La reforma sigue pendiente

Durante los próximos meses, la eficacia de esta reforma laboral estará condicionada por dos tipos de incertidumbres: la económica y la jurídica. De momento, no parecen haber convencido los cambios relativos a los contratos de fomento, que en julio se han mantenido a niveles ridículos. Aligerar las condiciones para el despido objetivo por causas económicas era necesario en el medio plazo, en estos momentos es probable que el tiro salga por la culata. Sólo podremos valorar su efectividad a medida que tengamos noticias de los tribunales. Sobre el descuelgue de los convenios colectivos de sector, veremos cómo se lleva en la práctica y cómo se resolverán los conflictos que genere. Varios juristas expertos nos aseguran que con estos tres palos, la reforma laboral será de calado. Como economista, miembro del grupo promotor de Manifiesto de los Cien, estoy convencido de lo contrario.

Con esta reforma no se habrán tocado aspectos esenciales de nuestras instituciones laborales. Al no apostar por un contrato único y mantener los contratos temporales, cabe esperar que la excesiva rotación laboral siga siendo norma en nuestro mercado de trabajo. La negociación colectiva seguirá teniendo una estructura propia del siglo pasado, instrumento de poder de miles de reinos de taifa, el peor de los mundos posibles. El diseño de las prestaciones por desempleo seguirá sin cubrir sus objetivos básicos: garantizar una renta adecuada e incentivar la búsqueda de empleo y el reciclaje. La intermediación laboral seguirá en manos de los servicios públicos de empleo con unos recursos miserables, abiertos a una colaboración con el sector privado con no se sabe muy bien qué objetivos y medios. Y la formación para el empleo seguirá con una gestión de la que parecen sacar más partido los agentes sociales que nuestros empleados y parados. En definitiva, un pequeño paso en la misma dirección, la de un modelo agotado.