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Quién corrompe a quién: la fuerza del mal ejemplo

El estudio de la corrupción demuestra que la ejemplaridad es un camino de dos vías y esto tiene consecuencias para la sociedad y las empresas

Jesús Gil fue alcalde de Marbella entre 1991 y 2002. Pese a los numerosos escándalos que lo rodeaban, revalidó su mayoría en 1995 y 1999.Dejó el cargo tras ser condenado a 28 años de inhabilitación,

JOHN MÜLLER

En febrero de 2020, pocos días antes de que la pandemia paralizara España, el mexicano Emilio Lozoya fue detenido en la urbanización de lujo de Málaga en la que se escondía. Lozoya fue presidente de la petrolera mexicana Pemex y la justicia de su país lo buscaba por estar en el centro de una trama de corrupción de la constructora brasileña Odebrecht. En junio de 2020 cuando fue extraditado a su país, Lozoya reveló que tres expresidentes mexicanos –Enrique Peña Nieto, Felipe Calderón y Carlos Salinas– estaban implicados en sobornos y financiación ilegal.

México no es el único país donde la corrupción está extendida. Perú tiene procesos abiertos contra sus seis últimos expresidentes elegidos. Brasil ha tenido encarcelado a Lula da Silva hasta hace poco. España ha tenido casos de corrupción política, como Filesa o Gürtel, que han llegado muy alto en la escala del poder.

¿Se vuelve más deshonesta una sociedad cuando sus políticos son corruptos? ¿Qué fuerza tiene el mal ejemplo para cambiar las conductas de los ciudadanos? Aunque existe una gran literatura teórica que avala esta relación, faltan estudios empíricos que demuestren el alcance de la ejemplaridad política. Uno de los trabajos más recientes lo ha hecho en México el investigador Nicolás Ajzenman (“El poder del ejemplo: la corrupción impulsa la corrupción”) quien ha descubierto que la exposición pública de la corrupción influyó en la conducta de los estudiantes de secundaria de ese país.

Las personas sienten más propensión a hacer trampas después de hacer un acto caritativo

Tras revelarse el comportamiento corrupto por parte de funcionarios municipales, entre los alumnos hubo más probabilidades de hacer trampa en los exámenes, hasta un 10% más. El efecto fue más pronunciado entre los estudiantes de más edad porque éstos se encuentran más expuestos a las discusiones políticas en sus hogares. Uno de los mecanismos que explican lo ocurrido es un proceso de aprendizaje social mediante el cual las personas perciben el comportamiento de sus líderes, ajustan su perspectiva en relación con las normas sociales y terminan cambiando sus valores de siempre.

El trabajo de Ajzenman evidencia que los políticos contribuyen a moldear los estándares éticos de las sociedades que dirigen. El estudio indica que el impacto fue mayor entre las personas que estaban más expuestas a los medios de comunicación y también en aquellos municipios donde se pensaba que el partido gobernante era honesto.

Las pruebas de que un factor transitorio como el ejemplo negativo de un líder corrupto es determinante en las actitudes de los ciudadanos son un descubrimiento importante sobre nuestra experiencia social. Otras investigaciones económicas sobre actitudes han demostrado que las recesiones tienen un impacto negativo en la confianza de las personas (Ananyev y Guriev, 2018), que haber vivido bajo un régimen comunista afecta a las preferencias de redistribución (Alesina y Fuchs-Schündeln, 2007) y que otorgar títulos de propiedad a los ocupantes ilegales de un territorio tiene un efecto sobre sus creencias respecto del libre mercado (Di Tella, Galiani y Schargrodsky 2007). Aparentemente, estos hallazgos no hacen más que reforzar la sabiduría popular, pero siempre añaden detalles que permiten afinar la manera en que se desarrollan las interacciones sociales. La sociología también ha teorizado que las personas se comportan de forma deshonesta al imitar a los demás. Pero es en la economía de las organizaciones donde se han efectuado trabajos que demuestran que predicar con el ejemplo es eficaz (Hermalin, 1998) y un experimento demostró empíricamente que los líderes influyen en la conducta ética de sus subordinados en las empresas (D’Adda, Darai, Weber, 2017).

La sociología entrega evidencia adicional mediante el llamado fenómeno de la ‘licencia moral’, también denominado ‘licencia para pecar’. Este describe el hecho de que una mayor autoconfianza y seguridad en uno mismo hace que nos preocupemos menos por las consecuencias de un comportamiento inmoral. Esta tendencia humana a compensar los actos virtuosos con otros que no lo son tiene un impacto en las organizaciones. Hay investigaciones que demuestran que las personas sienten una mayor propensión a hacer trampas o engañar después de haber efectuado un acto caritativo o que perciben como socialmente responsable (Effron y Conway, 2015).

Aunque se ha estudiado mucho cómo los líderes influyen en la sociedad también hay investigaciones sobre cómo los subordinados o seguidores (votantes) influyen en los líderes. La misma teoría de la licencia moral permite examinar el efecto del comportamiento positivo de los subordinados. Un amplio experimento con tres estudios diferentes (Ahmad, Klotz y Bolino, 2020) demostró que los jefes se sentían con derecho a comportarse mal después de que los miembros de su equipo desarrollaran buenas acciones. Además, es mucho más probable que este fenómeno se produzca en líderes que tengan cualidades narcisistas o se sientan estrechamente identificados con los miembros de su equipo. Esto podría estar detrás de algunos fenómenos hasta hoy inexplicables, como el hecho de que algunos políticos corruptos sean reelegidos continuamente. La ejemplaridad sería entonces un camino de doble vía: los líderes influyen a los subordinados tanto como éstos a aquellos.

Jesús Gil fue alcalde de Marbella entre 1991 y 2002. Pese a los numerosos escándalos que lo rodeaban, revalidó su mayoría en 1995 y 1999. Dejó el cargo tras ser condenado a 28 años de inhabilitación, pero es posible que hubiese seguido ganando elecciones. Debajo de su llamativa personalidad había una estructura corrupta (su sucesor Julián Muñoz, el gerente de Urbanismo Juan Antonio Roca) que saqueó el Ayuntamiento de Marbella como quedó de manifiesto con la Operación ‘Malaya’ y ‘Saqueo’. Se calcula que 550 millones de euros fueron malversados. Sólo se recuperaron 25 millones.

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