Roland Garros
París no deja la huella: el único grande que no se encomienda a la tecnología
Roland Garros es el único Grand Slam que se resiste a implementar el sistema de canto de línea electrónico, mientras los tenistas se debaten en su idoneidad en una superficie tan cambiante y resbaladiza como la tierra batida
Sabalenka derroca a Swiatek y estrenará final en París ante Coco Gauff
Enviada especial a París
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Iniciar sesiónEs Roland Garros esa pequeña aldea gala que se resiste al invasor, de aspecto tecnológico y no romano. Reticente el Grand Slam parisino a acoger el sistema electrónico de canto de líneas, es el único torneo en el que todavía se escuchan los 'out' a ... viva voz, el único grande que defiende la labor del ojo humano frente al de las cámaras, el que todavía permite discusiones entre jugadores y jueces de silla. Quizá no sea por mucho tiempo, toda vez que todos los torneos bajo la circunscripción de la ATP lo tienen instalado y que el Abierto de Australia lo instaló en 2021, el US Open en 2022 y hasta el tradicional Wimbledon lo estrenará este curso. No hay discusión de la idoneidad del sistema electrónico de línea ELC (Electronic Line Calling) en pista dura, donde el ojo de humano presentaba problemas para visualizar los cada vez más potentes y rápidos golpes, pero defiende París que en tierra batida la situación es distinta, que los jugadores no han exigido el cambio, que la pelota deja marca, que la huella es suficiente para decidir el punto.
«Queremos mantener los árbitros el tiempo que podamos. Somos el país que cuenta con los mejores del circuito. Somos una referencia y queremos conservarla», explicaba su reticencia Gilles Moretton, presidente de la Federación Francesa de Tenis. «Si el día de mañana los tenistas por unanimidad vienen a decirnos que no juegan si no está la máquina, el torneo tendría que aprobarlo. Pero por ahora no es así en la tierra batida».
Mientras, los jugadores no se ponen de acuerdo porque tampoco hay consenso en qué sistema es mejor aquí. «Las dos opciones son buenas, pero en tierra prefiero que haya jueces porque se puede valorar el bote de la bola, dialogar con el árbitro», apunta Carlos Alcaraz. «Eso es lo que hace especial, que siempre puedes revisar los golpes y los botes. El sistema electrónico es el futuro, pero a mí no me importa jugar en arcilla con el juicio humano en lugar de un robot», secunda Tsitsipas. Y también Artur Fils: «Creo que estamos perdiendo el encanto del tenis. Con los jueces de línea había más vida en la pista. En rápida no es tan malo, pero en tierra batida, la verdad, prefiero tener la opinión del árbitro y ver la marca. A veces, las máquinas también pueden cometer errores».
Al otro lado, Novak Djokovic: «Los jueces son parte de nuestra cultura y nuestra tradición. Es difícil hacer cambios y no quieres darle todo a la tecnología. Pero si tengo que escoger, me inclino más por la tecnología. Es más preciso, más eficiente, más eficaz, ahorra tiempo, y hay menos gente en la pista». A su lado, Coco Gauff -«Si tenemos la tecnología, deberíamos usarla»-, y Casper Ruud: «El sistema funciona muy bien. En una decisión humana, hay discusiones, pero el margen de error con la tecnología es menor. Algunas marcas que son muy ajustadas, y es difícil para nosotros, que estamos acostumbrados, decir si ha tocado o no la línea en tierra. En esos momentos es un poco de adivinanza por parte de los jueces. Por eso es mejor tener un sistema que te diga si ha entrado o no. Aunque también ha habido alguna decisión controvertida».
El motivo de esta última frase es que en tierra batida no siempre la marca es legible, precisa, exacta, entendible. Es una superficie en constante movimiento: por el efecto, por la cantidad de tierra que hay, por la altitud de la línea con respecto a la arena, por el aire que haya. Y deja marcas que pueden ser ilusorias, como defiende Nili: «Un mismo golpe puede dejar diferentes marcas según las condiciones de la superficie, como la humedad, la densidad del suelo y cuándo se barrió por última vez. Se realizaron pruebas y hubo diferencias entre el punto de contacto real de la pelota y la marca dejada en la superficie, pues el impacto inicial puede no generar suficiente presión sobre la superficie para crear una marca visible».
El ojo humano ve una cosa, que se puede discutir; el ojo artificial ve otra, que se supone más fiable, que no se puede rebatir. En medio, las huellas, las dudas, las polémicas, el debate. El sistema resbala, según los tenistas, en la arena, superficie cambiante en la que suceden las incongruencias entre lo que el cerebro registra y lo que indica la tecnología. Imágenes que suelen ser irreconciliables.
El sistema ha evolucionado y perfeccionado. Si el pionero 'ojo de halcón' recogía unas pocas imágenes y hacía una estimación de la trayectoria (con el suspense que eso permitía, como aquella victoria en diferido de Roger Federer en el Abierto de Australia 2017), el 'Electronic Line Calling' son 16 cámaras que recogen miles de fotogramas donde quedan registrados los movimientos y ángulos de la pelota. Un programa los analiza y un equipo de supervisores humanos comprueba y verifica los datos y que los parámetros y algoritmos sean los correctos.
En la enorme cantidad de imágenes es donde surge la discrepancia. Estos 'jueces virtuales', impertérritos ante las posibles discusiones, registran con exactitud milimétrica el vuelo y la caída de la pelota, sin atender a réplicas ni especificaciones de la pista, del ángulo, de la huella que deja la pelota o de la cantidad de tierra que se acumula por los lados; los factores que hacen confundir al cerebro humano, que cree lo que el ojo le dice que crea.
Ha habido ejemplos en este Roland Garros. Como ese saque de Djokovic en su partido ante Zverev que el juez señaló como fuera, pero que la imagen que mostró el sistema en los marcadores -un ojo de halcón solo para espectadores y televisión, sin utilidad práctica en el partido- marcó en la línea. También Qinwen Zheng discutió una huella que la jueza Paula Vieira Souza vio dentro, y punto para Sabalenka, pero que registró el sistema como fuera. La propia bielorrusa admitió: «Sinceramente, estoy muy confundida, no sé que sistema es mejor. Tuve un problema con el árbitro en Stuttgart -sin tecnología-, y también hubo decisiones complicadas con el sistema electrónico en Roma. Así que, de verdad, no sé qué prefiero». Así, surge el choque entre lo que vieron Djokovic y Zheng y lo que analizó el cerebro artificial.
Dudas y discrepancias que dejó claras Zverev en Madrid, móvil en mano para inmortalizar un bote que el sistema dio por bueno y que él vio fuera por mucho, y luego expuso al debate abierto en las redes sociales: «Soy partidario de la tecnología y creo que es fiable; pero hubo un defecto en el sistema en ese instante. La pelota estaba fuera y no por milímetros -lo que el sistema tiene como margen de error-; esto eran cuatro o cinco centímetros». Ni siquiera pudo hacer que el juez de silla bajara a comprobar porque los tenistas no tienen esa opción desde que llegó la tecnología. «El sistema electrónico declaró 'dentro' la pelota en cuestión por una precisión de un milímetro. Examinamos varios ángulos y quedó claro que no estaba varios centímetros fuera», justificó sobre esa polémica Ali Nili, director de administración de árbitros de la ATP, que aportó datos para intentar convencer a los más reacios: hasta el torneo de Roma, se registraron 300.000 botes y solo hubo 76 casos de discrepancia; en 2024, para los mismos seis torneos pero con jueces de línea, hubo 1.500 revisiones de marca, con sus consiguientes disputas. «Con el sistema se reducen las interrupciones y aumenta el nivel de precisión y consistencia», justifica Nili. Pero no convence a todos. Por ahora y hasta nuevo aviso, Roland Garros ve la marca clara, la Chatrier no dejará la huella.
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