Ajuste de cuentas

El oro y los miedos

El récord histórico del metal precioso refleja no una exuberancia irracional, sino una desconfianza estructural hacia el sistema financiero global

El oro supera los 4.000 dólares la onza por primera vez en la historia aupado por el cierre del Gobierno en EE.UU.

Un lingote de oro ABC

En los mercados financieros, pocas señales tienen tanto peso simbólico como el precio del oro. En octubre de 2025, el metal ha alcanzado una cota inédita: más de 4.000 dólares por onza en contratos futuros, casi 3.990 al contado. Este hito no es ... un capricho del azar ni el resultado de una especulación exuberante. Es, más bien, la cristalización de un conjunto de miedos que hoy gravitan sobre la economía mundial: miedo a la inflación persistente, a los desequilibrios fiscales (déficit y deuda) de los países ricos, a la fragilidad del sistema monetario y a la erosión de confianza en las instituciones democráticas.

En momentos de zozobra estructural, el oro reaparece como refugio último. No paga intereses, no genera rentas, pero ofrece algo que los activos financieros modernos no pueden garantizar: su condición de reserva de valor históricamente reconocida. Su ascenso de más del 45 % en lo que va del año expresa una búsqueda desesperada de seguridad en un entorno de creciente incertidumbre.

En primer lugar, el contexto geopolítico alimenta ese miedo. El conflicto en Gaza, la prolongación de la guerra en Ucrania y las tensiones latentes entre China y EE.UU. reconfiguran el mapa de riesgos globales. A ello se suma la inestabilidad institucional en Occidente: el cierre parcial del Gobierno estadounidense, la crisis francesa, las tensiones fiscales en Europa y la fragilidad política de muchas democracias avanzadas minan la fe en la gobernanza económica.

En segundo lugar, las finanzas públicas de las grandes economías han entrado en una fase crítica. Estados Unidos ha superado los 34 billones de dólares en deuda pública, con déficits estructurales que desafían cualquier senda de sostenibilidad a medio plazo. La expectativa de que la Reserva Federal deba recortar tipos para evitar una recesión añade presión sobre el dólar, y, por lo tanto, empuja al alza el oro.

Por último, los movimientos de los bancos centrales revelan una tendencia subterránea: las compras récord de oro por parte de estas instituciones apuntan a una progresiva diversificación de reservas, en detrimento del dólar. Es un síntoma claro de desconfianza en la hegemonía monetaria de EE.UU.

Así, el récord del oro no debe leerse como una anomalía pasajera, sino como una señal del tiempo. En él se condensa una percepción global: que el sistema financiero se sostiene cada vez más sobre expectativas frágiles, deuda colosal y consensos políticos debilitados. Como en otras épocas de transformación -el fin del patrón oro, la inflación de los años 70, la crisis de 2008-, el metal amarillo sirve de termómetro del malestar económico. El oro ha tocado el cielo porque los cimientos de la confianza se han erosionado. No es euforia: es miedo en lingotes. jmuller@abc.es

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