Tenis
Djokovic y París, prueba de fuego contra el tiempo
El serbio intentará resurgir en Roland Garros tras vivir el complejo proceso de asumir que el nivel interno, por físico o motivación, no llega al que se exige fuera, y por el que pasaron Federer y Nadal
Alcaraz es el mayor castigo de Sinner

Se espera siempre al mejor Novak Djokovic, al que sorprenda con un resurgir de los suyos, impulsado por la energía de los Grand Slams, y que pueda añadir otro rugido en la Philippe Chatrier a su carrera. Aunque, por ahora, el serbio vive una ... nueva aventura: un terreno desconocido en el que quedan demasiado lejos las finales porque las arenas movedizas empiezan en el primer o segundo partido. Nunca había acumulado tantos estrenos fallidos. Acepta el paso del tiempo, el círculo de la vida, pero no deja de ser otro síntoma de un adiós cercano.
«Es una realidad bastante nueva para mí: pensar en ganar uno o dos partidos, ya no en las rondas finales, una sensación completamente diferente a la que tuve en más de 20 años de carrera y que no había vivido nunca. Así que es un reto mental afrontar estas salidas tempranas», explicaba el serbio tras perder en Madrid, 24 Grand Slams a sus espaldas, pero cariacontecido como si no hubiera ganado nada. Persigue el título 100 desde que secara la cuenta ATP en la Copa de Maestros 2023 y se rozara el centenario con el oro en París. En este 2025: semifinales en Australia y lesión, y final en Miami; estrenos fallidos en Doha (Berrettini), Indian Wells (Van de Zandschulp), Montecarlo (Tabilo) y Madrid (Arnaldi); baja en Roma, que no se perdía desde 2007, y apuntado desde hoy al ATP 250 de Ginebra para coger rodaje, sumar algún partido más, algún triunfo más, para no llegar con solo dos duelos en tierra, dos derrotas, a París.
Hay poca memoria y el deporte pasa a toda velocidad. Los jóvenes lo han visto conquistarlo todo, y lo valoran como algo extraordinario, pero ahora les toca a ellos, y no piden turno, lo cogen sin respeto ni miedo. Por cronología, sufre ahora Djokovic lo que hace unos años padeció Roger Federer; y también lo que experimentaría Rafael Nadal después.
Con 1.251 victorias en 1.526 partidos como profesional, el currículo del suizo finalizó con una derrota contra Hubert Hurkacz en cuartos de Wimbledon. Un 6-3, 7-6 (4) y 6-0 con el que se llevó la despedida de la Catedral, que lo acompañó a la salida con una ovación de varios minutos, intuyendo pero sin querer creerse que fue la última actuación del genio suizo, un 'rosco'. En su despedida oficial, unos meses más tarde en la Laver Cup, también su palmarés quedó marcado por una derrota, en dobles, con Nadal a su lado. «En los últimos tres años se me han presentado grandes desafíos en forma de lesiones y cirugías. He trabajado mucho para regresar de una forma competitiva. Pero también sé que hay límites y capacidades de mi cuerpo, y su mensaje en los últimos tiempos ha sido claro», asumía en su adiós.
Hasta llegar ahí, y con la lesión en la rodilla que le acortó el último tramo, Federer también había entrado en esa nueva realidad de la que hablaba Djokovic en la Caja Mágica: derrota en segunda ronda en Doha, en el estreno en Génova, retirado en octavos de Roland Garros, en primera ronda en Halle, y el adiós en Wimbledon. Casi de un día para otro, la cabeza quería y sabía más, pero el cuerpo se negó a ir de la mano.
Es historia del deporte ese banquillo en el que Federer y Nadal comparten lágrimas ante 20.000 espectadores. Quizá se veía el balear cercano a la posición del suizo, porque el balear ve, dentro de sí mismo, que también él se acerca a ese momento. Estaba lesionado en ese homenaje a Federer, pero alargaría el esfuerzo un poco más, aunque la agonía del dolor también se multiplicó. El cuerpo expresándose a gritos.
Entre el querer y el poder
Nadal había pasado ese 2022 como si cumpliera 25 en lugar de 35, con títulos inimaginables en Australia –remontó dos sets a Medvedev– y en París –con un pie dormido–, pero en semifinales de Wimbledon, el cuerpo pasó la cuenta, y era cara. Hubo pequeñas apariciones, sin continuidad, sin pasar del estreno en Cincinnati y París, y en octavos del US Open. Se volcó en llegar a 2023, pero el resumen fue una victoria y tres derrotas, casi cuatro, porque el físico lo venció a lo grande: fin de curso en enero. Para 2024, preparó el último esprint con determinación, pasión y garra, cualidades de quien no conoce otra hoja de ruta ni puede deshacerse de su ADN. Pero el cuerpo fue más terco, y otra lesión en Brisbane destrozó el plan del año, que deslizó sería el último.
Se entregó a la tierra con más orgullo que chasis, y atrapó una segunda ronda en Barcelona, octavos en Madrid, otra segunda ronda en Roma, un estreno fallido contra Zverev en Roland Garros, y una final en Bastad, en un ejercicio de humildad y motivación, como esta semana hace Djokovic, para ganar kilómetros con vistas a los Juegos. Pero fue precisamente el serbio un límite excesivo para sus aspiraciones olímpicas.
Como Federer, y a pesar de 1.080 triunfos, también saldó con derrota su última incursión en el tenis, la 228. En la Copa Davis, contra Botic van de Zandschulp, a quien habría batido en cualquier otra circunstancia. Pero no en esa nueva realidad en la que se vio envuelto en sus últimos tiempos. Ese 6-4 y 6-4 en Málaga ante el neerlandés nada dice de la magnífica carrera del balear, pero sí de que la mejor mentalidad del deporte había sucumbido a los fantasmas del querer y no poder, atrapado en un tenis igual pero distinto, y en las arenas movedizas de las primeras rondas cuando se sabe que hay tantísimo aún en los depósitos de hambre, ambición, ilusión y recursos para cotas mucho más altas.
Así lo explica Carlos Moyà: «Es algo completamente humano. Se le han ido los rivales y tras ganar el oro puede sentir un vacío. Y los jóvenes tienen unas facultades físicas tremendas. A Nadal lo pararon las lesiones, porque seguía teniendo las ganas y la motivación de seguir siendo competitivo».
El tenis sigue a pesar de todo y de todos, también de las leyendas. Los veinteañeros aplauden lo que han visto, pero se niegan a seguir siendo espectadores y acechan a Djokovic, perseguido por el tic, tac. Pero Moyà advierte: «A los grandes nunca hay que descartarlos». 99 títulos y 1136 triunfos lo avalan, también tenis y gen competitivo rugir en Roland Garros, pero el serbio es cauteloso: «Quiero ser optimista, sé de lo que soy capaz; pero las cosas son diferentes con mis golpes, mi cuerpo, mi movimiento. En los Grand Slams me gustaría dar lo mejor de mí. A París no llego como favorito. Quizás eso ayude. No sé. Veremos».
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete