Pescanova, un mar de dudas
La banca pide más datos del grupo antes de liberar el crédito que necesita ya y Deloitte busca aún su deuda oculta
moncho veloso
Los vecinos de Chapela hablaban con orgullo de Pescanova. Manuel Fernández de Sousa-Faro había convertido la pesquera, multinacional puntera en innovación, de referencia en su sector y con 10.000 empleados, en emblema de Galicia. Tres décadas después de tomar el mando la deja ... a la deriva: en suspensión de pagos, con una situación financiera desconocida y un futuro incierto.
La pesquera solicitó el concurso de acreedores el pasado abril al no llegar a un acuerdo con la banca para refinanciar su deuda, que cifró primero en 1.522 millones de euros y luego elevó a 2.700. Sousa ocultó las cuentas de Pescanova al consejo de administración, a la banca acreedora y a las autoridades, que se las reclamaba. Pero día a día han ido saliendo a flote los restos del naufragio. Impagos y quiebras en un entramado societario compuesto por un centenar de filiales repartidas por los cinco continentes, venta irregular de acciones y la aparición de otras cincuenta entidades acreedoras. Según los últimos datos, el grupo adeuda 3.003 millones a 109 bancos .
En plazas como Londres y Fráncfort, sede de algunas de las entidades expuestas a la pesquera, nadie entendía que algo así pudiese suceder en una sociedad cotizada y se apuntaba a un fallo en las tareas de la CNMV. Agotada su paciencia, el supervisor, consciente de que Pescanova estaba poniendo en entredicho su imagen y la del país, solicitó a la Fiscalía una investigación de las posibles irregularidades cometidas por Sousa, que se enfrenta a una multa y su posible inhabilitación, y asumió la labor de desvelar el «agujero» real.
Entonces el juzgado de lo mercantil número uno de Pontevedra aceptó el concurso, cesó al presidente y al resto del consejo y nombró a Deloitte administrador concursal. Pero su contabilidad sigue siendo una incógnita: la auditora aún no ha revelado la deuda total del grupo. Quizá por su dificultad para contabilizarla. El grueso se encontraría en filiales de todo el mundo en las que la pesquera tiene una participación no mayoritaria, por lo que no consolidan en las cuentas de la matriz, pero que controlaría al 100% con otras filiales y sociedades interpuestas. Lo que sí ha dicho ya es que la compañía necesita con urgencia al menos 50 millones para seguir operando. Algunas filiales han dejado ya de pagar a proveedores y ha tenido que amarrar parte de su flota de 100 buques. ¿Cuánto tiempo más aguantará así?
Las entidades, salvo las extranjeras, siempre se han mostrado favorables a financiar a la empresa, pues consideran que es viable –hasta septiembre de 2012 facturó 1.149 millones y ganó 25 millones– por su negocio. Ahora bien, condicionaron ese apoyo a la salida del presidente. Con Sousa depuesto, la banca ha retomado las conversaciones, ahora con Deloitte. Desembolsarán ese dinero si se les detalla la cantidad exacta que necesita el grupo y los pagos que cubrirán y si se les da preferencia en el cobro de deudas. De lo contrario no habrá más liquidez. Los bancos ya han computado como pérdidas el 25% de los préstamos que le concedieron. «Nadie podía imaginar que esto iba a pasar», dice el consejero delegado de un banco español. No es el primer temporal que azota al grupo, pero sí el más serio.
Los marineros desconfían de la apariencia de tranquilidad del mar. Y Pescanova, que parecía navegar por aguas en calma, sufría ya problemas financieros que los poderes locales ocultaban. La Xunta de Galicia, bajo las amenazas de la empresa de deslocalizarse, le dio ayudas para mantener su «galleguidad». En 1994, con Manuel Fraga, le inyectó 2.000 millones de pesetas (12 millones de euros) y le pagó los intereses del 3% de un crédito de 48 millones de euros a siete años para evitar su compra por la anglo-holandesa Unilever.
Sousa conseguía además financiación ilimitada de Caixa Galicia y Caixanova, que llegaron a controlar el 30% del capital de la pesquera. Pero la crisis de las cajas gallegas hizo que el grupo perdiese su gran salvavidas financiero. El empresario sabía de las dificultades de navegar en solitario por un mar ya picado. Prueba de ello durante los tres meses anteriores a la crisis de la compañía vendió la mitad de sus acciones en la empresa; el 66% desde junio de 2012. Las vendió por un precio de entre 13,6 euros y 17,7 euros, cuando el 13 de marzo, fecha desde que su cotización está suspendida, se pagaban a 5,91 euros. Quizá Sousa sabía ya que el desplome era inminente.
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