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Alemania se despide de la energía nuclear, por segunda vez
Tras la ola antinuclear de los años 80, el gobierno de Merkel reactiva el debate sobre las centrales
Alemania se despide de la energía nuclear, por segunda vez
El Gobierno de la canciller Merkel acaba de acordar una propuesta de ley sobre el cierre de las 17 centrales nucleares del país, de forma gradual hasta el año 2022. La ley tiene que ser aprobada en el Parlamento Federal, donde la coalición de conservadores ... y liberales tiene la mayoría, y en la Cámara Alta, de representación regional, donde ya no la tiene. Los socialdemócratas parecen dispuestos a apoyar este proyecto en ambas cámaras. El partido de Los Verdes todavía tiene algunas reservas, al igual que el de La Izquierda. Pero pienso que próximamente quedará definitivamente sellado el abandono de la energía nuclear en Alemania y la transición energética hacía otras fuentes de energía, en primera línea las renovables; el objetivo del Gobierno es que la aportación de las energías renovables a la producción de electricidad se sitúe en un 35% en 2020, el doble de la actual.
Estamos ante un giro completo de la actual política energética alemana, que ha dejado perplejos a muchos gobernantes en la Unión Europea. No es habitual que un país de las dimensiones económicas como las de Alemania quiera prescindir voluntariamente de un combustible propio como el nuclear que supone el 10,9% del consumo de energía primaria y el 22,6% de la producción de electricidad. Pero lo que está ocurriendo no es tan novedoso como se percibe en el extranjero. Ya en abril de 2002, el entonces Gobierno de una coalición rojiverde del canciller Schröder había impuesto, contra la oposición de cristianodemócratas-sociales y liberales, y por supuesto la de las cuatro grandes empresas energéticas del país, un plan de salida escalonada de la energía nuclear hasta 2022 (sic). Con arreglo al calendario establecido fueron cerradas dos centrales, una en 2003 y la otra en 2005. Con la llegada al poder de Angela Merkel en otoño de 2005, formando un Gobierno de gran coalición con el SPD, la ejecución del plan se enfrió, debido a la falta de consenso entre los nuevos socios. Bajo el siguiente Gobierno, el actual, se tomó en octubre del año pasado la decisión de aplazar el cierre de la últimas centrales nucleares, hasta 14 años. La canciller hizo caso omiso a las fuertes protestas de los líderes socialdemócratas y verdes y no valoró demasiado la gran impopularidad de esa medida. El detonante para el nuevo y brusco cambio de rumbo ha sido el grave accidente nuclear de la central japonesa de Fukushima, el pasado 11 de marzo. De repente ha vuelto el profundo miedo que desde los años ochenta le suscitaba a la sociedad alemana la energía nuclear. Este miedo constituyó la cuna del movimiento ecológico en Alemania, cuyos estrategas intelectuales supieron instrumentalizarlo hábilmente en provecho de un nuevo partido político, Los Verdes.
Nada más conocerse la catástrofe nipona, se propagó con una inesperada rapidez el viejo eslogan de «Atomkraft, nein danke» (energía atómica, no gracias). A muchos alemanes les pareció prudente comprar en las farmacias pastillas de yodo, para protegerse contra los efectos de una radioactividad, al tiempo que la venta de contadores Geiger para medir la presencia de radioactividad en el país experimentó un verdadero boom. Histerismo puro. El cual fue sistemáticamente alimentado a través de los medios de información, casi todos ellos, que no se entretuvieron mucho en explicar que el siniestro de Fukushima de hecho fue causado por el terremoto y sobre todo el tsunami y no por una avería propia de la central (como había sido el caso en Chernóbil en 1986). Las encuestas políticas revelaron inmediatamente un retroceso notable de la coalición, a la que gran parte de la población pasó factura por el prolongación de la vida operativa de las nucleares, y un avance espectacular sobre todo de Los Verdes que no vacilaron en exclamar eso de que «siempre lo habían advertido»
Tras las elecciones parlamentarias de Baden-Württemberg del 8 de mayo, que es entre los grandes länder de Alemania el de mayor prosperidad y patria de una industria manufacturera muy competitiva y dinámica, con empresas bandera en el sector del automóvil (Mercedes, Porsche), de la electrónica (Bosch) y de bienes de equipo (Voith), ha resultado por primera vez en la historia alemana ser elegido un presidente de gobierno verde (hasta ahora había gobernado el CDU con mayoría absoluta). No le ha servido de nada a la canciller el activismo populista desplegado para contrarrestar los malos presagios en las urnas. Había decretado antes de esta convocatoria electoral un parón de tres meses para siete vetustas operadoras nucleares, entre ellas dos de ese Estado Federado (en servicio desde 1985 y 1989, respectivamente). Tampoco ha convencido al electorado el que haya constituido una Comisión ética sobre la energía nuclear con el fin de reexaminar los estándares de seguridad de las instalaciones en Alemania, que como sabíamos todos eran los mismos, altos, que antes de Fukushima y que cuando este mismo Gobierno decidió que las centrales podrían funcionar durante más tiempo. La mayoría de los alemanes (yo no) se opone a la energía nuclear. Se cree que cerrando las centrales en Alemania se evita el peligro de una radioactividad. Se les olvida que estamos rodeados de países que tienen centrales nucleares, el que más, Francia, y que un accidente allí nos afectaría directamente porque los vientos no respetan las fronteras nacionales en el momento de esparcir los efectos contaminantes. Tampoco importa que Alemania se haya convertido en las últimas semanas en un país importador de energía nuclear, procedente de Francia y Bélgica, entre otros. Y todas la reinvidicaciones de frenar la emisiones de CO2 para evitar el cambio climático, que en Alemania están muy en boga, de pronto se han desvanecido, a sabiendas de que la energía nuclear no contamina. Cuando rige el histerismo, no hay cabida para el discurso racional, en el que se valoran escrupulosamente los argumentos a favor y en contra de una fuente de energía en comparación con otra.
Este cálculo se tendría que haber hecho antes de decidir sobre el futuro de la energía nuclear. A fecha de hoy no sabemos qué repercusión tendrá el abandono de la energía nuclear sobre la seguridad de aprovisionamiento de energía para la industria y los hogares, la dependencia del exterior (gas de Rusia) y la tarifa eléctrica. Actualmente, el coste de producción de electricidad nuclear es de 5,2 céntimos/kWh; el de energías renovables está entre 11,4 céntimos (biomasa) y 31,8 céntimos (fotovoltaica). Pero la factura de la luz no aumentará sólo por allí. Un marcado impacto encarecedor provendrá del coste de la ampliación de las infraestructuras eléctricas. La mayoría de las instalaciones de energías renovables se encuentran en el norte de Alemania, la mayoría de las plantas nucleares en el sur. Para transportar la futura energía verde del norte al sur hay que construir 3.600 Km de tendido de alta tensión hasta 2020. La inversión total requerida se estima en hasta 30.000 millones de euros. Lo pagaremos todos los usuarios, incluidos los ecologistas, y queda por ver, cómo las empresas alemanas se adaptarán para no poner en peligro su futura competitividad internacional.
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