Antonio Bonet Correa, Director de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando: «Soy pesimista metafísicamente y optimista vitalmente»
Nadie de la familia se sorprendió cuando Antonio Bonet Correa (La Coruña, 1925) quiso estudiar Filosofía y Letras. «Mi padre, aunque era militar, pintaba y escribía con seudónimo. Yo me eduqué en un ambiente intelectual». No en vano, su tío es, junto a Lázaro Carreter, ... autor de la gramática que ha enseñado la lengua castellana a decenas de generaciones. «Las letras y las artes han sido siempre un concepto muy familiar. En mi casa de campo, en un valle de Galicia, teníamos un ejemplar de «Fervor de Buenos Aires», el primer libro de Jorge Luis Borges».
La carrera no le defraudó. «Estudié en Santiago por libre. No viví la vida de los estudiantes corrientes, como un feriante de pensión, sino como una persona de la ciudad. Como mi madre era viuda, nos trasladamos todos a Santiago y allí fui muy feliz. José María Azcárate, que fue mi maestro, me nombró ayudante en la facultad, pero me concedieron una beca para estudiar Historia del Arte en París y me fui. Llegué a finales de los años 50. Fui uno de los primeros en llegar y allí estuve durante cuatro años. Primero fui becario, después lector en un liceo y, más tarde, fui a la Universidad, a La Sorbona, de ayudante». En aquellos primeros años no todo fue estudio y trabajo: «Me casé con una francesa y después me vine a España a hacer la tesis». Precisamente aquel trabajo sobre la Arquitectura Barroca del siglo XVII le valió el premio Menéndez Pelayo.
Para Antonio Bonet Correa no es difícil resumir años y años de estudio y trabajo duro. «Estuve en la Complutense, oposité a la cátedra de Historia del Arte y fui mucho a América, porque todo el mundo quería que hiciera cosas de Historia de Arte Hispanoamericano», algo que le atrajo desde el primer momento y a lo que se dedicó en cuerpo y alma hasta lograr una de sus dos cátedras, la que ejerció en Sevilla. La otra, la cátedra de Historia General del Arte, le llevó a Murcia.
Habiendo cambiado tanto de residencia, no es capaz de elegir el lugar en el que se ha sentido mejor: «En todos los sitios he estado feliz siempre. Soy más bien pesimista metafísicamente y optimista vitalmente». «Santiago y Sevilla son una maravilla, Madrid es una plataforma, y París... ¡Si me pierdo en algún sitio tiene que ser en París!».
A Madrid, Bonet Correa llegó en 1972. ¿Su destino? La Universidad Complutense en su época más convulsa. «Me tocó hasta pasar por Carabanchel por una reunión con delegados de curso. Sólo estuve unos cuantos días porque me sacaron enseguida. Recuerdo la lucha por la democracia, los caballos en la Universidad y todo eso... Los estudiantes habían ocupado el Prado y yo hice que saliesen, pero, bueno, eso ya son batallas pasadas. Fue una época muy especial y vivirla fue muy emocionante, pero yo no tengo vocación política. Lo que me interesaba era la docencia».
«En la Universidad tuve una vida muy activa: fui vicerrector de Cultura en la Complutense y escribí artículos durante años en «El Cultural» de ABC». No fue ésta su única experiencia con el periodismo: «Siendo estudiante escribí en Santiago. Llegué incluso a escribir una crónica de París antes de ir a la capital francesa», recuerda riendo. «En Sevilla fui director de un suplemento literario y cultural muy puntero, «El Correo de Andalucía», y, después, escribí otra temporada crónicas de arte y cultura en «Informaciones»».
Hace ya 20 años recaló en la Real Academia de Bellas Artes -«una casa a la que quiero mucho»- y en la que ha ocupado muy distintos cargos: «He pasado por el puesto de censor, también me ocupé de arreglar el museo y ahora llevo varios años en la biblioteca. Conozco todos los rincones y problemas de esta casa». Es precisamente ese conocimiento el que le ha llevado a su dirección este pasado mes de diciembre, un cargo que él ha aceptado con mucho respeto: «Una academia es una institución muy venerable en todos los sentidos». Venerable y joven, pese a sus tres siglos de antigüedad, según su punto de vista: «Siempre se ha ido renovando, lo que los italianos llaman el aggiornamiento [revitalización]. Ahora empieza otra etapa y creo que continuará esa puesta al día».
Y desde la perspectiva que dan los años, ¿se siente hoy más académico o docente? «Yo me siento el docente, el que escribe, el que piensa y el que siente el arte».
Toda una carrera
Antonio Bonet Correa fue elegido director de la Real Academia de Bellas Artes el pasado mes de diciembre. Vinculado a la institución desde 1986, el historiador sustituye al organista Ramón González de Amezúa, al frente durante 18 años. Bonet Correa es, además, vicepresidente segundo del Instituto de España y patrono de la Comisión permanente del Museo del Prado. Pertenece a las Reales Academias de Bellas Artes de Sevilla, Málaga, Extremadura, Barcelona y Toledo.
La Academia: «La tolerancia y la amplitud de miras son virtudes académicas»
«Me gustaría que la Academia siguiera siendo una institución que está al día en lo contemporáneo, lo que está en la calle, lo que se está cociendo, lo que se está creando. En lo nuevo. Aunque al final, nada nuevo hay bajo el sol: son distintas formas, pero todo eso debe entrar en la Academia; que circule el aire en ella». «Todos los que están aquí están muy en vanguardia y no quiero decir sólo en el sentido rompedor, sino al día».
Los miembros de la Academia se reúnen todos los lunes por la tarde para debatir, trabajar y decidir. «Las discusiones son como tienen que ser, de orden intelectual. Hay una armonía académica y, sobre todo, un gran respeto por la opinión ajena. La tolerancia y la amplitud de miras son virtudes académicas». ¿Y hay algo que compartan todos sus miembros? «Sí. El denominador común que tienen los académicos es el amor al arte».
Muy personal: «Quisiera esperar que el mundo fuese mucho mejor, pero...»
«El pensamiento utópico afirma que el porvenir puede ser radiante». ¿Y usted comparte esa idea? «Quisiera esperar que el mundo fuese mucho mejor. Me seduce mucho la utopía, pero...»
«En mis ratos libres me gusta pasear, contemplar la naturaleza, estar con los amigos, hablar... Hablar me gusta mucho». «Quisiera que el día tuviese más horas. Se me queda corto. Hasta ahora no me he aburrido nunca». Algo a lo que ha contribuido, sin duda, el que considera uno de los rasgos principales de su carácter: «La curiosidad. Y la entrega. Cuando me interesa una cosa me vuelco en ella. Soy un apasionado en ese sentido. No soy una persona que ve las cosas de lejos: me involucro y quizás por eso me he metido en tantos líos».
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