Estados Unidos, ¿dónde meter la tijera?
Obama confía en no recortar el gasto social y sí apostar por políticas de crecimiento, como invertir en infraestructuras
emili j. blasco
Y en la economía, ¿qué? Barack Obama expuso en el discurso inaugural de su segundo mandato una agenda básicamente doméstica, centrada en propuestas sociales, e hizo una rápida referencia, de apenas dos párrafos, a la política exterior. Pero no dedicó tiempo a tratar de la ... economía. La constatación de que «la recuperación económica ha empezado», fue casi la única mención a la crisis. Ni siquiera fue acompañada de una alusión al paro, como sobre la marcha algunos comentaristas de televisión le criticaron.
«No dio ninguna pista sobre lo que pretende», fue la queja al día siguiente del editorial del «Washington Post» en relación al problema de la elevada deuda que acumula Estados Unidos (16,4 billones de dólares, ligeramente por encima del 100% del PIB).
No obstante, al presidente se le vieron dos cartas que llevaba en la mano y que de momento no quiso mostrar demasiado: su poca predisposición al recorte del gasto social, a pesar del elevado déficit, algo en lo que también se ha significado el nuevo secretario del Tesoro, Jack Lew, y su apuesta más bien por políticas de crecimiento, tales como inversión en infraestructuras. También hay una carta escondida: la confianza en que la Reserva Federal seguirá dándole a la máquina del dinero, como su presidente, Ben Bernanke, se ha comprometido a hacer mientras el nivel de paro, hoy del 7,8%, siga alto para los estándares de Estados Unidos.
Es posible que Obama dé por garantizado que entre su legado quedará la mejora económica, por el mero hecho de que ya estamos en un ciclo ascendente, y prefiera centrarse en otros asuntos que quiere que definan su presidencia, como la reforma inmigratoria, la limitación del acceso a las armas de fuego, la lucha contra el cambio climático y el matrimonio homosexual.
Pero algunas voces advierten que «es la economía, estúpido», lo que hará que la presidencia de Obama acabe siendo vista como un éxito o como un fracaso. La presidencia de Bill Clinton, de la que procede ese eslogan entrecomillado, sigue siendo aplaudida por todos, a ambos lados del espectro político estadounidense, por haber dado la vuelta al presupuesto, pasando de una crisis heredada a tres años de superávit presupuestario.
Lo alarmante para el «Wall Street Journal» no es solo que Obama siga sin aclarar por dónde quiere aplicar la tijera del ajuste que las cuentas públicas de EE.UU. requieren, sino que en su discurso del lunes pareció anunciar como intocables varias partidas sociales (básicamente sanidad y pensiones) que, a juicio de muchos economistas, requieren reforma. «La negativa de Obama de negociar de buena fe quiere decir que tendremos una extendida guerra sobre el gasto por muchos meses», según el Journal.
También con crudeza lo advertía «The Economist». «Obama no ha dado nunca ninguna señal, solo retóricamente, de ser serio en cuanto a recortar» lo que en inglés se conoce como «entitlements», los beneficios reconocidos por ley: pensiones y programas sanitarios públicos para la población de menos recursos y la de tercera edad que «abrumarán el presupuesto a medida que la población envejezca y los costes médicos prosigan su incontrolado ascenso».
Hasta ahora, el presidente estadounidense ha logrado asegurar mayores ingresos mediante el aumento de los impuestos a las rentas de más de 450.000 dólares anuales, lo que podría aportar a las arcas federales unos 600.000 millones de dólares en diez años. Se trata de una pequeña parte de los 4 billones de dólares de ajuste, también en un decenio, que desde hace más de dos años negocian sin éxito demócratas y republicanos.
Pero Obama no parece muy dispuesto a grandes medidas de austeridad ni a una pendiente reforma de las pensiones, la cual amenaza cualquier mejora del déficit que pueda existir en los próximos años con la salida de la crisis. Aunque el déficit público pueda bajar del actual 7%, volverá a ascender en 2019 por el creciente coste de pensiones y atención médica de una población más envejecida.
En su tira y afloja, el presidente y los republicanos del Congreso se han dado esta semana un mayor margen de tiempo para intentar un acuerdo. A comienzos de marzo se llegaba a la fecha límite para la aprobación de un aumento del techo legal de la deuda de EE.UU. A propuesta republicana el Congreso aprobó el pasado miércoles ampliar el plazo de dos meses, hasta el 19 de mayo. Su propósito es garantizarse tiempo para negociar en un mismo paquete la autorización de más endeudamiento y una misma cantidad en recortes del gasto. Obama quiere separar las dos cosas, pero los republicanos ven lo del techo de deuda como única baza que tienen para forzar al presidente a un mayor ajuste.
Los medios estadounidenses han calificado el discurso inaugural del presidente, pronunciado sobre las escalinatas del Capitolio ante una gran multitud, como de un paso a la izquierda. No un giro, pues responde a lo que siempre ha pensado Obama, pero sí la aceleración de su propio programa ante la mayor libertad que todo inquilino de la Casa Blanca tiene en un segundo mandato, sin verse ya constreñido al tener pensar en términos de aceptación electoral.
Para Jim Kessler, cofundador del «think tank» demócrata de centro Third Way, la etiqueta de izquierdas debería darse no tanto por las referencias al matrimonio homosexual o la legalización de los inmigrantes sin papeles, que es algo que cada vez forma más parte de lo que piensa el conjunto de la sociedad, sino por su agenda económica. Según Kessler, el discurso fue más «liberal» (adjetivo para las posiciones de la izquierda del Partido Demócrata) «no por las cosas que dijo, sino sobre todo por las que omitió, como la lucha para afrontar las tambaleantes finanzas de los programas de beneficios sociales y fomentar el crecimiento económico».
«Juntos hemos determinado que una economía moderna requiere líneas férreas y autopistas para acelerar los viajes y el comercio; escuelas y universidades que formen a nuestros trabajadores», dijo Obama el lunes desde la tribuna, en lo que se ha visto como una llamada a recetas keynesianas -construcción y reparación de carreteras y colegios- para asegurar la salida de la crisis.
En estos momentos, el 58% de los estadounidenses cree que el país está yendo en la dirección equivocada, frente al 35% que considera que está en el camino correcto, según una encuesta de NBC/WSJ publicada con motivo del arranque de la segunda presidencia de Obama. El 43% se declara optimista respecto a los próximos cuatro años, mientras que el 35% es pesimista, con un 22% de la población con sentimientos encontrados.
En cualquier caso, los últimos días la noticia de que el plazo para acordar elevar el techo de la deuda ha sido ampliado hasta mayo ha tenido un efecto positivo en el estado de ánimo de los mercados. Cuando hace una semana el Partido Republicano anunció su disposición a dar un poco más de oxígeno financiero al presidente, la rentabilidad del bono de deuda soberana de Estados Unidos a diez años bajó en cuestión de horas de 1,881% a 1,842%.
La ironía con toda esta discusión sobre el techo del endeudamiento es que el propio Obama votó en contra de tal posibilidad en 2006 siendo senador. «El hecho de que estemos hoy aquí para debatir aumentar el límite de la deuda de Estados Unidos es un signo de fracaso de liderazgo. Liderazgo significa no pasar el muerto», declaró entonces sobre las intenciones de gasto de George Bush.
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