En el bucle eterno (crisis, déficit y deuda)
«A ver si aprendemos de una vez la lección para el futuro: no podemos olvidarnos de la sostenibilidad fiscal a medio plazo»
Durante años el Gobierno desoyó la recomendación de aprovechar la bonanza para eliminar el déficit público estructural e incluso generar algún superávit total. Ahora lo lamentamos al no tener espacio fiscal para asumir tanto la intensa caída inminente de ingresos fiscales como los mayores ... gastos sanitarios y sociales, más el posterior y necesario estímulo para la recuperación económica.
Partimos de un lamentable déficit del 2,65% en 2019, por el fracaso en su reducción a pesar de un entorno económico todavía expansivo. Y en 2020 lo vamos a triplicar o cuadruplicar. Quizás, incluso rebasemos el 11,3% de 2009, triste récord del siglo. Entonces, nos llevó años irlo reduciendo y en el camino acumulamos un volumen descomunal de deuda hasta el 95,5% del PIB en 2019. Ahora, aunque la crisis dure menos, será dañina y sin salida vertical, con lo que nuestro nivel de deuda pública pegará otro gran brinco. Y me temo que pueda aumentar, en pocos años, quizás en otros 20 o 30 puntos. Hasta hace poco mirábamos con envidia la ratio de deuda del 35/40% que teníamos antes de la crisis de 2008, pero creo que dentro de poco vamos a añorar el nivel de 2019…
No descarto que nos encontremos con que algunos extremistas -a los que, increíblemente, tenemos en el Gobierno en nuestro país- nos digan que la mejor solución es dejar de pagar la deuda o confiscar a los «ricos». Constituiría el peor de los errores y nos convertiría en un país paria. Lo que tenemos que hacer es mostrar voluntad de pago, limitar el peso de la deuda sobre el PIB vía crecimiento económico y no transferir más cargas a generaciones futuras.
La actuación del BCE ha logrado que, por ahora, el tipo de interés que tenemos que abonar para que el mercado nos compre la deuda sea relativamente reducido. Así, emitir bonos a 10 años nos cuesta alrededor del 0,8%. Pero, con las cantidades masivas que habrá que colocar, es muy probable que el coste acabe subiendo, sobre todo en el eventual caso de que nos bajasen el rating, y desde luego los intereses coparán una parte creciente del presupuesto.
Para minimizarlo se pide el apoyo europeo para atender el gasto necesario y la reconstrucción, financiándolo con «eurobonos», para limitar así el coste y la ratio de deuda. Pero los países más serios se resisten a mutualizarse con los indisciplinados. Hasta ahora solo nos ofrecen sucedáneos en forma de préstamos de bajo coste, mediante el MEDE y otros instrumentos. Con poca condicionalidad inicial y quizás sin control por parte de los famosos hombres de negro (lo que nos dejaría en manos de nuestros gobernantes, que puede ser casi peor). Pero con dos insuficiencias graves: que esto solo supone una «patada hacia adelante» de unos pocos años, porque los créditos hay que amortizarlos; y que las cantidades manejadas resultan ciertamente limitadas frente al tremendo importe necesario para cubrir nuestras necesidades de financiación en la crisis y para salir de ella.
Nuestra última línea de defensa es el BCE , la única institución en la Eurozona que realmente funciona. Aunque no puede comprar deuda cuando se emite, porque sus estatutos lo prohíben, esperemos que compre mucha en el mercado y la mantenga indefinidamente en su balance. Al fin y al cabo, monetizar podría ser otra forma de mutualizar porque el capital del BCE es de todos los miembros de la Eurozona.
Eso sí, a ver si aprendemos de una vez la lección para el futuro: no podemos olvidarnos de la sostenibilidad fiscal a medio plazo y tendremos que eliminar el déficit estructural cuando sea posible. Eso exige revisar la política de gasto público, suprimiendo gastos improductivos en todas las Administraciones Públicas y, cuando la situación lo permita, incrementar también la recaudación fiscal, incluso con impuestos extraordinarios. Porque si nuestros socios nos vieran un mínimo de seriedad, los acuerdos serían más sencillos.
Carmelo Tajadura es economista