La milagrosa resurrección de la Cariad en aguas de Menorca
Construido en 1896, el queche áurico participa en la Copa del Rey de Veleros Clásicos como la embarcación más antigua y mejor restaurada, sueño enloquecido de un naviero y un astillero que habla
Un naufragio como de hace un siglo
Mahón (Menorca)
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Iniciar sesiónEs por la tarde y el sol, en su descenso, cede el paso a la hora azul. La madera de los barcos brilla sobre el agua de la bahía encendida en dorados que centellean como el cofre del tesoro. Los mástiles se menean de un ... lado a otro en un tempo lento que acerca al reportero al 'stendhalazo' marinero. Por el muelle del Club Marítimo de Mahón camina algo torpemente un hombre mayor, ropa deportiva de navegación, camiseta de manga larga de licra protección solar UPF 50, 70 años y una bolsa de plástico llena de latas de cerveza.
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Sube por la pasarela del Cariad, el barco más antiguo de la XXI Copa del Rey de Barcos Clásicos de Menorca que acaba de terminar una etapa larguísima. Recorre la cubierta como si no quisiera molestar y entrega una lata a cada tripulante en un gesto humilde y servicial. «Mejor con una cerveza», se justifica, socarrón.
No es el recadero: es el dueño de la embarcación. Se llama Tim Hartnoll, es inmensamente rico y el responsable de una de las historias más locas sobre restauraciones de barcos que ha traído de nuevo a la vida a una belleza flotante, premio a la mejor reconstrucción del mundo.
«Tengo 70 años y estoy obsesionado náuticamente desde los 6. Siempre estuve enamorado de ella»
Tim Hartnoll
Armador
«Estoy náuticamente obsesionado desde los 6 años», confiesa el armador, pelo blanco y piel sonrosada, nacido en Singapur y heredero de X-Press Feeders, un imperio naviero que fundó su padre. Lo dice, resignado, como el que no ha olvidado a aquella novia del colegio y sigue pensando en ella. Lo ha asumido. Claro que su amada tiene 129 años, pero de ella es lindo hasta el nombre.
Cariad, que significa querida o amor mío en galés, es un queche áurico, esto es, una embarcación con dos mástiles, uno principal y otro trasero o de mesana que puede estar detrás del timón. Lo de áurico, remate etimológico de esta hermosura, se refiere al tipo de vela del palo de mesana, que es rectangular o cangreja y no bermudeana o triangular como la mayoría de los veleros actuales.
La botaron en 1896, construida en los astilleros británicos de Summers and Payne para Lord Dunraven que la quería para usarla de barco de crucero y barco de regatas y que tenía, además de dinero para asar una vaca, un notable y distinguido buen gusto náutico.
En su primera regata, ganó la Copa Vasco da Gama y fue de Londres a Bombay. Después, fue propiedad de la Marina sueca y se usó como buque escuela antes de tener otros propietarios y terminar arrumbada en sus últimos años y desahuciada en un puerto seco.
Hace diez años la restauraron y la volvieron a abandonar en Tailandia a merced de la humedad y del calor que pudrieron prácticamente toda su madera.
«Siempre estuve enamorado de ella», explica Hartnoll, que admite que intentó comprar la Cariad hace años, pero no tenía el dinero suficiente. En 2022, llegó su oportunidad y se hizo con ella para rehacerla casi entera. Desde entonces, navega en ella cada vez que puede: «Supongo que esta es mi jubilación, el sueño que tuve cuando era un niño».
Accidente en Mahón
Colin Boland es el capitán de esta obra de arte, que la manda «con responsabilidad, como si llevara un pedazo de la historia de la navegación». La víspera, frente a Mahón, les sorprendió un aguacero con vientos de 55 nudos, una bomba marina que arrancó el palo mayor y el botalón de proa del Tuiga y arrojó por la borda, entre cientos de metros de cabos y velas, a una de sus tripulantes que resultó, milagrosamente, ilesa. En tres minutos llegó el fin del mundo y Boland ordenó cortar la driza del 'spinnacker' para no romper la jarcia entera, así que perdió una vela que se fue al fondo.
¿Cuánto cuesta actualmente la Cariad? Nadie lo cuenta, pero todo el mundo sonríe, arquea las cejas, y resopla: «Mucho dinero». El capitán no tiene más tiempo para la entrevista, pues hay que zarpar para la etapa del día.
«¡Cariads!», grita, y veinte tipos que están en el muelle suben ordenadamente al barco. Uno de ellos es diferente a los demás. Le dejan pasar, lo respetan, lo llaman 'The Legend' ( 'La Leyenda')-. Pelo largo blanco amarillento, coleta, barba larga, 35 años en cada pata, gafas de sol con un dedo de sal, chusta de cigarro de liar entre los labios, Mike Howett es el tipo que restauró el barco. Parece salido del puerto de Ámsterdam de aquella canción de Jacques Brel.
«Trabajamos 50 personas. Intenté conservar su espíritu, retener su alma. Sigue siendo ella»
Mike Howett
Constructor
Nacido en Tasmania (Australia), lo llamó Hartnoll para devolver a la vida a la Cariad porque había sido el responsable de su última restauración. Esta vez Howett trabajó dos años con cincuenta personas en un astillero del sur de Tailandia, de donde proceden unas maderas sobre las que podría uno comerse unos huevos fritos.
«Después la trajimos a Inglaterra y al Mediterráneo, adonde pertenece. Es un poco lenta en regatas cortas, pero es muy buena en los cruceros. Aquí está contenta porque le gustan las aguas más frías y no le sienta bien el trópico. Mi sueño siempre fue devolverla aquí, a su sitio y verla navegar de nuevo», lo que también forma parte de su bellísima jubilación.
Mike y los demás hablan de la Cariad como una mujer con personalidad, sentimientos, gustos y pequeños vicios. Hablan de su barco como de su amada porque en verdad están pillados por ella.
Restauración
Allí delante de Howett, el reportero se acuerda de la paradoja filosófica del calcetín de Locke. Esto es, si se remienda un calcetín tantas veces como para que ya no quede ni una sola brizna de la lana con la que se tejió originalmente, ¿estamos hablando del mismo calcetín? Diría que sí, pues ve en esta Cariad a aquella.
Del barco original quedan piezas, por ejemplo, gran parte de los mástiles y una moneda de 1896 que descansa debajo del palo original como un sello. También la quilla, partes del timón y la carlinga en la que se asientan los mástiles. «Siempre quise retener su alma, mantener su espíritu y creo que lo hemos conseguido».
Cuesta ver a un lobo de mar como Mike Howett emocionarse igual que un niño y secarse los ojos con esos dedos como encinas debajo de las gafas de sol, pero eso sucede. «Sustituimos muchas partes –admite–, pero no las suficientes como para que yo no sepa que sigue siendo ella».
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