de la sensualidad perpetua de las criaturas «sorollianas» que se bañan desnudas en la orilla del mar, lo refuta el trabajo minucioso -también sorolliano- de los agricultores y pescadores que se parten el espinazo bajo el sol turístico. La leyenda insolidaria la destruye la evidencia de una construcción común de la Comunidad, generosa con el resto del país.
De tal modo, más que creer en una forma de ser valenciano , soy partidario de sugerir que hay diferentes maneras de estar, como valenciano, en España. Maneras que no son exclusivas de los valencianos, ni insólitas, ni asombrosas, pero que, precisamente por ser de todos y de ninguno, pueden entenderse como valores patrimoniales.
Me gusta traer al tapete de esta reflexión la idea integradora y transnacional de «lo mediterráneo», un concepto que apunta, a través de la cultura, el paisaje, el clima, la alimentación, hacia valores eternos y absolutos. Creo que lo mediterráneo debería entenderse como una aspiración de vida: de buena vida.
Me niego a admitir que el destino del ser humano sea el de fabricar cafeteras o lavadoras, en vez de perseguir la felicidad . A lo sumo, convengo en que la compleja infinitud de lo real nos obliga a fabricar lavadoras y cafeteras, mientras perseguimos cómo ser felices. De ahí que lo mediterráneo -y en ello lo valenciano como una de tantas variedades de lo mismo- pueda y deba cristalizarse en un hedonismo solar que conjugue, sin contradicción, la austeridad y el placer, la entereza y los sentidos. Frente a las políticas de vida puramente economicistas -más o menos «nórdicas»-, partidarias de una continua vocación fabril, entiendo también lo mediterráneo como una juiciosa búsqueda de lo suficiente.
Los valencianos, que hemos resuelto el llamado problema de España no haciendo de España ningún problema -y eso que contamos con el cacareado «hecho diferencial» de poseer una lengua propia (hecho que, dicho sea de paso, no reporta diferencia alguna ni debería acarrear ningún privilegio)-, los valencianos, insisto, que entendemos como una enriquecedora reciprocidad la condición valenciana y española, podemos ser ejemplares: podemos ser un buen ejemplo de cómo estar en el mundo.
Cuando pase esta mala racha histórica , cuando se superen estos años en los que se han cometido tantos desafueros con el dinero público, cuando expurguemos de ciertos indeseables la política y la vida civil, necesitaremos proyectos de vida mayor. Uno de dichos proyectos trata de explicar las diferencias entre los verbos ser y estar. Porque hay un análisis valenciano de la gramática española. Al menos, de la gramática de procurar ser feliz.
Valencia como forma de «estar» en España
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