Asignaturas pendientes del G-20
Con pocas esperanzas de acuerdo, la cumbre de jueves y viernes debate acabar con la «guerra de las divisas»
pablo m. díez
Sellar la paz en la «guerra de las divisas», frenar los desequilibrios comerciales, ordenar el sector financiero y avanzar en la reforma de las instituciones económicas internacionales para dar más peso a los países emergentes. Estos son algunos de los problemas que tratará de resolver ... la cumbre del G-20 en Seúl.
El jueves y el viernes, los jefes de gobierno de las naciones más industrializadas y de las potencias en vías de desarrollo se verán de nuevo las caras, esta vez en la capital surcoreana, para enmendar la recuperación de la economía global tras la crisis, que últimamente anda algo torcida.
De su anterior encuentro, celebrado a finales de junio en Toronto, no sólo se traen varias asignaturas pendientes por falta de acuerdo, como la polémica imposición de una tasa para que los bancos paguen los multimillonarios planes con los que fueron rescatados de la crisis por sus respectivos Gobiernos. Además, en los últimos meses se han recrudecido las tensiones comerciales entre exportadores e importadores y se está librando una «guerra de divisas» de todos contra todos.
Los bajos tipos de interés, sobre todo en Estados Unidos, y la débil recuperación económica en Occidente han desviado el capital de los inversores internacionales a países emergentes, disparando sus divisas y los activos de sus mercados. Temiendo la caída de las exportaciones por su falta de competitividad y el estallido de sus burbujas inmobiliarias, los gobiernos de Japón, Corea del Sur, Tailandia y Brasil están interviniendo en sus mercados para controlar la entrada de capital extranjero.
Washington también acusa al régimen de Pekín de mantener devaluado el yuan hasta un 40% para favorecer sus exportaciones, pero China se niega a apreciarlo bruscamente y remolonea amparándose en su subida gradual y en sus reservas de divisas, las mayores del mundo con 2,4 billones de dólares (1,7 billones de euros).
Con la mayor parte en bonos del Tesoro emitidos por la Reserva Federal estadounidense, el «dragón rojo» no sólo acumula el 30% del total de divisas globales, sino que cuenta con un arma política de peso en las negociaciones. Debilitado por el varapalo de las elecciones legislativas del pasado día 2, Obama acude a la cumbre tras haber inundado los mercados de dólares, que están marcando mínimos históricos frente a otras monedas asiáticas, como el yen japonés o el baht tailandés.
En medio de este fuego cruzado se encuentra el euro, el más perjudicado al elevarse un 15% desde los mínimos marcados en agosto. Ello se debe a la actitud pasiva del Banco Central Europeo, que sólo se ha pronunciado en contra de la «elevada volatilidad» de los mercados pero no tiene previsto intervenir en las divisas.
Otro frente abierto serán los desequilibrios comerciales, cuyos déficits y superávits Estados Unidos quiere limitar a un 4% del Producto Interior Bruto (PIB). Una idea que rechazan potencias exportadoras tan dispares como China, Alemania y Japón. Frente al deseo de la Casa Blanca de fijar topes numéricos en las balanzas comerciales, la Unión Europea apuesta por ordenar los tipos de cambio.
Abstenerse de la devaluación
En la reunión preparatoria de la cumbre, celebrada en la ciudad surcoreana de Gyeongju hace dos semanas, los distintos ministros de Finanzas del G-20 acordaron «abstenerse de la devaluación competitiva de divisas para que el mercado marque el tipo de cambio» y «mantener los desequilibrios comerciales en niveles sostenibles», pero no fijaron ningún objetivo concreto. «A tenor de esas directrices, debería haber resultados razonables sobre las divisas y los desequilibrios comerciales», prometió el presidente surcoreano, Lee Myung-bak.
Menos optimista se muestra Michael Pettis, profesor de Economía en la Escuela de Negocios Guanghua de Pekín, quien no cree que en Seúl se resuelva el problema. «La “guerra de divisas” no es sólo entre EE.UU. y China. Cada país está manipulando su moneda o sufriendo por no hacerlo. Si España tuviera la peseta, la habría devaluado y su economía estaría mejor», explicó a Empresa Pettis, quien culpó de la situación a «un sistema comercial cuyas distorsiones eran ignoradas por gobiernos con grandes déficits en sus balanzas, como EE.UU. y España, por el exceso de su consumo doméstico. Cuando dicho consumo se acabó por la fuerza, las contradicciones se volvieron insoportables».
La salida al laberinto, el viernes en Seúl. O no.
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