El sector sanitario busca un tratamiento de choque para la gestión de sus residuos
Las dispares normativas autonómicas dificultan el tratamiento eficaz de unos materiales heterogéneos y a veces peligrosos y el despegue de los proyectos tecnológicos que abren vías hacia la economía circular
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Planta de tratamiento de residuos biosanitarios de Veolia en Fuenlabrada (Madrid). Esta empresa tiene otra en Vizcaya. El año pasado Veolia trató 1.790 toneladas de estos desechos
Vendas, gasas, mascarillas, batas, bisturís, jeringuillas, sondas, disolventes... que provienen de hospitales, centros de salud, laboratorios e incluso clínicas veterinarias son residuos sanitarios que tienen difícil reciclaje. La gran variedad de estos desechos, la necesidad de evitar contagios para los ciudadanos y la contaminación del ... medio ambiente y una legislación diferente entre comunidades, además con normativas obsoletas que no tienen en cuenta los avances tecnológicos de hoy día, complican la gestión eficiente de estos desechos en los tiempos que corren. De tal forma, que muchos de esos materiales, que se podrían recuperar y tener una segunda vida, se desaprovechan en vertederos o incluso son en otras ocasiones incinerados.
No obstante, el sector sanitario también empieza a ser consciente de su huella de carbono. Según datos de la Health Care Without Harm, una ONG internacional que trabaja por la sostenibilidad de esta actividad, el sector de la salud es responsable del 4,4% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Si fuera un país, sería el quinto emisor más grande del planeta. Y aunque la mayor parte provienen de su cadena de suministros, también sus residuos tienen impacto climático. Así que reciclar los desechos que se puedan contribuiría a reducir esas emisiones. Ya existen algunas innovadoras iniciativas que están en ello.
Incluso la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió el año pasado de la necesidad de mejorar los sistemas de gestión de los residuos sanitarios en cada país. Un aviso que llegaba tras el ingente volumen de estos desechos generados en la pandemia. La OMS estimó que durante los seis primeros meses de la expansión del Covid se adquirieron cerca de 87.000 toneladas de EPIs, es decir de equipos de protección individual. O sea: millones de mascarillas, batas, guantes, gorros... de usar y tirar, como exigía el momento. Los expertos apuntaban que se han enviado más de 140 millones de 'kits' de pruebas, lo que habría generado 2.600 toneladas de residuos no infecciosos (sobre todo plásticos) y 731.000 litros de desechos químicos (equivalente a una tercera parte de una piscina olímpica).
En España, según la patronal Agersan (Asociación de Gestores de Residuos Sanitarios), en 2020, la decena de empresas asociadas gestionaron «un 70% más de toneladas de residuos sanitarios que en 2019, y desde entonces se ha mantenido el volumen generado en los mismos términos», afirma Jorge de Saja, director general de Agersan. «Por ello, a raíz de la pandemia existe una mayor concienciación social del impacto que conlleva una gestión inadecuada de estos residuos sobre el medio ambiente», asegura.
Domésticos
Pero su tratamiento resulta muy complicado por la propia naturaleza de estos residuos, si bien entre el 75 y 85% de estos desechos son domésticos o pueden asimilarse a ellos, es decir a los que generamos en nuestros hogares. Por tanto, «las posibilidades y porcentajes de recuperación y reciclado son las que tengan dispuestas las entidades locales», señala Antonio Ponce, director de Desarrollo de Negocio de Residuos Comerciales e Industriales de Veolia, una multinacional especialista en la gestión integral de residuos, entre ellos los sanitarios.
Por un lado, hay botellas de plástico, 'briks', cartones y papel, vidrio, desperdicio alimentario... que llegan desde las cafeterías de los centros sanitarios, de las máquinas de 'vending' o de departamentos como los de administrativos y almacenes. Se depositan en su correspondiente contenedor (azul, verde, amarillo..) en el mismo centro, como hacemos en casa. «Un hospital es lo mismo que un hogar con diferentes tipos de contenedores. Es el profesional sanitario el que determina qué residuo va a cada uno», detalla Ponce. En este caso, siguen el camino de los residuos urbanos para su reciclaje o, si no es posible, van a vertederos o incineración.
Luego están los residuos que genera la propia asistencia sanitaria: sondas, tubos, gasas, vendajes, guantes, batas... muchos de un solo uso, un material que si bien ha estado en contacto con pacientes no tiene riesgo de infección. Son triturados y tratados también como residuos urbanos. «Si no han estado en contacto con potenciales agentes infecciosos son asimilables a los residuos domésticos», indica Ponce.
Peligrosos
Pero hay residuos sanitarios imposibles de reciclar o reutilizar y que requieren tratamientos especiales. Suponen entre el 5 y 25% de todos estos desechos. Algunos son peligrosos, porque contienen restos químicos, como disolventes y aguas de laboratorio, que se someten a diferentes tratamientos en función de sus propiedades; o están contaminados por sustancias radioactivas (de ellos se ocupa la Empresa Nacional de Residuos Radiactivos, Enresa). Otros se consideran especiales como los residuos citotóxicos: restos de medicamentos que provienen de tratamientos de quimioterapia y tiene efectos cancerígenos o en la reproducción o pueden dar lugar a mutaciones, y que son incinerados. Además, hay restos anatómicos (órganos, huesos...), que se gestionan bajo los reglamentos de la Policía Sanitaria Mortuoria del Estado.
Otro grupo lo forman los residuos biosanitarios especiales, «con potencial infeccioso, es decir que han estado en contacto con enfermedades infecciosas», concreta Ponce. Desde una gasa, sábana, mascarilla o bata infectada a un bisturí o una jeringuilla. «Se incluyen los elementos punzantes y cortantes», añade. «Necesitan estar confinados por el riesgo de contagio y ser procesados por separado, lo que encarece su tratamiento», considera Alberto Vizcaíno, profesor del Instituto Superior del Medio Ambiente.
El sector de la salud es responsable del 4,4% de las emisiones gases de efecto invernadero
Según un documento del Ministerio para la Transición Ecológica (un borrador del Plan Estatal Marco de Gestión de Residuos 2023-2025), estos últimos «en algunos casos se esterilizan, para posteriormente ser triturados y eliminados mediante depósito en vertedero y en otros caso se incineran sin tratamiento previo».
Diversidad normativa
Depende de la comunidad donde se traten se lleva a cabo uno u otro proceso. «El tratamiento más habitual de estos residuos es la desinfección mediante autoclaves industriales que aplican calor hasta unos 120ºC y ciclos de alta presión y vacío, de forma que se garantiza la eliminación del potencial infeccioso de todos los residuos. Una vez desinfectados, reciben un tratamiento mecánico, por ejemplo la compactación, y finalmente son enviados a vertederos», cuenta Ponce.
Es lo que se hace en comunidades como Madrid. «Es una obligación legal. Una vez tratado y desinfectado, no podemos hacer ninguna operación de reciclaje y recuperación de los residuos. Tenemos que enviarlos al vertedero. Esto no se da en otros países europeos. Ya hay nuevas técnicas y tecnologías que permiten extraer muchos materiales de esos residuos con total seguridad. Esperamos que esto se revise próximamente», confiesa Ponce.
Por tanto, se podrían aprovechar y dar un segundo uso. El proceso sería esterilizar los residuos, triturarlos y separar el plástico del metal. «Una parte importante podría ir a reciclado -añade Ponce- y lo que no se puede reciclar ni reutilizar se valorizaría energéticamente para convertirlo en nuevos combustibles».
Los residuos infecciosos se depositan en contenedores rígidos de plástico de 1 a 60 litros. «Están hechos de plástico virgen, no reciclado. En el interior llevan una bolsa que contiene los residuos y es la que se introduce en el autoclave. El contenedor se lava con vapor a presión para asegurar su desinfección y se destruye. Además son contenedores nuevos con niveles de llenado muy bajo, que una vez se cierran no se pueden volver a abrir para evitar contagios. Si se cierra con poca cantidad de residuos se están malgastando 60 litros de volumen. La pandemia puso en evidencia que este modelo no era sostenible», asegura Ponce. De ahí, la necesidad de que estos contenedores rígidos, así como los de un solo uso, se fabriquen en plástico reciclado y que sean también reciclables.
Para recuperar estos residuos hay que superar también otras dificultades que pueden elevar los costes del tratamiento, como advierte el profesor Vizcaíno: «Los productos de un solo uso no están pensados para ser reciclados, sino para usar y tirar. Una mascarilla, por ejemplo, tiene diferentes capas con diferentes materiales, para filtrar el aire, para no irritar la piel, con gomas... Esa complejidad de materiales dificulta mucho el reciclaje y lo hace más caro. También puede resultar más costoso procesar y tratar guantes, batas... que han estado en contacto con agentes patógenos, aunque puedan ser valorizables energéticamente, que llevarlos a una incineradora. Y en las industrias que necesitan un gran poder calorífico para sus procesos es difícil que compitan unos guantes de usar y tirar con un neumático usado».
Legislación obsoleta
Gestionar los residuos sanitarios de forma más eficiente e intentar aumentar su reciclaje es un reto que se hace muy cuesta arriba sin una legislación nacional específica para ellos que armonice las distintas normativas puestas en marcha por las comunidades autónomas. Además en muchos casos son regulaciones de la década de los noventa del siglo pasado, por tanto ya desfasadas y no adaptadas a los avances técnicos de hoy día. «Si se comparan las normativas autonómicas se observan diferencias en la clasificación de los residuos, en las características de las bolsas y contenedores, en la frecuencia de recogida y condiciones de transporte», afirma Jorge de Saja.
Como consecuencia, continua, esto «dificulta enormemente la obtención de datos reales sobre la cantidad de residuos sanitarios que se producen y gestionan a nivel nacional. Lo que se traduce en una gestión desigual en cada comunidad autónoma. Y si estos residuos no son clasificados correctamente, se complica su reciclaje. Por ejemplo Canarias, Baleares y Navarra prohíben el reciclado o la reutilización de determinados residuos sanitarios y Madrid su valorización».
Se da además la circunstancia de que 14 comunidades cuentan con esa regulación (a excepción de Castilla-La Mancha, Murcia y Asturias), según Agersan. Por tanto, «en aquellas que no existe norma de referencia, se pueda dar la situación de que en centros sanitarios de una misma provincia los residuos se gestionen de forma diferente», explica De Saja.
Una situación que también afecta a las compañías que se ocupan de estos residuos, porque la diversidad legislativa «obliga a las empresas a incrementar sus costes para atender de manera diferenciada a las distintas administraciones. Un mayor nivel de armonización facilitaría la gestión de estos residuos y reduciría los esfuerzos y costes administrativos y técnicos de las empresas que operan en varias comunidades».
Ahora es la Ley de residuos y suelos contaminados para una economía circular (de 2022) la que regula de forma genérica los residuos sanitarios. Un texto que ordena la realización de un estudio comparado de la normativa autonómica en el plazo de tres años para valorar la necesidad de una futura regulación nacional.
Ejemplos pioneros
Mientras tanto, surgen iniciativas que hacen posible dar una segunda vida a estos desechos. Como el proyecto Epivalora, una iniciativa pública que partió del departamento de Salud Xàtiva-Ontinyent de la Conselleria de Sanidad con el apoyo de empresas valencianas y diversos institutos tecnológicos. Mascarillas, batas, guantes, cubrecamillas... y plásticos (desde una jeringuilla sin aguja hasta las botellas de suero y los tubos) se han podido valorizar y transformar en 'ecometanol'. «Un combustible que puede alimentar determinados equipos o ser suministrado a otras empresas para utilizar como materia prima en sus procesos de fabricación. Hemos conseguido un metanol con un 90% de pureza. Por cada kilo de residuo tratado y valorizado se generó medio kilo de metanol», cuenta María José Molina, directora de la Unidad de Investigación e Innovación del departamento de Salud Xàtiva-Ontinyent.
Presa que se utilizó en el programa piloto Epivalora para compactar los residuos sanitarios obtenidos del Hospital Lluís Alcayís de Xàtiva. Estos desechos se transformaron en ‘ecometanol’
El espíritu no era otro que «reducir nuestra huella de carbono y ser más sostenibles», afirma. «Las instituciones sanitarias -continúa Molina- somos muy contaminantes. Durante la pandemia se ha hecho un gran uso de los EPIs por razones evidentes, pero después nos han quedado ciertos hábitos que nos llevan a consumir todavía una mayor cantidad de EPIs que antes del Covid. Usamos muchas cosas de un solo uso, no lo podemos reducir por la seguridad del paciente, pero podemos valorizar esos residuos. Son además residuos que van directamente a incineradoras. Es un coste económico y de sostenibilidad».
Con la financiación de la Agencia Valenciana de la Innovación, se llevó a cabo este proyecto en el Hospital Lluís Alcanyís de Xàtiva. El personal sanitario separó en dos contenedores los residuos contaminantes y los que no lo eran. «Contamos con una plataforma inteligente para conocer la cantidad de desechos que se recogían en cada punto, por dónde pasaban, quién los manipulaba... Se conocía toda la trazabilidad», dice Molina. En un almacén se esterilizaban y compactaban para pasar después a una planta y transformarlos en 'ecometanol'. «Si todos los centros sanitarios que generamos residuos fuéramos capaces de valorizarlos reduciríamos el importe económico que cuesta su gestión y nuestra huella de carbono», concluye.
La startup catalana Sustein es una de las pioneras en el reciclaje de residuos sanitarios. De las batas, yesos, vendajes, guantes, mascarillas... ha conseguido un material que sirve como aislamiento térmico (también acústico) y trabaja ahora en el desarrollo de tableros aglomerados. «La construcción es responsable del 50% de la explotación de recursos naturales del mundo. Una manera de que esta industria sea más responsable es fabricar materiales que no provengan de esos recursos naturales sino de los materiales que ya existen en la sociedad. Siendo una industria tan masiva se me ocurrió que podría alimentarse del gran volumen de residuos sanitarios que se generan y que muchas veces están en perfectas condiciones, sin contaminar, no están sucios, y se llevan al vertedero o a incinerar. El 85% de los residuos sanitarios están intactos», cuenta Simón González, fundador y CEO de Sustein.
Los residuos se recogen de centros hospitalarios próximos, y también de industrias que proveen a los hospitales. «Se esterilizan, trituran y se separa la materia prima que podemos valorizar en nuevos productos», dice González. El secreto está en transformar esos residuos (celulósicos y termoplásticos) en una planta industrial para fabricar el material aislante. «Hemos conseguido que los distintos tipos de plásticos y fibras que recogemos se comporten de manera homogénea. Es un producto bastante resistente y duradero, con buena conductividad térmica a la vez que es completamente circular y sano para su manipulación», asegura González.
El aislante se va instalar en un edificio de viviendas para mejorar su eficiencia energética. «Es un proyecto de estudio de arquitectura Pich Architects, donde se utilizará el 80% de material reciclado y reciclable», como el aislante de Sustein.
Esta startup quiere dar a su proyecto un enfoque global. «La idea es generar un sistema para recoger los residuos, esterilizarlos, transformarlos y vender un producto que es reciclado y reciclable. Lo queremos replicar en otras ciudades y crear una red global», dice González.
Si las nuevas tecnologías y la ley acompañan, garantizando siempre la seguridad para el ciudadano y del medio ambiente, quizá haya un filón de nuevos materiales en el reciclaje de los residuos sanitarios.