La nutritiva segunda vida de los alimentos desechados
El apetito innovador ha puesto el foco en la transformación en nueva materia prima alimentaria de las pérdidas en la distribución y los procesos industriales
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Iniciar sesiónEn la cáscara y la pulpa de la naranja, en la piel de la manzana, en el tallo de la alcachofa, en el tronco del brócoli, en el pan que sobra, en el bagazo de la cerveza, en lechugas y tomates ‘feos’... hay un filón ... de innovación. Todos estos, y muchos más, desperdicios y alimentos, o partes de ellos, son rescatados por empresas y centros tecnológicos para obtener nuevos productos de gran valor añadido que luego vuelven a la industria alimentaria. Por ejemplo, los transforman en aditivos, colorantes, conservantes, suplementos, potenciadores del sabor, tintes alimenticios o ingredientes de purés, sopas, zumos, mermeladas, snack, smooties, gelatinas...
Lo denominan ‘food upciclyng’, es decir reciclaje de alimentos. Pero esto no quiere decir que se vuelva a dar una segunda vida a comida ya usada. En este caso se trata de revalorizar los desperdicios y alimentos que se pierden por el camino de la cadena de suministros y los subproductos que se generan en los procesos de transformación de otros productos alimenticios. Un nuevo nicho de negocio que está comenzando a despuntar en España y en el que además contamos con potencial porque somos un gran productor agrícola y tenemos una fuerte industria de procesamiento alimentario.
Esta nueva actividad incluso podría recibir mayor impulso con la futura «ley de prevención de las pérdidas y el desperdicio alimentario», en la que trabaja el Gobierno ya que el borrador del texto recoge esta posibilidad. Una de las actuaciones que deberán llevar a cabo los agentes de la cadena alimentaria será «la transformación de los productos que no se han vendido pero siguen siendo aptos para el consumo». Esto sería el reciclaje de los alimentos.
Cada año se pierden 940.000 millones de dólares en desperdicios en el mundo
Además, en la economía sostenible que persigue Europa no tiene cabida las ingentes cantidades de alimentos que se desperdician. Según la FAO, un tercio de los alimentos que se producen en el mundo se pierden o desaprovechan. Eso supone unas 1.300 millones de toneladas al año. Lo que también significa tirar por tierra los recursos humanos, técnicos y económicos empleados para producirlos. Se calcula que equivalen a unos 940.000 millones de dólares. Además, toda esa producción es responsable de entre el 8 y 10% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero. En Europa, las estimaciones apuntan que cada año se desperdician unos 90 millones de toneladas de alimentos y otras 700 procedentes de los cultivos.
Distintos desechos
Hay que diferenciar. «Se habla de pérdidas cuando el producto no se aprovecha desde la producción primaria a la distribución», explica Inés Echevarría, directora de I+D del Centro Nacional de Tecnología y Seguridad Alimentaria (CNTA). Es decir, son alimentos que se desechan porque están demasiado maduros, o dañados por una granizada, o no tienen el aspecto o el tamaño que exige el consumidor, o porque hay excedente ese año en su cultivo, o por influir en el precio... El caso, «es que se quedan fuera del circuito comercial por exigencias del mercado», apunta Ingrid Aguiló, investigadora del Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias.
Luego están los desperdicios que se generan en la distribución. «Estos productos ya han sido tratados, envasados y transportados. Y, por ejemplo, por una mala gestión de stock no llegan a los consumidores», concreta Echevarría. Se estima que el 40% del desperdicio alimentario de la UE se produce en la cadena de distribución y en la fabricación.
Los desechos alimentarios son responsables del 10% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero
En los subproductos que surgen del procesado de otros alimentos hay una gran riqueza. «Puede ser un lote que ha salido mal, fresas que han llegado más maduras o pequeñas y el consumidor no acepta... Se deshidratan, se convierten en polvo y lo incorporas a una nueva formulación de alimentos: smooties, pastelería... Se genera un nuevo producto que vuelve a entrar en la cadena alimentaria», indica Echevarría.
En procesos de congelación, envasado, elaboración de zumos... se descartan partes de alimentos. El tallo de la alcachofa, el tronco del brócoli, las pieles de frutas... «Todas esas partes tienen una composición nutricional muy interesante», estima la investigadora Aguiló. «Del proceso de elaboración de un zumo —añade— se aprovecha la pulpa, la piel y el hueso del melocotón; se deshidrata y creas un snack saludable. O la piel de manaza, rica en fibra, la secas, trituras y consigues un polvo que emulsiona de la misma manera que el huevo».
Centros tecnológicos como IRTA y CNTA trabajan con empresas buscando soluciones innovadoras para todos estos desperdicios alimentarios. «Hay un enorme interés, y creciente, en el sector agroalimentario para sacar el máximo jugo y aprovechar al 100% todos los alimentos que producen», asegura Echevarría.
También la empresa de ingeniería Atria da soporte a compañías de alimentación que quieren aprovechar sus residuos. Trabajan «para extraer al máximo los compuestos que tienen un valor añadido», cuenta Sergio Nocito, responsable del Área de Materiales y Economía circular de Atria. Él cuenta un ejemplo: «De la pulpa y cáscara de la naranja se obtiene limoneno que es interesante para ambientadores, limpiadores y cosmética. Y también pectina que se utiliza como suplemento gelificante en gelatinas». Atria ha estudiado también la cáscara de la granada, una fuente de antioxidantes, que tiene gran interés para aplicarse como aditivo, conservante o suplemento alimenticio.
La startup navarra Ingredalia aprovecha los subproductos del brócoli, que se generan en la industria conservera y congeladora, para obtener un polvo que «los fabricantes de alimentos pueden incorporar a sus productos», cuenta Miguel Ángel Cubero, CEO de Ingredalia. «Utilizamos como materia prima los tallos o floretes de brócoli que se separan porque tienen un corte imperfecto o porque no están totalmente verdes y el consumidor no lo quiere. Recuperamos los principios activos del brócoli y lo protegemos para que sea más eficiente comer este alimento. Cuando ingerimos brócoli sólo llega el 1% de sus propiedades a nuestro organismo. Nuestra microcápsula garantiza que un alto porcentaje de sus componentes sean asimilados. Una dosis de 10 miligramos de nuestro ingrediente es como comer un plato de brócoli», explica Cubero. Esta startup ya ha conseguido desarrollar esta innovación a escala industrial, ahora se encuentra en el proceso de comercialización. Pronto veremos en el mercado una miel suplementada con este concentrado. Ingredalia trabaja también con el cardo, tomate y pimiento para recuperar proteínas vegetales.
Agrosingularity es otra startup murciana que rescata frutas y verduras desperdiciadas. Desde acelgas, espinacas, zanahorias, puerros a naranjas, limones y manzanas. «Las transformamos en polvo de alto valor nutricional a través de un proceso de deshidratación y luego de molienda en diferentes granulometrías. Se convierte en un producto tecnológico y natural que vendemos a la industria para su incorporación en sopas, panes, purés, salsas, pastas... Es un ingrediente que aporta diferentes propiedades: color, conservante, sabor y nitratos», indica Daniel Andreu, fundador y CEO de Agrosingularity. «Diseñamos soluciones específicas para cada producto», añade.
Con tanta variedad de cultivos en nuestros campos, las posibilidades que ofrece el desafío de recuperar los desechos alimenticios parecen infinitas.
Otros usos de los desechos alimenticios
Quizá sea el reciclaje de alimentos para volver a introducir en la industria alimentaria, cerrando así el círculo, lo más innovador. Sin embargo, recuperar estos desechos para luego darles otros usos se viene haciendo desde hace tiempo. Lo más común es utilizar esta materia prima como pienso para animales y compost. No obstante, centros tecnológicos y empresas están desarrollando innovadoras soluciones. Por ejemplo, para conseguir bioplásticos que pueden ser usados en las envases (acolchados, recubrimientos, para mejorar la resistencia) y en biofertilizantes. Incluso se ha conseguido transformar residuos vegetales en tableros para muebles.
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