GOBIERNO

Moncloa, entre el optimismo y el agua fría

De Guindos, el primero de la fila en el Gobierno a la hora de anunciar una recuperación económica a la vuelta de la esquina

Moncloa, entre el optimismo y el agua fría ángel navarrete

MARIANO CALLEJA

Un día después de hacerse público el dato del paro: 6.202.700 personas quieren trabajar y no pueden, el Gobierno comparecía en rueda de prensa tras el Consejo de Ministros. Poco antes de las dos de la tarde dieron la cara la vicepresidenta, Soraya ... Sáenz de Santamaría, junto al ministro de Economía, Luis de Guindos, y el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro. Nada más verlos, lo primero que llamaba la atención eran sus gestos de «todo controlado». Nada de nervios, nada de caras severas, nada de mensajes catastrofistas. Más allá de los mensajes de fondo, y el contenido de las reformas, lo que se vio fue el clásico «una de cal, otra de arena», o dicho de otra forma, una de optimismo, otra de jarro de agua fría. Mensaje en versión reducida: la situación es mala, pero podíamos estar peor, y lo que se avecina no es muy bueno, pero es algo mejor que ahora.

Si ahora mismo hay un optimista antropológico en el Gobierno, ese es Luis de Guindos. En los últimos días, sobre todo, los mensajes del ministro de Economía han estado más cerca de los brotes verdes de antaño que de la cruda realidad del paro. Durante unos minutos, en la sala de prensa se produjo una incoherencia imposible: en la pantalla se reflejaban unas previsiones infernales, con un paro insoportable en los próximos años y un crecimiento diminuto, con la conclusión de que hay crisis para rato. Pero mientras los periodistas miraban esos datos deprimentes, lo que les llegaba a los oídos era casi música celestial. De Guindos se empeñaba en decir que todo indica que la recuperación ya está aquí, que será mejor de lo esperado y que gracias a lo hecho hasta ahora podemos hablar de ello. Las previsiones son «extremadamente conservadoras», repetía De Guindos con insistencia, dejando claro que no se las cree y que todo irá mucho mejor de lo que decían esos cuadros del «powerpoint».

Mientras hablaba, la vicepresidenta parecía observarle con interés, sobre todo cuando subrayaba lo de las previsiones «extremadamente conservadoras», que sonaba a que no se las creen, pero ahí están. Soraya Sáenz de Santamaría puso la nota de frío realismo, al que está adherido el presidente del Gobierno, como se ve en los debates parlamentarios cuando reconoce sin tapujos que no han cumplido sus promesas: «No he cumplido el programa electoral, pero he cumplido con mi deber». Con la misma frialdad realista, Santamaría asegura que «falta mucho» para que los indicadores positivos de la economía, de los que tanto presume De Guindos, se note en la economía real. Es decir, en la calle. Es decir, entre los más de seis seis millones de parados. Falta mucho. Es la de arena. Santamaría reconoce que el dato del paro es «dramático» y afirma que el Gobierno no va a cejar en su política económica, no la va a cambiar, para revertir esta situación.

En medio se sitúa el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro. Recuerda a un científico que busca una solución absorto en las fórmulas y los números. Si hay que subir impuestos, se suben. Si hay que bajarlos, se bajan. Todo sea por el resultado final, el déficit público. Maneja los datos con soltura, pero a él no parece irle eso del optimismo ni el pesimismo. Él quiere, y tiene, datos. Y en ellos se basa. El optimismo, algo mucho más etéreo, se lo deja a otros.

Moncloa, entre el optimismo y el agua fría

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