Murray completa su resurrección con el título en Amberes

Laura Marta

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20/10/2019
Actualizado 21/10/2019 a las 08:42h.

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El 11 de enero de 2019, las lágrimas interrumpieron a Andy Murray en su discurso de despedida. Después de dos cursos de sufrimiento con una cadera que no le dejó ser todo lo tenista que era, anunciaba su adiós tras el torneo de Wimbledon. El 20 de octubre de 2019, Andy Murray volvió a interrumpir su discurso por otras lágrimas, de alegría y redención esta vez. Decía «hola» de nuevo con un título en sus manos, el del torneo ATP 250 de Amberes , una retirada en falso y veinte meses después del último que sostuvo, en febrero de 2017 en Dubái, cuando era número 1. «No esperaba estar en esta situación, así que solo puedo decir que estoy muy contento. Orgulloso de estar aquí después de todos estos meses tan difíciles», exclamó cuando recuperó la voz.

Había vuelto a ser tenista, y uno campeón, tras una final que bien podía haber sido la de un Grand Slam: por la calidad, la duración (dos horas y media), la incertidumbre (3-6, 6-4 y 6-4) y el rival, Stan Wawrinka . Tres «grandes» tiene cada uno, pero esta pelea por el título en un torneo menor, 250 en Amberes, es el mayor hito que los dos han podido alcanzar en los dos últimos años. Ambos comparten un par de temporadas aciagas en cuanto a lesiones, irreconocibles en el ranking pues el suizo es 18 del mundo –llegó a ser número 3 en 2016 y a estar el 263 en junio de 2018–, tras dos operaciones de rodilla, y el escocés está en el puesto 243.

Wawrinka celebró su último entorchado en mayo de 2017, en Ginebra. Murray disputaba ayer su primera final del circuito ATP desde aquella de febrero de 2017. De ahí las lágrimas que ni siquiera la toalla pudo absorber . «Es increíble estar de vuelta y poder jugar contra Stan en esta final. Tengo que dar las gracias a mi familia por el empuje y los ánimos para llegar hasta aquí».

Extraordinaria su proeza si echa la vista atrás y recuerda que hace veinte meses el dolor de la cadera maniataba todos sus movimientos, tanto en la pista como en su día a día. Lo intentó todo durante esos dos años, y en enero 2019 decidió que no podía forzar más ; que su vida era algo más que el tenis. Tras caer en primera ronda del Abierto de Australia contra Roberto Bautista, decidió: Wimbledon sería su adiós. Pasó por una segunda operación, tras la de 2018, en la que le implantaron una prótesis de cadera y se dedicó a cuidarse.

Sin embargo, el resultado de la intervención fue mejor de lo esperado. Poco a poco recuperó la fuerza, el hambre, el ¿por qué no regresar? Quizá se había anticipado y Wimbledon no sería el final . Ante la positiva respuesta de la cadera, se volvió a sentir tenista. Lo que siempre había sido, a pesar del dolor.

El campeón de Wimbledon 2013 y 2016 y US Open 2012 , y el único tenista masculino con dos oros olímpicos (Londres 2012 y Río 2016) tomó en primavera un primer contacto con el circuito de dobles, menos exigencia que en individuales, pero la misma adrenalina. En junio ganó con Feliciano López el título en Queen’s.

En agosto, en Cincinnati, pasada su fecha límite, probó en solitario , aunque fue en falso. Demasiado pronto, protestó la cadera. Pero en el Mallorca Open, de categoría Challenger, logró su primera victoria. Su primer ATP 500 en septiembre. Su primer Masters 1.000, en Shanghái, a principios de octubre. Pequeños pasos hacia la élite.

Y en Amberes, un 250, su séptima competición con la prótesis, su primer semifinal, su primera final, su primer título tras veinte meses y mil dudas . En un partidazo como los de antes entre el escocés y el suizo, que bien pudo ser de un Grand Slam, Murray completa su resurrección, lágrimas mediante, para alegría del tenis.

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