El Baúl de los Deportes
Santana fue en metro a la final de Wimbledon, la ganó… y besó a la duquesa de Kent
El 1 de julio de 1966, el tenista madrileño fue el primer español que venció en el legendario torneo londinense
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Manolo Santana besa el trofeo de Wimbledon
«La primera raqueta del mundo». Con ese titular y una foto espectacular a toda página, Manuel Santana Martínez (Madrid, 10 de mayo de 1938 - Marbella, 11 de diciembre de 2021) copa la portada de ABC del sábado 2 de julio de 1966. ... Es la fiel descripción gráfica de una de las grandes gestas de la historia del deporte español: el 1 de julio de 1966, Santana ganó en la final de Wimbledon, considerado el más importante y prestigioso torneo de tenis del mundo, al estadounidense Dennis Ralston (6-4, 11-9 y 6-4).
Manolo Santana fue el primer español que triunfó sobre la pista de hierba de Londres y, con ello, certificó e intensificó su condición de pionero e impulsor del tenis en España. El auge y los numerosos éxitos del deporte de la raqueta en nuestro país no se conciben sin la figura del genial madrileño, tanto dentro como fuera de la cancha. Así lo atestigua el texto de la crónica de ABC de aquella final celebrada hace 57 años:
«Manolo Santana es ya campeón de Wimbledon. Es además el primer español que logra el trofeo de la famosa competición deportiva y el primer jugador europeo que llega a la final desde 1955, fecha en que el danés Kurt Nielsen perdió ante el americano Tony Trabert. El 'Sun' publicaba ésta mañana unas declaraciones de Manolo Santana en las que dijo que desde que recogía pelotas en Madrid, siendo un chiquillo, soñaba con llegar a la final de Wimbledon. 'Y ahora que lo he conseguido—añadió—, me siento tan feliz que podría llorar'. Esta tarde, al recibir la copa de manos de la princesa Marina, pudo muy bien llorar de alegría porque había conseguido aún más de lo que soñaba. Hoy, poco después de las siete de la mañana, empezó la radio a hablar de la final de Wimbledon. El locutor de la BBC no ocultaba su preferencia por Santana. 'Todo el público—dijo—, y yo con él, somos partidarios del español'».
«Santana, como ya hemos dicho en otras ocasiones, se ha ganado por completo a la opinión inglesa. No sólo por su categoría deportiva, que ha culminado en la tarde triunfal de hoy, sino también por su personalidad humana. La simpatía del español, la popularidad de 'su famosa sonrisa luciendo los dientes', de la que habla el crítico del 'Daily Mail', contrastaba con la poca simpatía que se había granjeado el americano en las anteriores actuaciones con sus desplantes de mal genio. Santana, en cambio, nunca se descompone. Incluso en la semifinal, el primero en aplaudir una jugada de Davidson antes de que el público lo hiciera. Así, cuando sonó la ovación de los espectadores no se sabía qué se premiaba más, si la buena jugada del australiano o la cordialidad de Manolo. Virgina Ironside dedica en el 'Daily Mail' un artículo a nuestro campeón titulado 'Sonriente o triste, todo el mundo quiere a Santana'. Dice que su carácter tiene el atractivo y el encanto de los muchachos del sur. Habla después de su afición al cine, del Real Madrid y de sus ocupaciones fuera del tenis. Cuenta, no sin cierta ternura, que es un hijo ejemplar al que su madre y hermanos adoran. Toda la Prensa recoge frases o anécdotas de Santana. El 'Daily Mail' titulaba uno de sus reportajes: 'Santana, con los guisos de su mujer, alcanza la final'. Porque Manolo ha dicho a la Prensa que este año lo tenía todo para sentirse contento: 'Mi mujer está conmigo y me prepara mis platos españoles favoritos'. Hoy estará más contento todavía porque tiene además la copa».
Campeón en Roland Garros
Esa actitud cordial y positiva de Santana hacía que todo lo suyo pareciera fácil… pese a que casi nada lo fue. Ni en la vida ni en la cancha. El triunfo en Londres es el espejo donde queda reflejado para siempre el esfuerzo, el trabajo y la determinación empleados a lo largo de su trayectoria para superar las dificultades. «Había ganado Roland Garros (en 1961 y 1964), pero no estaba preparado para Londres —reconoció en una entrevista en 'El País'—. Eso me dolía en el ego. Me decía: no puedo estar cayendo en la primera y la segunda ronda. Por eso renuncié a competir en París dos años. Quería aprender a jugar sobre la hierba y triunfar algún día en Wimbledon. Ese fue un paso muy importante en mi vida. En aquella época el tenis estaba absolutamente dominado por los anglosajones y tres de los cuatro Grand Slams se jugaban sobre césped: Australia, US Open y Wimbledon. Tenía la necesidad de demostrarme a mí mismo que podía hacerlo; era una necesidad personal. Así que esos dos años me alquilé un apartamento en Londres y jugué todos los torneos que se celebraban en los alrededores. En la tierra batida dominaba perfectamente el juego, pero llegó un momento en el que quería demostrarle al mundo anglosajón que yo no era solo un jugador de arcilla. Y la verdad es que aprendí muy rápido, porque en 1965 ya gané el US Open y después Wimbledon».
En la edición de 1966 del torneo inglés, Santana fue cabeza de serie número 4. Ganó en su estreno por retirada del japonés Watanabe (el español había ganado los dos primeros sets), derrotó sucesivamente en tres mangas al canadiense Belkin y al norteamericano Riessen, y en la siguiente ronda volvió a vencer por abandono de su rival, el inglés Wilson (también con dos sets a favor del madrileño). En cuartos de final sudó ante el australiano Ken Fletcher (6-2, 3-6, 8-6, 4-6 y 7-5) y similar esfuerzo tuvo que hacer en la semifinal, disputada y ganada ante Owen Davidson, otro tenista de Australia (2-6, 6-4, 7-9, 6-3 y 5-7).
«Fui a la final en metro —recuerda Santana en 'El País'—. Lo cogí en Gloucester Road, como todos los días. Entonces no había coches oficiales ni nada similar. Tú tenías que cargar con todas tus cosas, con el bolso y la raqueta, y apañártelas como podías; no había nadie que te ayudase como a los de ahora, que tienen todas las comodidades. Recuerdo con mucho cariño ese trayecto y las noches de acampada que hacía la gente para poder entrar; eso te llegaba. De ese día sobre todo me emociona el llenazo que me encontré al salir a la pista. Fue impresionante. Desde que era pequeñito y comencé a trabajar como recogepelotas soñé con algo así, y al final pude cumplirlo. Eso sí, no fue nada fácil».
Entre otras peculiaridades difíciles propias del tenis de aquella época, los jugadores no podían sentarse durante los descansos de los partidos: «Teníamos que quedarnos de pie o ponernos de cuclillas. Había una especie de nevera atada a la silla del árbitro y poco más; te refrescabas un poquito y ya está, pero nada de lujos. Entonces tampoco podíamos ir al baño, así que tenías que aguantarte sí o sí».
Antes de saltar a la pista para jugar la final, Santana le pidió a una costurera que le cosiese en la camiseta blanca el escudo del Real Madrid
Manuel vivió todas esas sensaciones con el escudo del Real Madrid en el pecho. Como es sabido, los tenistas que juegan en Wimbledon tienen que vestir de blanco. Santana así lo hizo, pero antes de saltar a la pista central londinense le pidió a una costurera que le cosiese en la camiseta el emblema del club de sus amores. . «Yo he sido madridista toda mi vida. Jugué con el Real Madrid durante una etapa, cuando tenía sección de tenis. Me entrenaba en la antigua Ciudad Deportiva y jugábamos en las pistas cubiertas del antiguo Raimundo Saporta. Para mí era un orgullo llevar ese escudo. En Londres me arriesgué cuando me lo puse, porque lo normal es que allí me hubieran dicho que me lo quitase, pero yo salí con mucha tranquilidad a la pista, y sin que nadie se diese cuenta me tapé el escudo. Sabía que una vez que hubiese empezado el partido no iban a pararlo para que yo me cambiase de camiseta».
Jugador que domina todos los golpes
Y, en efecto, dio comienzo la final, «Eran las dos, las dos en punto de la tarde, cuando saltaron los atletas a la pista—se lee en la apasionada crónica que publicó el diario 'Pueblo'—. La princesa Margarita, sonriente, presidía el torneo. Ralston es un jugador fibroso, tenaz, poco brillante, de grandes facultades físicas, incapaz de desalentarse, con dos saques —el primero y el segundo— peligrosos y con un drive como un disparo de fusil. Santana ya saben ustedes como es: un jugador inteligente, de inferior capacidad física a muchos de los rivales que lleva vencidos, con un dominio asombroso de todos los golpes posibles del tenis y de alguno de los imposibles, imaginativo y animoso cuando las cosas se ponen cuesta arriba».
«Ha ganado el primer set, pero sin comodidades, rompiendo el peligroso saque del norteamericano en el noveno juego y dando muestras de prudencia y serenidad. En el segundo set un 'globe' de Ralston le cimbreó en el aire y, desde ese momento, el español no cesó de llevarse la mano a la espalda, dando muestras de dolor. En el segundo set, y tras superar el bache de un 4-1 en contra de Santana, se llega al empate, 5-5. Gana Ralston el juego undécimo y pone la cosa difícil con 6-5 en contra. Sirve Santana. El juego es largo, difícil, repleto de empates consecutivos, de errores mutuos, de aciertos mutuos y de nervios. Ralston lanza 'globe' tras 'globe', golpes fatigosos para Manolo, pero una y otra vez los hados vuelven a igualar el combate. Gana, con un revés breve y rápido Santana, y nos ponemos a seis. Un nudo en el gañote. El juego siguiente es para Ralston, con cuatro saques fulgurantes que dejan al español como a una estatua».
«En Wimbledon hay más electricidad que en Aldeadavile. Gana Santana su saque y empate a siete. Gana Ralston el suyo y las chicas —que son ciegas partidarias del español— muerden sus blancos pañuelitos. Ralston hace un gesto de buen muchacho cuando Santana vuelve a empatar, y este cronista, en vez de fumar, se come un cigarrillo. Empate a ocho. Gana Ralston el siguiente juego y 9-8 contra nuestros sueños. Pelotas de milagro, que Santana pica junto a la red, largos castañazos de Ralston desde el fondo de la pista, olés de la muchedumbre. Y Santana empata otra vez, a nueve. Y gana el décimo juego, rompiendo el servicio de su rival. Con un saque como un soneto, vence a Ralston en el undécimo juego y en el set. La ovación desciende sobre la verde cancha como un pájaro y eso que se siente cuando se es un caballero —el respeto por el rival— nos hace a todos regalar parte de la gloria a Denis Ralston».
«El triunfo: Y llega el tercer set, que puede, que debe ser decisivo para Santana. Gana Ralston el primero. Empata Manolo; gana Manolo el segundo. Empata Ralston. Gana Manolo el cuarto. Le queda un punto. Señor, un punto. Y lo gana con una volea histórica. Ralston abraza a su vencedor. Hay gritos, ovaciones, risas... La aventura deportiva más bonita del mundo, la final de Wimbledon, ha sido ganada por este muchacho de Madrid. Sinfonía fantástica. Forman los jueces junto a la red, se tiende una alfombra sobre el césped, forman los 'scouts' en dos filas y la princesa Marina, solemne y simpática, entrega la copa a Santana y su amistad a Ralston. Manolo besa la copa, sonríe, busca a su mujer en los graderíos, tiembla. ¡Emerson ha muerto! ¡Viva Santana! Pero, sobre todo, viva este limpio y digno pueblo inglés, que ha sido capaz de inventar una maravilla como Wimbledon, otra maravilla como el tenis, otra maravilla más como el amable respeto por el vencido y la cordialidad sin chillidos para el vencedor. En Londres, un día más».
Se saltó el protocolo real
Para Manolo Santana no fue un día más. Ni mucho menos. El tenista madrileño, además de incontables entrevistas en numerosos medios de comunicación, en 1983 contó su vida y su trayectoria deportiva en la revista 'Hola'. Y en 2033 publicó el libro 'Un tipo con suerte: Manolo Santana, memorias de un jugador de tenis'.
«A mi victoria (en Wimbledon) se sucedieron una serie de anécdotas, imposibles de olvidar —relató en 'Hola'—. La primera se produjo en la misma pista, cuando la princesa Marina (duquesa de Kent), me hizo entrega del trofeo. Por la educación que había recibido de los Romero Girón, siempre besaba las manos de las damas que me saludaban. Por eso, ajeno al protocolo de la Corte inglesa, cuando la princesa me alargó su mano, yo me incliné para besársela. Observé que la retiraba, pero, cuanto más la apartaba, más porfiaba yo en mi intento (el citado protocolo prohibía besar a los miembros de la familia real británica). Y no cejé de forcejear hasta conseguir mi propósito. Después, besé la copa y lancé un beso a María Fernanda (primera de las cinco mujeres de su vida)».
«La aventura deportiva más bonita del mundo, la final de Wimbledon, ha sido ganada por este muchacho de Madrid»
Crónica del diario 'Pueblo
2 de julio de 1966
«Concluido el ritual de la entrega de galardones, los miembros de la familia real británica, entre quienes se encontraban la princesa Ana y la princesa Margarita, hija y hermana, respectivamente, de la Reina Isabel II, me invitaron a tomar el té con ellos. '¡Dónde has llegado, Manolín', pensaba para mis adentros. Todos me dijeron que se alegraban de mi triunfo por la caballerosidad que había demostrado durante la celebración del torneo y por la humildad con que había acogido la victoria».
«Otro de los personajes que se acercó a felicitarme con vivas muestras de afecto fue Peter Ustinov (actor inglés), quien en las jornadas previas me comentó: «¡Qué valor tienes de enfrentarte a tipos tan grandes!». Tras mi éxito, comenzó a llamarme, y aún sigue llamándome así, 'El matador'… Cuando llegué al hotel, tenía telegramas de todo el mundo. Allí estaban los del palacio de El Pardo y los del Príncipe de España. Pero, de todos ellos, los que más agradecí y me emocionaron fueron los de mi madre y de Álvaro Romero Girón, quien se hallaba en Guinea».
«Humillado por la Federación Española»
«El torneo de Wimbledon, junto con las carreras de caballos de Ascot, es una auténtica institución dentro de la sociedad inglesa. Por la noche se celebró una cena de gala en honor de los campeones, presidida por el príncipe Miguel de Kent. A su derecha tomó asiento Billie Jean King, vencedora femenina del torneo, y yo lo hice a su izquierda. A mi lado se sentó el presi-dente de la Federación Norteamericana de Tenis. Y al lado de Billie, entre ella y mi mujer... ¡nadie! La silla que debía haber ocupado el marqués de Cabanes, presidente de la Federación Española, quedó vacía. Aún me pregunto: '¿Por qué ese desaire?'. No pude por menos que dolerme ante la humillación de que había sido objeto por parte de nuestras autoridades deportivas y sentir vergüenza ajena».
Santana también contó muchas veces que aquel gran triunfo de Wimbledon le costó dinero —el premio fueron 10 libras (12 euros), un reloj Rolex y un vale de 25 libras (29€) para material deportivo— y que Francisco Franco le concedió la Orden de Isabel la Católica. Y se la entregó en una recepción oficial en El Pardo cuya singularidad merece capítulo aparte.