Nadal, patrimonio nacional de París: de reinar en Roland Garros al homenaje Olímpico
Lo vaticinó Nicolás Almagro: «Va a ganar Roland Garros cuarenta años seguidos. Tendrá 65 años y lo seguirá ganando». No llegó a tanto, pero como si lo fuera
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Iniciar sesiónY de repente,Rafael Nadal recoge la antorcha olímpica. De manos de Zinedine Zidane. Y el público en la ribera del Sena despliega su cariño con un aplauso larguísimo. Es la sorpresa de la fiesta inaugural de París 2024. Es el homenaje de ... París, de Francia, a un deportista que les ha quitado tanto como les ha dado. El tributo se alarga porque pasea el balear por Trocadero y se sube a la barca con Serena Williams, Nadia Comaneci y Carl Lewis, pero es él quien entrega el emblema, es él quien se lleva la mayor de las ovaciones. Nadal, en París, es patrimonio nacional.
Es también Nadal quien recibe al espectador en Roland Garros. Imponente su estatua a la entrada, recogida en tres metros por dos de metal y 800 kilos su potencia. Imponente e inigualable ha sido su desempeño en esa pista que recuerda en sus paredes que la victoria es para el más tenaz y es el balear el exponente mayúsculo de ese ejercicio. Aquí, en su Roland Garros, porque así se respira cuando ha dibujado sus catorce Copas de los Mosqueteros, pero también cuando no ha podido participar, estableció un idilio mágico que se expresa menos con palabras que con ese terremoto emocional que se produce cuando hace su entrada, en esa tierra batida que tiembla con los aplausos, los vítores, y cuando sacude la pelota y deja su huella en el albero. Como parte de su liturgia, otra tradición que se convirtió en ordinaria de tan extraordinaria que fue: su presentación ante los aficionados, con esos más de dos minutos de «campeón en 2005, 2006, 2007, 2008, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2017, 2018, 2019, 2020, 2022» que se quedan a medias porque lo que retumba por encima son los sentimientos de una grada que comenzó siendo hostil, pero que pronto acabó por rendirse a la evidencia: Nadal es Roland Garros.
Por aquí desfiló diecinueve ediciones, desde 2005. Maravilló primero con esa furia encendida, melena indomable, bíceps hiperdesarrollados, derroche físico y pantalones piratas con los que desafiaba al tenis anterior; despertó la curiosidad y la euforia conforme ganaba años y títulos; ilusionó después con cada entrega; confió el personal en que nunca se acabara su racha; se sintió como un dolor físico que en 2024 se presenciara su última actuación. Esa que tuvo dos partes: en el Roland Garros de siempre, contra Alexander Zverev; en el Roland Garros olímpico, contra Novak Djokovic. Pocos homenajes y tributos mejores que despedirse contra el serbio, aunque se considerara como un último regalo de consolación el dobles con Alcaraz.
Ha sido un idilio sin parangón, único, exclusivo, pero no exento de dificultades en sus primeros pasos. Aquí sufrió Nadal los más directos reproches de una grada que lo repudió con la misma intensidad con la que lo amó después. Ahí queda el recuerdo del partido de tercera ronda de 2005 contra Gasquet y el de Grosjean en octavos: silbidos, malos gestos, un chaparrón que el balear aguantó con entereza, centrado en cada punto, hasta ganar el partido, todos los partidos, y el corazón de la Chatrier.
Lo vaticinó Nicolás Almagro: «Va a ganar Roland Garros cuarenta años seguidos. Tendrá 65 años y lo seguirá ganando». No llegó a tanto, pero como si lo fuera. Porque nadie ha ganado tanto en un mismo torneo. Catorce mordiscos, catorce dentelladas a la historia del tenis; 112 victorias y solo cuatro derrotas, solo cuatro derrotas, con tres nombres propios: Robin Soderling (octavos de 2009), Novak Djokovic (cuartos de 2015 y semifinales de 2021) y Alexander Zverev (primera ronda de 2024). Triunfó en varias ediciones sin perder ni un solo set (2008, 2010, 2018 y 2020). Logró 23 sets por 6-0; tres de ellos en finales: uno de ellos, a Casper Ruud (6-3, 6-3 y 6-0) en 2022, el último mordisco; otro, a Novak Djokovic, en 2020 (6-0, 6-2 y 7-5); y otro más, a Roger Federer, en la lucha por el título en París más apabullante de las que ha disputado (6-1, 6-3 y 6-0 en 2008). Solo concedió tres partidos a cinco sets: en primera ronda de 2011 ante John Isner (6-4, 6-7 (2), 6-7 (2), 6-2 y 6-4), contra Novak Djokovic en la semifinal de 2013 (6-4, 3-6, 6-1, 6-7 (3) y 9-7) y contra Felix Auger-Aliassime en los octavos de 2022 (3-6, 6-3, 6-2, 3-6 y 6-3).
Son datos, solo datos, y solo de Roland Garros, pero que sí perfilan lo que ha sido Nadal. Impuso un legado inigualable en la tierra batida, la superficie que más exige al físico, y, por tanto, a la cabeza. Partidos largos, ángulos muy abiertos, mucho tiempo para pensar y reaccionar, mucho espacio para correr. Donde se necesita músculo y fondo para aguantar, pero gana la cabeza y la forma de elegir y crear el golpe, el momento, el ataque, la estrategia. No es una superficie para todo el mundo; aquí sufren Medvedev y Sharapova, nunca ganaron Pete Sampras ni John McEnroe ni Jimmy Connors. Aquí brilló Nadal, dominador absoluto de la arcilla por paciencia, por creatividad, por liftados, por piernas, por táctica, por ser Nadal.
La primavera encendía al balear: catorce Roland Garros, sí, pero también once títulos en Montecarlo, doce en el Conde de Godó, diez en Roma, cinco en Madrid… 484 triunfos, 51 derrotas. Solo por comparar: 518-150 en pista dura, 76-20 en hierba. La tierra, el oasis, su dominio, su reinado. Pero no se quedó ahí. En Roland Garros sí se quedó, para siempre su estatua, sus huellas, su legado. Como la Torre Eiffel, patrimonio nacional.
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