Muchos quieren que las próximas elecciones gallegas se conviertan en un plebiscito a Mariano Rajoy, y en realidad, a sus medidas. Tal vez es el proceder del ser humano, del ciudadano, que a la hora de votar, se deja llevar por lo más próximo que por lo remoto, o es inducido a un estado de ánimo circunstancial y temporal que hace que se olvide el bagaje, la acción, lo conseguido por el político.
Hay quién dice que a la hora de votar se vota contra. Así pasó en 2004 en mitad del aturdimiento de los peores atentados de nuestra democracia, pero también en noviembre de 2011, aun presentándose otro candidato por el socialismo, se votó contra Zapatero ya apartado de la vida pública. Es la política, es la forma de actuar de la ciudadanía en no pocos casos, más influida por lo último que por la realidad y aplomo de una valoración real y cierta, objetiva y aséptica de lo que unos han hecho y no hecho, prometido o incumplido, aseverado en la oposición y ejecutado cuando se es gobierno. La memoria es frágil, y a menudo trampeamos a conveniencia con ella. Pero no es Rajoy, sino Feijóo, y éste no se inmola por aquél.
En toda acción de gobierno hay luces y sombras. O destacan más unas o las otras, pero nunca se equilibran. No deben hacerlo. Sería un fracaso igualmente. En toda campaña electoral sobra, casi siempre, un exceso de demagogia, de populismo, de tutela a un electorado menor de edad, así nos tratan, o lo hacen algunos, y demasiado arrojo por candidatos que son conscientes y sabedores de las enormes dificultades que atraviesa el país, y también todas y cada una de las autonomías. La oposición reclama hechos, obras, acciones. Pero las grandes obras han fenecido por muchos años. Ha llegado el contrapeso de un péndulo que oscila hacia el recorte draconiano de la inversión, el adelgazamiento forzado y urgente del gasto con un impacto durísimo hacia el estado de bienestar, y una racionalización en la gestión de medios, recursos y presupuestos.
Tirar con pólvora del rey y vendernos una arcadia imposible es fácil. Pero la realidad ya no ciega ni debe cegarnos. Hace falta coherencia. Hace falta credibilidad, hace falta transparencia, convicción y saber qué se tiene qué hacer, decidir y ejecutar. Los tiempos son fundamentales.
No se puede discutir la legitimidad democrática de la decisión, difícil sin duda, de adelantar cinco meses unas elecciones. Siempre hay un cálculo, un estudio, una estrategia y una decisión contrastada, pensada, reflexionada y puesta en común. Es la lógica de la política, de los actores políticos y de los partidos. Que ora pertenece a unos, ora a otros, de la que todos hacen uso, en las autonomías, en el gobierno central y en cualquier estado democrático. Lo que ahora el elector gallego tiene que valorar es el proyecto real de gobierno que unos y otros tienen.
Saber qué van a hacer y con qué medios y recursos y a donde se destinarán las partidas presupuestarias, así como las políticas públicas que son competencia de un gobierno autonómico. Hoy todos sabemos cómo gestionó y gobernó el bipartito y la ruptura nunca disimulada internamente entre ellos y cómo gestionó y con qué, y sobre qué bases y recursos, el gobierno Feijóo.
Llega la hora de la pedagogía y la seriedad, no de la demagogia y el infantilismo de promesas que se saben imposibles. Llega la hora de la responsabilidad extrema de gobierno. Porque gane quién gane las elecciones, Galicia es parte del conjunto, un conjunto que es fuerte con la totalidad de sus partes y que ha de hacer frente al mayor reto de su democracia. No la convirtamos en el plebiscito de Rajoy.




