CON PERMISO
La SEPI, otro ladrillo para el muro de Sánchez
Yolanda Díaz recupera su plan de sacar la SEPI de la órbita de Hacienda y echarle el lazo para aumentar la vigilancia y control de las compañías privadas. El ministro José Luis Escrivá es sólo la liebre para un futuro relevo en Economía, que otras como Marisú Montero esperan que caiga como fruta madura
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Madrid
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Iniciar sesiónPedro Sánchez sigue levantando en altura su muro de inmoralidad para que ni la media España de la derecha ni la media de la izquierda puedan ver lo que él hace desde arriba. Los voceros del reencuentro aseguran con su lenguaje flácido y ... cursi que «hay un sendero para la legislatura», lo que en verdad viene a ser un «perded toda esperanza» para aquellos que confían en que la coalición Frankenstein colapse por un fallo multiorgánico. El popurrí de partidos que sujetan el sanchismo tiene más elementos de unión que de separación, y el presidente tragará carros y carretas sabedor de que este Gobierno es una cuerda de rehenes que dependen de la colaboración mutua, por amarga que sea. Todos saben, eso sí, que el riesgo de implosión es altísimo y por ello se han propuesto hacer todo cuanto se les permita hacer y a toda prisa. De manera muy incisiva en lo que se refiere al tejido industrial.
En su concepción patrimonialista del Estado -el país es otra cosa que ya consideran suyo desde hace tiempo- las empresas juegan un papel determinante. No porque creen riqueza ni empleo ni oportunidades de un mundo mejor, ¡qué va!, si no porque las consideran vehículos de poder y enriquecimiento rápido con los que compensar los sinsabores de no poder poner un pie en la calle sin ser marcados con un exabrupto, un pitido o una coplilla con mala uva, que España es buena tierra para los que gustan de la fruta. El problema no es que el Gobierno pretenda colarse en las grandes compañías, sino que quieren hacerlo todos y cada uno de los distintos sus socios. Junts, ERC, PNV, Bildu, Podemos y Sumar, valga la redundancia.
La vicepresidenta Yolanda Díaz ha rescatado del baúl no solo el peto con el que se presentó para recoger su «cuquicartera» de Trabajo. También ha recuperado la idea de sacar la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales de la órbita de Hacienda con la excusa de modernizarla y aplicarla para crear un parque empresarial más actual y sostenible. Nótese que lo de «sostenible» en ciertos actores políticos significa que sostenga a la recua de compinches y estómagos agradecidos que jalean y aplauden al portavoz de la genial idea.
De momento, esta misma semana, en el ámbito de las relaciones público-privadas, canalizadas a través del brazo industrial del Gobierno -la SEPI, digo-, y otra vez como de puntillas, Escribano Mechanical & Engineering, empresa española especializada en innovación y tecnología para Defensa y Seguridad, incrementaba su presencia en Indra, para alcanzar ya el 8% del capital, tras haber adquirido un 3,4% en mayo. Y, ¿quiénes son Escribano? Pues es una empresa familiar que comenzó como un taller y se especializó en fabricar mecanizados (piezas metálicas), fundada por Javier y Ángel Escribano, pero con la suerte de contar con un padrino... socialista, claro. A saber: la compañía tiene como número tres y miembro del consejo de administración a Miguel Ángel Panduro, que fue durante ocho años CEO de Ingeniería de Sistemas para la Defensa de España, dependiente del Ministerio de Defensa, por entonces a cargo de José Bono. A finales de 2019 -en concreto, tres meses después de la llegada de Sánchez a La Moncloa-, Panduro fue designado como máximo responsable de Hispasat, otra de las participadas por la SEPI. Desde entonces, la compañía ha crecido como la espuma, gracias a que ha sido adjudicataria de importantes contratos públicos durante la pandemia. Una historia que prometo contar, pero hoy, no.
El caso es que Díaz quiere dejar en evidencia a Alfonso Guerra y demostrarle que además de para ir a la peluquería tiene tiempo para reimaginar el sector privado y lograr un frente unido entre las corporaciones particulares y los negocios gubernamentales a través del partido. La SEPI, toda vez fuera del Ministerio de Hacienda, sería la herramienta determinante para mejorar el liderazgo del Gobierno sobre la empresa privada. Todo por el interés general y contra la codicia de los del puro y chistera. El pensamiento de Díaz, entreverado de gramática parda e ideología peregrina, garantizaría que las compañías privadas, grandes, medianas y pequeñas, siguieran la ideología rectora guiada por el muro sanchista y, a la par, serviría de puente con los díscolos podemitas, para que vean que al final y en contra de lo que brama Pablo Iglesias desde su canal rojo -tirando ya a rosa palo- es Díaz la que ha metido en cintura a empresa y patronal.
Las cuentas de Díaz, hechas científicamente a ojo de buen cubero, conllevan alguna eventualidad. Unas fruslerías de nada. Que la vice Nadia Calviño se asegure el Banco Europeo de Inversiones en un momento en que España ha ofendido a Alemania y Francia con sus ataques a Israel utilizando la presidencia rotatoria europea. Y que el Ministerio de Economía, entonces vacío de Calviño, entrará en una dinámica de mercado persa para repartirse competencias. «Si quieres unir Economía y Hacienda me das la SEPI y aquí paz y después reencuentro», masculla Díaz con sus satélites artificiales. Además y por si fuera poco necesita que el ministro Escrivá siga de convidado de piedra, en plena impostura de futuro candidato a unas competencias que se antojan muy verdes, porque el PNV le vetó al frente de Seguridad Social y no digamos si quisiera saltar al área económica. Con esa fusión ministerial, La Moncloa vendería un Gabinete con un ministro menos, sus arcángeles independientes de la mañana podrían entonar un aleluya editorial y Sánchez pondría otro ladrillo en su muro para la guerra fría con la España constitucional y una pica en Flandes para seguir capitulando ante Carles Puigdemont. ¿Se puede pedir más?
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