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Competitividad versus equidad

«No es bueno que las diferencias de salarios entre los que ganan mucho y muy poco sean tan grandes, que en una misma empresa el mejor pagado gane mil veces más que el peor remunerado»

Fernando Gómez-Bezares

La crisis de 2007 ha dejado profundas huellas en nuestra economía y nuestra sociedad; una de las menos deseables es una alta desigualdad económica. Dado que la crisis se produjo cuando ya estábamos en la Eurozona , no era posible proceder a una devaluación, como hacíamos con las viejas pesetas, que permitiera que nuestros productos se hicieran más atractivos para nuestros clientes extranjeros; y para aumentar nuestra competitividad optamos por bajadas de salarios y recortes en diferentes prestaciones, lo que se ha denominado una devaluación interna. La realidad es que todo esto ha provocado el empobrecimiento de amplias capas de la población, mientras algunos, no tan pocos, han mantenido o mejorado el volumen de sus ingresos. El resultado es una mayor desigualdad.

Pero no podemos echarle toda la culpa a la crisis, la historia viene de más atrás. En el siglo pasado, tras la recuperación posterior a la II Guerra Mundial, vivimos unos años en los que las políticas fiscales, la igualdad de oportunidades, el Estado del Bienestar… fueron constituyendo una muy amplia clase media dentro de una gran permeabilidad social . Pero luego fueron surgiendo problemas, a diferentes ritmos en los distintos países, que han ido poniendo en cuestión el modelo.

Por un lado, se han ido incorporando al mercado nuevos países que, con salarios más bajos y regulaciones más benevolentes, hacen la competencia a nuestras empresas, y eso presiona a la baja los salarios y aumenta el desempleo, sobre todo entre los menos cualificados. Lo mismo pasa con la inmigración poco cualificada, que al contratarse por salarios muy bajos deja sin oportunidades a los que quieren cobrar más; o con la tecnología, que va sustituyendo de forma creciente muchos puestos de trabajo, disminuyendo la oferta de empleo. Sin embargo, las personas más adineradas o las más cualificadas aumentan sus oportunidades en este mercado globalizado. Todo esto está aumentando las desigualdades en nuestro entorno.

Pienso que mucho del éxito de algunas opciones políticas de extrema derecha o de extrema izquierda, o de los populismos, tiene su origen en el desasosiego de mucha gente al constatar su descenso en la jerarquía social y en su nivel de vida.

Yo creo que no es bueno que las diferencias de salarios entre los que ganan mucho y muy poco sean tan grandes, que en una misma empresa el mejor pagado gane mil veces más que el peor remunerado. No es justo, ni equitativo. El problema es cómo lo arreglamos. Las soluciones que manejábamos hace unos años funcionan cada vez peor. Así, por ejemplo, algunos de nuestros políticos proponen subir impuestos a los que más ganan para aumentar las coberturas sociales, mejorar la educación o invertir en infraestructuras. Y la idea suena bien; el problema es que si los subimos podemos disminuir nuestro atractivo económico frente al inversor exterior o provocar deslocalización de actividad económica. En un mundo globalizado es necesario un cierto consenso entre estados para aplicar exitosamente estas medidas. Necesitamos, cada vez más, alguna forma de autoridad económica mundial que apoye, regule y redistribuya según el principio de subsidiariedad, tal como nos ha recordado el Papa Francisco.

Y cuando se habla de subir sueldos elevando el salario mínimo o aumentando la presión sindical, lo probable es que eso disminuya nuestra competitividad si no va de la mano de un aumento de la productividad. El camino del progreso económico es el aumento de la productividad, y eso lo lograremos con mejor tecnología, con mejores infraestructuras, con mejores marcos legales… y, sobre todo, con mejor formación de nuestros trabajadores que fomente la innovación y aumente el valor añadido. Lo que pasa es que estas son tareas con resultados a largo plazo. Es muy difícil hacer milagros económicos.

Lo que sí tengo claro es que un verdadero desarrollo tiene que ver con un reparto equilibrado de la riqueza, y esto parece especialmente complicado en nuestro mundo actual.

Fernando Gómez-Bezares es Catedrático de Finanzas de Deusto Business School

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