Tenis
La corona de espinas del campeón Nadal
Espalda, muñeca, rodillas o el pie, la mejor victoria del balear es continuar a pesar de las cicatrices
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Son 1.058 victorias en su carrera profesional, pero sobresaldrá siempre una por encima de todas las demás. Esa que no se ve ni se intuye siquiera. Ha hablado del pie, de los tratamientos;pero es solo la superficie de toda la cara oculta de ... sus mordiscos. Esa que solo él, frente al espejo, sabrá analizar y ponderar con detalle. Es la victoria contra el dolor. Tan traicionero, impertinente, intermitente y desmoralizante. Se ha coronado Rafa Nadal en este convivir con el dolor que le impide incluso tener un día a día normal, pero que ha forjado también la leyenda que es: caer, sufrir, levantarse, caer, sufrir más, levantarse más. Catorce Roland Garros , 22 Grand Slams, el doble de cicatrices.
La primera sonrisa en París, en 2005, escondía también la primera herida, la más larga, la más profunda: el pie. Porque desde que comenzara su carrera, ha sobrevolado la incertidumbre de la fecha de caducidad por una lesión que comenzó como una fractura por estrés en Estoril en 2004, y continúa como una sentencia: el escafoides roto, la necrosis, el síndrome Muller-Weiss, incurable , crónica, sin solución. La carrera sería corta.
No solo el pie ha marcado la vida y la carrera de Nadal . Desde aquel primer título en Sopot en 2004, hubo plantillas, médicos, tratamientos para que el pie pudiera seguir un año más, solo un año más. Y así hasta los 36; así, hasta los 92 títulos; al menos siempre uno por año durante 17 temporadas; 22 Grand Slams, 1.270 partidos. La eternidad y un poco más.
Y más cicatrices. En todas las partes del cuerpo, en todos los meses, en todos los años: el hombro y el brazo izquierdos, el tobillo, el abdomen, apendicitis… pero otras tuvieron mucha más carga de dolor, de incapacitación, de incertidumbre.
La inestabilidad del pie obligó a un cambio de posiciones sobre la pista. Reeducar el cuerpo a estabilizarse de otra manera. Las primeras que sufrieron, las rodillas. Inolvidable la imagen del balear con vendas en las articulaciones de las que no pudo liberarse hasta bien entrado 2010 por aquel síndrome de Hoffa que lo machacó . Hubo tendinitis crónica en ambas rodillas, rotura del tendón rotuliano de la pierna izquierda en 2012, que lo dejó fuera de Wimbledon, de su sueño de ser abanderado en los Juegos de Londres 2012 y del resto del curso, hasta febrero. Y aún hubo otra recaída más en 2018, con baja en las semifinales del US Open ante Juan Martín del Potro.
Sufrió la muñeca , la de juego y la otra. Con una desinserción de la vaina del cubital de la muñeca derecha en 2014 que lo alejó del circuito tres meses, desde junio hasta septiembre; inflamación de la izquierda en la 2016, adiós a Roland Garros en segunda ronda. ¿Hubiera aguantado para jugar? Sí. ¿Para ganar? No, pero llegó a tiempo para los Juegos de Río.
El Abierto de Australia de 2018 también se acabó antes de hora, en cuartos contra Marin Cilic. El d esgarro muscular del psoas-ilíaco aparcó el tenis hasta abril ese mismo año, y otra lesión abdominal lo llevó a parar a final de curso. Aprovechó para operarse del tobillo derecho para limpiar una zona que le provocaba molestias.
Diecisiete años después, como un círculo que comienza a cerrarse, como una confirmación de que la sentencia se cumplirá, el pie amenazó de nuevo, y desde hace ya un tiempo, su continuidad en la máxima exigencia. En 2021 fue apeado en las semifinales de Roland Garros, por Novak Djokovic en las semifinales. A partir de ahí, otra vez sin Juegos en Tokio 2020, dos partidos anecdóticos en Washington y la enfermería: tratamientos más agresivos y muletas sin la esperanza de que fuera una solución definitiva. «No la hay».
En 2022, otro brillo tras la oscuridad, en Australia, más esperanzas: habría más y mejor Nadal. Encadenó 21 victorias: «Hace un mes no sabía si podría jugar a alto nivel, pero ahora estoy lleno de energía». Pero se cruzó una costilla fisurada, otro freno . Y en primavera, a la espera de florecer, las muecas de sufrimiento, la cojera, las manos enterrando el rostro. «Juego porque me hace feliz, pero el dolor me quita esa felicidad», «Puede ser mi último Roland Garros», «No va a estar olvidada por el resto de mi vida». La sentencia de 2005 y la del tiempo descuentan los minutos de Nadal en pista. Aunque es Nadal, del que no se puede explicar nada de lo que hace. De nada vale preguntarse cuántas vitrinas más se habrían llenado si. No hay vitrina que albergue la mayor victoria de todas: seguir, a pesar de todo: «Solo queda aceptarlo y luchar».
«A Rafa si le das un poco enseguida lo coge. Lleva mucho tiempo jugando con dolor . Él conoce su situación y sabe cómo manejarla. Ahora estamos en una situación más compleja y hemos dado un paso adelante. Es increíble cómo Rafa es capaz de adaptarse a jugar en esas condiciones y poder ganar Roland Garros. Eso es algo que solo puede hacer él, Rafa. Si va en la línea positiva, su objetivo es jugar Wimbledon», dice su médico Ángel Ruiz-Cotorro.
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