GASTOS HORMIGA

El vacío silencioso que merma nuestros bolsillos sin darnos cuenta

Las pequeñas compras que hacemos de forma instintiva son el primer eslabón para cuadrar el ahorro de un hogar. Pero los caprichos o las ganas de vivir pesan más en una decisión que lastra nuestras economías

Por costumbre. Por sorpresa. Por descuido. Por capricho. O, simplemente, porque me lo merezco. Si pusiéramos en una lista todas las compras pequeñas que realizamos diariamente, como muchos hogares lo hacen con la cesta de la compra, se percatarían de lo extenso que es ... el reguero de gastos, muchas veces nimios y otras tantas inconscientes, que realizamos casi sin notarlo. Los tenemos tan digeridos que parece que no hacen daño a nuestro presupuesto. Aunque expuestos en un papel, implican un buen agujero de nuestras finanzas. El primero que más agujero nos hace. Y el más complicado de gestionar porque apenas hace ruido en nuestros monederos.

¿Quién no se ha acostumbrado ya a tomar un café diario en la máquina expendedora del trabajo? ¿O quién no compra una botella de agua cuando pasa por el mismo establecimiento todos los días? ¿Quién no se ha dado un capricho todos los viernes por eso, por ser viernes? Existe una gran diferencia entre un pequeño gasto aislado que tiene un impacto económico mínimo en nuestro presupuesto y esas compras que son costumbres de consumo repetitivas que llevan un impacto más significativo en las finanzas personales cuando se observan las cifras acumuladas de estos consumos. Los gastos hormiga. El primer peldaño que impide a muchas familias cuadrar mejor sus cuentas y percatarse de que el 'un euro de aquí y uno de allí' pueden tener más perjuicio del que creemos.

Solo un ejemplo. Si no nos dejásemos diariamente 1,50 euros en un café, al cabo de un año habríamos conseguido casi 400 euros. Solamente en cafés. Evidentemente ese gesto no va a arruinar a una familia ni tampoco le va a permitir ahorrar para una gran compra, como un coche. Pero sí le hace consciente de cómo un gasto inofensivo puede cambiar su estructura económica y todo su presupuesto.

Son hormiga, o vampiro, o fantasma. Son gestos que nos drenan en silencio. Es lo que el Banco de España denomina como 'microspending' (pequeños gastos, en inglés) o «al tuntún». El supervisor considera que la influencia de las redes sociales, la 'diverflación' –un concepto surgido tras la pandemia, por el deseo de gastar más en ocio– y las propias ganas de disfrutar de la vida, indica, «nos conducen a sentir estos pequeños gastos como una forma de recompensa inmediata». Total, no se acaba el mundo... aunque el dinero sí.

Se trata, además, del primer eslabón de la cadena para comenzar a recomponer unas finanzas personales que se ven constreñidas por la inflación galopante que golpea en los tres últimos años: una subida de precios del 40% por un alza salarial que no ha llegado, ni de lejos, al 17% en ese mismo periodo. Así no hay quien pueda vivir holgadamente.

Reconocerlos y actuar

¿Cómo identificarlos? Y ¿Cómo atajarlos? Para poder neutralizar su efecto es necesario saber dónde se encuentran, organizarlos y buscar alternativas de consumo para reducirlos. Para encontrarlos, hay pequeños gastos que son más fáciles de localizar como las compras impulsivas en el supermercado, las tiendas de conveniencia, así como pequeños caprichos diarios como 'snacks'.

Se puede evitar comer fuera de casa, ya que no solo se paga por la comida, sino por todo el servicio y espacio físico; hacer listas de compras y respetarlas; cambiar a mejores planes de proveedor de servicios (luz, teléfono, etc.); cancelar los seguros que ya no nos sirvan... Y, ¿por qué no? Usar más bicicleta o transporte público, en vez del vehículo propio, si se puede. En términos generales, preguntarse internamente, sin aspavientos: ¿realmente lo necesito o es solo un gusto? Es la pregunta que puede empezar a cambiar nuestro dinero.

Analizamos los gastos hormiga de tres perfiles y cómo reconfiguran sus presupuestos, además de comprobar cuáles son sus principales preocupaciones económicas: María del Carmen y Benito, una pareja de jubilados; Manuel y Rosi, un matrimonio de mediana edad con una hija viviendo en casa; y Romana, una chica joven dispuesta a comerse el mundo como actriz.

Mª Carmen y Benito, jubilados de 76 y 79 años

«Se te va mucho dinero pero lo asumes»

La vida de este matrimonio refleja la de otros muchos jubilados que, tras duros años de trabajo, quieren disfrutar de los pequeños detalles en su día a día. Un desayuno de lunes a viernes. Un cumpleaños con los amigos. La pesca. La peluquería. La vida... Son conscientes de que se van dejando parte de su presupuesto en todos estos pequeños gastos, que tienen completamente digeridos, pero a los que no quieren renunciar mientras puedan. «Si te pones a hacer cuentas a final de mes se te ha ido bastante dinero, pero lo asumes», explica María del Carmen mientras toma su habitual café en un establecimiento a pocos metros de su casa en Madrid. «Vamos viendo lo que nos dejamos, pero mientras podemos los hacemos en muchos casos por el placer de estar entretenidos», matiza Benito. «A mí es que no me gusta quedarme solo en casa», admite.

Esa sensación de exprimir su día a día, con sus pensiones y los ahorros acumulados, les supone no privarse de esos «pequeños lujos», como ellos los denominan, pero a la vez a hacerlo «con cabeza», admiten ambos. Mª Carmen tiene una técnica de economía doméstica muy útil: Va haciendo sus «apartados» de dinero, como ella los denomina, para ir pasando el mes. «Así sé que llego y esa es la satisfacción que me da poder hacer este tipo de gastos pequeños de los que muchas veces no te das cuenta, es verdad», indica. Además, si tienen que parar en sus hábitos diarios fuera de casa, ella avisa a Benito: «Le echo la llave y le digo 'hay que tener cuidado, Beni' para llegar bien a fin de mes», afirma.

Mª Carmen y Benito, pagando el desayuno en un bar IGNACIO GIL

Porque «por mucho dinero que puedas tener, siempre hay que mirar por ello», explica Benito. Esos gastos diarios vinculados al ocio, que es donde se dejan parte de su presupuesto mensual, les preocupan algo menos que donde de verdad están notando que tienen que gastar mucho más. En sus compras básicas, como la alimentación. «Los precios del supermercado y de toda la vida diaria han subido muchísimo y lo notamos cada vez más», explica Benito. «Porque día a día te vas dando cuenta de que el mismo dinero cada vez cunde menos y como sigues haciendo lo mismo, llegará un momento en que tendremos que cortar cosas», indica al relatar ese día a día.

Una rutina económica

Esos hábitos tienen unos horarios muy fijados. Más allá de salir a desayunar de lunes a viernes, este matrimonio de jubilados celebra los cumpleaños con otros amigos cada vez que hay un aniversario. También salen a pasear a la sierra durante los fines de semana y, por supuesto, organizan una comida posterior. «Es verdad que a veces nos llevamos un bocadillo, porque hay precios imposibles, pero en otras ocasiones sí que vamos a algún restaurante», explica Mª Carmen. «Sí», asiente Benito. «Pero nos gusta más ir a los restaurantes que el bocata», afirma sonriendo.

El campo es su otra debilidad. Él admite que le sigue gustando ir a la pesca o a la caza cuando se puede. «Es un capricho que me cuesta dinero, por todo el material que conlleva y por el traslado hasta el monte, pero me gusta hacerlo y mientras pueda no quiero privarme de vivir así», explica mientras relata todo su día a día de pequeños eventos, pero con los que disfruta la vida.

50 euros

«Ya no dan para lo que daban hace unos años al comprar en el supermercado»

Porque es precisamente esa realidad, la de exprimir el tiempo que tienen ahora como jubilados, la que les lleva posiblemente a dejarse esa parte del bolsillo a la que casi no prestan atención con los gastos hormiga. «Hemos trabajado mucho y muy duro durante muchos años», recuerdan ambos. «Y hemos mirado siempre mucho por nuestro dinero y nuestros ahorros, porque entonces era muy necesario por la familia y por nosotros mismos», admiten mientras lo rememoran.

Pero ahora han entrado en una dinámica en la que, sobre todo, se les nota que disfrutan. Para evitar esa sensación de vacío, que pueden tener otros muchos jubilados de su edad, aunque ello les implique gastar dinero en compras pequeñas, pero a las que ya están muy habituados. Como ese desayuno de todas las mañana en Feito, donde conocen a los camareros, pasan un buen rato, comienzan el día con ánimo, «que falta nos hace a todos», reconocen.

Manuel y Rosa, 50 años

«Los días de trabajo incitan a gastar aún más»

Puede parecer una contradicción económica en sí misma, pero ir al trabajo implica gastar más de lo que se dejarían quedándose en casa. «En cuanto sales por la puerta, comienzas a dejarte dinero». Es la reflexión que realizan Manuel y Rosa, un matrimonio de 50 años, con una hija de 23, que viven en el barrio madrileño de Vallecas. Una pareja que miran mucho por su bolsillo, sí, pero que también se ven abocados a pequeños gastos tanto por estar muchas horas al día fuera de casa como por, por qué no, disfrutar un poco y salir de la rutina laboral y las preocupaciones que a todos nos acechan día a día.

Manuel y Rosa, haciendo cuentas en su casa ÁNGEL DE ANTONIO

El análisis de Rosa es certero en este sentido: «Notamos mucho que por el hecho de ir a trabajar, te da pie a poder gastar más en cositas pequeñas, pero que al final te van mermando». Al final, esa rutina laboral «te incita, porque, por ejemplo, pasas por una tienda y no compras solamente lo que necesitas, sino que siempre te llevas algo más». Es el gasto hormiga del «por si acaso», aunque después se percate, al llegar a casa, que en realidad no necesitaba ese artículo. «A veces son pequeños caprichos, baratos, pero no te lo piensas», admite Rosa.

Ella suele usar más la tarjeta para pagar. Él prefiere el efectivo. «Es una forma de controlar un poco más el dinero o al menos de intentar controlarlo», explica Manolo. «Saco una cantidad de dinero concreta del cajero, por ejemplo 200 euros, e intento que ese dinero me sirva para el mismo tiempo y los mismos gastos todas las semanas», apunta. Así, va controlando el presupuesto de ambos porque «con la tarjeta no lo tienes igual de amarrado», afirma Rosa.

Encaje de bolillos de euros

¿Y cómo es su día a día en el que esos gastos hormiga van invadiendo sus monederos? A diario, por ejemplo, con los refrescos o comidas que hacen fuera de casa. «Yo no desayuno casi nunca en casa, lo hago en el trabajo», explica Rosa. «Pero a veces, si no hay lo que te apetece, pues vas a la cafetería de fuera y... ahí desayunas y te vas dejando más dinero», reconoce. También suelen llevarse su comida preparada de casa. Aunque «muchas veces ya cuesta más cocinar que comer fuera, la verdad», apunta Manuel. Pero, bien por olvido, bien por capricho, algunos días se saltan la comida preparada en casa. Y es otro gasto más. «También te apetece algo dulce, porque te lo pide el cuerpo, y caes...», sonríe Rosa.

Más allá del trabajo, cuando llega el fin de semana, les gusta salir, quedar con amigos y disfrutar de una vida que, quieran o no, les empuja a gastar algo más, sin darse cuenta. «Si vamos al centro, al volver a casa cogemos un taxi y aunque nos suponga un gasto extra, tampoco lo piensas en ese momento, la verdad», asume Manuel. Eso sí, ambos analizan pormenorizadamente todos sus recibos (luz, internet, etc.). Revisándolos encuentran un ahorro que les permite salvar mejor el mes.

Romana Flores, 26 años

«No puedes dejar de socializar»

Cuando buena parte del trabajo se juega en las relaciones sociales y los contactos en una cafetería, en un encuentro casual o en un evento en el que «hay que estar», los gastos hormiga dejan de pesar, aunque estén ahí y supongan un drenaje en bolsillos de jóvenes como Romana. Malagueña de nacimiento, lleva varios años en Madrid, donde intenta abrirse hueco para ejercer como actriz, su gran pasión. Y en este sector, como en otros muchos del ámbito laboral, «te ves obligada a pararte a tomar un refresco o una cañita porque si no, puedes estar perdiendo una oportunidad», explica.

Esa especie de obligación es uno de los motivos que esgrime esta joven para justificar cómo se le va yendo el dinero casi sin darse cuenta. «Los encuentros con los compañeros son para estar en el sitio justo y socializas y eso te implica a comprarte fuera artículos que en tu casa no ibas a consumir», admite. «Inevitablemente, en mi mundo es lo que ocurre y si quiero seguir ahí presente, tengo que adaptarme a esta realidad, aunque supongan más gastos de lo normal», explica.

Romana en un kiosko de Madrid IGNACIO GIL

Romana también asume que, en muchas ocasiones, realiza ese tipo de pequeños desembolsos, de los que casi no te das cuenta ni tu bolsillo se resiente de forma importante, aunque sí a final de mes, «porque me lo merezco». Es esa sensación de satisfacción, de una recompensa por un trabajo bien hecho, por un día que ha podido ser más duro de lo normal o simplemente porque le gusta disfrutar de determinados momentos.

Esta actriz también tiene identificados otro tipo de gastos hormiga, los que denomina «sorpresa». Por un descuido, por una circunstancia sobrevenida de su ajetreado día a día. Por ejemplo, al comprar una botella de agua que siempre le gusta llevar encima. La puede sacar de su casa, rellena del grifo. Pero en muchas ocasiones, por las prisas con las que se mueve de un lugar hacia otro, la adquiere en un kiosko. «Son dos euros hoy, dos mañana...».

Y sí, también mira mucho por el dinero. «A principios de mes, pago el alquiler y lo imprescindible», afirma. «Y después ya lo que voy haciendo es moviendo mi dinero semanalmente, con previsión de gastos que, en ocasiones se cumplen, pero en otras no», reconoce.

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