FALLECE A LOS 95 AÑOS
Redondo, un sindicalista clave en la Transición
Dirigió UGT durante 18 años, fue decisivo en la elección de González al frente del PSOE y promovió la unidad de acción con CC.OO.
Cuando Nicolás Redondo puso en jaque al Gobierno de Felipe González
Madrid
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Iniciar sesiónNicolás Redondo Urbieta fue mucho más que un líder sindical. Fue un hombre que pagó un alto precio por luchar por la libertad, un personaje clave durante la Transición y el dirigente que aupó a Felipe González a la secretaría del PSOE en el ... congreso de Suresnes. La historia de la restauración de la democracia en España tras la muerte de Franco resulta imposible de explicar sin su contribución.
Nacido en Baracaldo en 1927, Redondo dirigió el sindicato UGT durante 18 años. Había ingresado en 1945 al cumplir los 18 años. A esa edad trabajaba de ajustador en La Naval de Sestao, en la margen izquierda de la ría de Bilbao. Compatibilizó su oficio con la actividad sindical durante más de tres décadas hasta que fue despedido en 1973 por razones políticas. Fue elegido secretario general de UGT en 1976 y dejo el cargo en 1994. Su sucesor fue Cándido Méndez.
Como responsable de UGT, Redondo estuvo en las negociaciones entre la oposición y el Gobierno de Adolfo Suárez durante la Transición. Y, aunque no firmó los Pactos de La Moncloa, apoyó su ejecución, al igual que Marcelino Camacho, su alter ego en Comisiones Obreras. Su relación con Camacho atravesó altibajos. Todavía se recuerda su frase en un programa de TVE: «Mientes Marcelino y tú lo sabes». Pero ambos acabaron por entenderse y forjaron la unidad de acción sindical en los años 80. Organizaron tres huelgas generales (1988, 1992 y 1994) para protestar contra las políticas económicas y sociales de Felipe González, que se tomó la ruptura con Redondo como una cuestión personal. Su relación con Carlos Solchaga, ministro de Economía, fue siempre pésima. No entendía cómo un socialista podía promover recortes de los derechos de los trabajadores.
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Redondo renunció a su escaño de diputado en octubre de 1987 tras un tenso enfrentamiento con el Gobierno socialista. Hasta esa fecha, todos los adscritos a UGT tenían el carné del PSOE, una doble militancia que se acabaría tras la racha de huelgas que debilitó a González e influyó en la perdida de las elecciones de 1996.
El dirigente sindical era miembro de la dirección del PSOE desde el congreso de 1972 y el candidato más obvio para tomar las riendas del partido. Pero, dos años después, renunció en Suresnes a competir por la secretaria, dejando paso al joven Felipe González, un abogado laboralista sevillano de 32 años, defensor de los represaliados de UGT. Nadie tenía más legitimidad que Redondo para haber optado al puesto, pero decidió apoyar a una persona mucho más joven tras la ruptura con el PSOE histórico que representaba Rodolfo Llopis, una fuerza inoperante y anclada en el pasado.
Tradición paterna
Nicolás Redondo era hijo de un dirigente de UGT en Vizcaya que trabajaba en Altos Hornos. Su padre había sido condenado a muerte tras la Guerra Civil, pena que le fue conmutada por 30 años de cárcel. En 1937, cuando tenía diez años, fue evacuado en el buque La Habana en el puerto de Bilbao junto a otros niños republicanos que huían del conflicto. Tras llegar a Burdeos, fue acogido por una familia minera de Herault, con la que permaneció hasta 1940 cuando fue reclamado por sus tutores. Su madre había fallecido cuando apenas daba sus primeros pasos.
Siguiendo la tradición paterna, Redondo fue uno de los lideres en las reivindicaciones obreras en el País Vasco durante el franquismo. Fue seis veces detenido y pasó por diversas cárceles españolas. En 1967, fue desterrado a Las Hurdes. En una ocasión, le escuché palabras de agradecimiento a la población que le acogió con afecto y de sus paseos y sus baños en el río de la comarca.
Redondo fue diputado en cuatro legislaturas consecutivas. Salió elegido por Vizcaya en las primeras elecciones democráticas de 1977 y mantuvo el escaño hasta su renuncia 10 años después. Antón Saracíbar, su número dos, siguió su ejemplo tras expresar su oposición a los Presupuestos presentados por Solchaga. El choque con el Gobierno a finales de los años 80 creó una profunda fractura en UGT que se saldó con fuertes tensiones internas.
La única mancha en su gestión fue el escándalo de la PSV, que estalló en diciembre de 1993. Las siglas correspondían a una promotora de viviendas sociales del sindicato que tuvo que suspender pagos. La investigación judicial afloró numerosas irregularidades contables. Redondo, que no estaba implicado personalmente, decidió asumir sus responsabilidades in vigilando y decidió no presentarse a la reelección.
El sindicalista de Baracaldo, a la que siempre permaneció ligado, era un hombre sencillo y afable. Autodidacta sin estudios, fue un apasionado de la lectura, sobre todo, de libros de historia. Tenía una debilidad: la comida. Como buen vasco, le encantaba compartir mesa y mantel con sus amigos y jamás desdeñaba un buen plato. Su hijo Nicolás, heredero de la estirpe y ex secretario general del PSOE vasco, también es un buen gastrónomo.
Su vida tras UGT
Tras su decisión de dejar su cargo en UGT, Redondo había renunciado a todo protagonismo en la vida pública. No era un hombre adicto al poder, sino un sindicalista comprometido con la democracia y las luchas obreras. Durante su mandato, el Gobierno de Suárez restableció el derecho de los trabajadores a sindicarse y llegó a un acuerdo para obtener la devolución de las casas del pueblo, el patrimonio que UGT tenía durante la República. Siendo consciente de la necesidad de consolidar la democracia, los dos grandes sindicatos adoptaron una postura de moderación, sobre todo a partir de 1977 tras la firma de los Pactos de la Moncloa.
Hay imágenes de aquella época en las que se le ve, junto a Camacho, en la mesa de negociación de la oposición junto a González, Carrillo, Pujol y Arzalluz. Fue un órgano informal con el que Suarez pactó las líneas maestras de la reforma política y la convocatoria de unas elecciones generales.
Todo aquello parece hoy muy lejano y su figura, desconocida para las jóvenes generaciones. Tras fallecer a los 95 años, en su epitafio podría figurar esta sencilla inscripción: «Aquí yace un hombre honesto». Siempre lo fue.
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