En el centenario, Irlanda rectidica a Max Weber
El gran Max Weber publicó hace ahora exactamente un siglo, en el «Archiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik», volúmenes XX y XXI, 1904-1905, un ensayo que tuvo un impacto enorme, no sólo en el terreno de las ciencias sociales, sino en el de la opinión ... popular. Se titulaba «Die Protestantische Ethik und der Geist Kapitalismus». Se traduciría al español, por cierto magníficamente, con el título de «La ética protestante y el espíritu del capitalismo», por Luis Legaz Lacambra, (Editorial Revista de Derecho Privado, 1955).
Derivada de ello surgió la convicción de que, esta relación entre ideología protestante y desarrollo económico era algo incontestable. Convenció a la opinión culta occidental, como dice Kurt Samuelsson en su brillante ensayo «Religión y Economía» (Marova. Fontanella, 1970), de que «el capitalismo, ese portentoso avance económico que surgió en la Europa septentrional y occidental, ¿podría haber nacido si no hubiera sido por las doctrinas del Protestantismo?».
Todos, por eso, conocemos el enlace weberiano. La Iglesia Católica sostiene que con la confesión y la absolución de los pecados, la luz de la gracia brilla para cualquiera. Weber en su ciclo de conferencias pronunciadas en 1919-1920, «Líneas maestras de la Historia universal social y económica» ratificaría esto al señalar que «la Reforma supuso una ruptura decisiva con este sistema». El pecador no podía esperar la gracia con renuncias, e incluso con la dureza de la vida monástica. Su única salida era el cumplimiento de la vocación cotidiana, al cumplir ascéticamente con las acciones de su vida normal diaria, de su vocación. Si buscaba con esa labor la perfección, podía salvarse. Weber, por eso decía que «de este sistema de pensamiento surgió el término «vocación» (Beruf), que sólo es conocido en las lenguas influidas por las traducciones protestantes de la Biblia».
Las polémicas sobre esto han sido numerosísimas. Desde el apoyo caluroso de Talcote Parsons en su ensayo de 1948, «Max Weber's Sociological Analysis of Capitalism and Modern Institutions», a las críticas que inició Felix Rachfahl en la serie de artículos «Kapitalismus and Kalvinismus» publicada en «Internationale Wochenschrift für Wissenschaft Kunst und Technik» en 1909. Pero ahora tenemos ocasión de revisar todo esto.
A partir de 1989, caída del Muro de Berlín, si el capitalismo ha triunfado no lo ha hecho con el mismo ímpetu en todas partes. En el ámbito de la Unión Europea ampliado por los países anglosajones americanos y los pueblos del Pacífico, que es el mundo del capitalismo y del desarrollo más espectacular, de pronto ha admirado a todos el impresionante progreso de Irlanda.
Dejando a un lado a Luxemburgo, es el país de la Unión Europea con un PIB por habitante más alto. En 1989 su PIB por habitante era prácticamente igual al español. Hasta 1993 así se mantuvo, lo que o era ningún desdoro, porque nuestro desarrollo ha sido muy fuerte desde 1948. Pero, a partir de ahí su progreso comenzó a avanzar de tal modo que ha conseguido ahora, con un PIB por habitante que es en 2003 el 136% de la media comunitaria, que todas las miradas se dirigen a las causas de este brillante éxito del capitalismo en Irlanda. Datos complementarios son que su tasa de desempleo, el 17% en 1987, haya caído al 4% en el 2003, y que su deuda pública, el 112% del PIB en 1985, pasase al 33% en 2004.Bajo el título colectivo de «The luck of The Irish. A survey of Ireland» se publica en «The Economist» de 16 de octubre de 2004 un conjunto monográfico de trabajos. En él se rectifica la famosa serie de artículos que este semanario había publicado en 1988 bajo el título «El más pobre de los ricos».
Irlanda iba entonces hacia la catástrofe, se decía sobre todo porque había intentado erigir un Estado de Bienestar según las líneas de la Europa continental en un país demasiado pobre para sostenerlo.
¿Cuáles fueron las causas del éxito irlandés? En primer lugar el equilibrio fiscal con impuestos muy bajos y tipos de interés reducidos; un corporativismo social con raíces en el mensaje de la encíclica «Quadragesimo Anno» y con un sindicalismo que aceptó frenar los salarios a cambio de más influencia política y menores impuestos; orientación de la ayuda comunitaria hacia la investigación y las infraestructuras; el participar en el gran mercado europeo, abandonando cualquier veleidad proteccionista, gracias a la derrota de la política implantada por Eamon de Valera en los años 30; inglés generalizado y, prácticamente, abandono del idioma minoritario, el gaélico; entrada en el país de grandes multinacionales de tecnología muy avanzada, vinculadas a la Industrial Development Authority (IDA); altísimos niveles educativos, con exigentes planes de estudio, culminados con centros universitarios, aceptados desde luego por los sindicatos y por el conjunto de la población, como resultado del peso de los valores familiares derivados de la enseñanza de la Iglesia Católica, lo que hizo posible la localización de empresas con alta tecnología; un incremento de la población muy fuerte, y con altos porcentajes de nacimientos y, claro es, de jóvenes a causa del mantenimiento de las ideas católicas, que se proyectan sobre la legislación, y con el fruto de una escasa carga de los viejos en el capítulo de las jubilaciones; además, es clarísimo el aumento de la población activa, cuyos valores católicos la obliga a actitudes de honradez, de respeto a la palabra dada, de veracidad, todo lo cual favorece el desarrollo. Es más, los pesimistas opinan que el milagro irlandés se esfumará al compás de un cambio de actitud moral.
Las enseñanzas de la Iglesia Católica, pues, han sido un acicate, y no un freno, para el desarrollo del capitalismo irlandés y la prosperidad del país. Como se ve, el riesgo económico para Irlanda se encuentra ligado a la pervivencia, o no, de estos valores. Cuando de modo tan absurdo, tan irresponsable, también tan trasnochado, se ha iniciado una ofensiva contra el catolicismo en España, seguramente considerando que eso podía triunfar sin costes, conviene que se reflexione sobre el caso irlandés y se acepte que en una sociedad, como bien sabemos los economistas, todo está relacionado con todo. Y que si el catolicismo se acaba de comprobar que es capaz de impulsar con fuerza el desarrollo, no sólo sirve para criticar a Max Weber, sino a la política del actual Gobierno español.
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