«¡Viva Las Vegas!», un paseo por la Super Bowl más excesiva
Fútbol Americano
Nunca es demasiado temprano en la ciudad del pecado para pedirse unos tragos y perder dinero en el juego, sobre todo si es el día más señalado del calendario deportivo en Estados Unidos
Los Kansas City Chiefs de Mahomes y Kelce consolidan su dinastía y se llevan su tercera Super Bowl en cinco años
Taylor Swift brilla y se bebe la Super Bowl
Aficionados de la NFL, en un casino de Las Vegas en las horas previas a la Super Bowl
No son todavía las nueve de la mañana y dos señoras bailan y casi se caen delante de un espejo del casino del hotel Luxor, con cervezas en la mano que no parecen la primera. Nunca es demasiado temprano en Las Vegas para pedirse ... unos tragos y perder dinero en el juego. Sobre todo si es la Super Bowl, el día más señalado en el calendario deportivo de EE.UU., la final del fútbol americano, el deporte rey.
Las Vegas ha animado de forma oficial a todos los visitantes a que se entreguen a una «celebración excesiva» durante la Super Bowl. Traducción: que se dejen un montón de pasta, que es la forma convencional de medir la diversión en esta fantasía surgida del desierto de Nevada.
Faltan muchas horas para que comience el partido y el casino está a rebosar. El uniforme de la América real son las camisetas, sudaderas, gorras y chaquetas del equipo de tus amores, de la universidad o de las ligas profesionales. Esa es la etiqueta de la barbacoa, de la visita al 'mall', del partido de fútbol de las niñas. Lo que se estila un día de Super Bowl son las elásticas gigantescas que llevan los jugadores de fútbol americano, donde podría entrar una familia y que cuestan una fortuna. Un señor con un puro como una barra de pan le da a las tragaperras con una clásica de Jerry Rice, recibidor legendario de los San Francisco 49ers, uno de los equipos que disputan la Super Bowl. Hay legión de seguidores de Patrick Mahomes, 'quarterback' del otro finalista, Kansas City Chiefs, el mejor jugador de ahora, que visten su camiseta para tirar dados, poner 200 dólares a negras o pedir una más al 'blackjack'. Hasta los crupieres llevan camisetas de equipos en honor al partido, pero el cambio de uniforme no les quita la desgana. De vez en cuando se escuchan gritos de celebración, pero el sonido dominante es el de los altavoces de las tragaperras.
No es casualidad tanto ambiente de Super Bowl en el Luxor. El hotel está pegado al Mandalay Bay, que está conectado con el estadio, el Allegiant Stadium. Esa es la razón, sin duda, por la que la organización de la Super Bowl ha ofrecido el Luxor a la prensa para el alojamiento. Muchos seguidores lo habrán elegido por la misma razón. Y porque, dentro de los precios de la Super Bowl, es barato. El Luxor, en su día una gran atracción de Las Vegas, es un lugar fascinante por su decadencia. Imita una pirámide egipcia, con un vestíbulo espectacular, donde conviven exposiciones turísticas como la de la tumba del Rey Tut, con un 'Starbucks', media docena de locales de comida rápida y decenas de tragaperras tan altas como columnas de Karnak, sobre una alfombra a la que no se le va el olor a tabaco (todavía se puede fumar, pero escasean los voluntarios). Es una fantasía kitsch de esfinges de pladur a la que no le falta un imponente obelisco. Da cierta lástima que una de las caras de la pirámide es un anuncio inmenso de Doritos. Hasta tiene el color naranja del nacho industrial. Cosas de la economía.
Solo hay que atravesar un centro comercial y decenas de restaurantes 'del mundo' para llegar al Mandalay Bay, donde hay todavía más gente y la clientela es algo más selecta. El hotel, manchado por el tiroteo de 2017 desde una de sus ventanas, se renovó por completo el año pasado. Por allí aparece un fanático español de los Chiefs. «Tengo hasta abono de temporada», dice Eduardo, médico malagueño. Tiene preparada una bandera española para el partido. «Es talismán», promete (y lo fue).
Hay que seguir caminando y dejar atrás la sala para prensa escrita, grande como un campo de fútbol, y la dedicada a televisiones y radios, grande como un campo de polo, para salir por fin del hotel y meterse en un autobús que te lleva al estadio. En realidad, solo hay que atravesar una autopista para llegar al estadio, pero Las Vegas no está hecha para caminar por sus aceras.
Dicen que el estadio parece la 'Estrella de la muerte' de Darth Vader pero podría ser también un enorme 'puck', el disco de hockey sobre hielo. De fondo, un cielo azul y montañas nevadas, una explicación por fin al nombre del estado. A las afueras del estadio hay una 'fan zone' noble de cada equipo, para entradas caras -mucho que decir en un partido para el que se ofrecía la más barata a ocho mil dólares esta semana-, familiares y gente bien, con barra libre y clásicos de la comida rápida estadounidense pre-partido, como la hamburguesa quemada. La de los Chiefs tiene ambiente de club de golf hinchado a esteroides: musicón, jóvenes altos y pijos, señoras con sombrero de ala ancha y chaquetas con lentejuelas, algunos caballeros con chaqueta, aunque sea con estampado del logo del equipo. La de los 49ers es mucho más aburrida, con un tipo tocando la guitarra por 'country' y menos sonrisas que en la sureña Misuri. Distinto ambiente, mismo grado de carbonización en la hamburguesa.
Un escenario imponente
Si el estadio provoca dudas por fuera, por dentro es espectacular. Una cristalera descomunal en uno de los fondos permite mirar a los hoteles de Las Vegas y el aspecto del graderío es impecable. Las tripas del estadio están hasta arriba de fans, que, si entornas la vista, parecen del mismo equipo. Esta Super Bowl, en lo que tiene que ver con los colores, es como una final de Copa del Rey entre el Mallorca y Osasuna, entre el Atlético de Madrid y el Sporting de Gijón. Todos van de rojo, todos hacen cola para comprar pizza, nachos, cerveza ligera y, sobre todo, camisetas oficiales de la NFL. Muchos llevan, además, el mismo colgante gigantesco y dorado con el logo de su equipo. Tan falsos como las esfinges del Luxor. Tan falsos como los espectadores que sacó Usher al campo en el 'show' del descanso, que eran bailarines.
No son falsas las lágrimas como canicas que se le caen a Chris Jones, una bestia de 310 kilos, defensor de los Chiefs, cuando Reba McEntire canta el himno nacional. Ni las embestidas bestiales a las que se someten los dos equipos durante más de dos horas. Ni el amor por Taylor Swift de Travis Kelce, puntal de los Chiefs, que tras ganar la Super Bowl responde a quienes dicen que es un montaje: «Estáis todos locos».
Kelce, eufórico, se desgañita con la copa cantando 'Viva Las Vegas', de Elvis Presley, en una versión sentida pero muy mejorable. A Swift se le humedecen los ojos, quizá no de la emoción musical. La gente sale del estadio sin ardor de victoria y sin depresión de derrota. Vuelve a hacer cola para comprar camisetas del evento y a poner fichas en el tapete verde de las mesas de juego.