¿Qué pasó con... Juan Sabaté Díaz?
Antes de labrarse una prestigiosa carrera en la medicina, este ilustre médico sevillano fue capitán del Patín Claret, con el que jugó en Primera división y en División de Honor varias temporadas
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Iniciar sesiónMédico, doctor, profesor, investigador, académico y eminente radiólogo, Juan Sabaté Díaz (Camas, Sevilla, 1952) cuenta que aún lo siguen reconociendo por la calle como jugador del Patín Claret, aquella maravillosa aventura que impulsó el hockey sobre patines en la Sevilla de los setenta y los ... ochenta.
Mucho tiempo después se sigue hablando del padre Miguélez.
La figura del padre Miguélez es irrepetible. Es un hombre que se da cuenta antes que nadie de que a los chavales lo único que los puede alejar del alcohol, el tabaco y la droga es el deporte. Fue un visionario. Hace poco le han dado una calle entre Heliópolis y Los Bermejales. Fue la persona que abría la puerta del colegio para que todo el mundo hiciera deporte. Tenía una frase genial: «Formemos hombres y después, si quieren y pueden, que sean santos o sabios, pero antes tienen que ser hombres». El éxito del Patín Claret es que éramos un grupo de amigos. La misa del domingo se cambiaba en función de a qué hora jugara el equipo porque el barrio iba a verlo. En aquella época, en Sevilla, sólo había el Sevilla, el Betis y el Patín Claret.
¿Qué es lo más importantes que les enseñó?
Tenía una calidad humana tremenda y una vocación grande. Aguantaba a quince cafres todos los fines de semana. Es ahora cuando te das cuenta de verdad de la labor de ese hombre. Nos enseñó humildad, compañerismo y honradez. Y lo más importante, a ser buenas personas. Y a saber ganar y perder. Él le daba importancia a participar de un proyecto colectivo. No era jugar al hockey, era formar hombres.
¿Tenían patrocinios, ayudas?
Ninguno. Había las ayudas que buscábamos. Como éramos unos pardillos, una vez rifamos un R-5. En 1973. Se vendieron 75.000 pesetas en papeletas que vendía todo el mundo en el barrio porque todo el mundo colaboraba, pero cuando quisimos dar cuenta, el coche valía 80.000. No se puede imaginar lo que rezamos para que el coche no tocara. Y no tocó. Se quedó el dinero el club. También es verdad que nunca cobramos nada, aunque en los últimos años, en lugar de parar en una fonda en los viajes, parábamos en un hotelito. Los primeros viajes los hacíamos en los coches que llevaban las cuadrillas de los toreros, que estaban aparcados en Reyes Católicos. Luego, el padre Miguélez se inventó una marca deportiva, Lezco. Vendió muchísimo y todo fue para el Claret. Los frenos de los primeros patines eran de goma y pedíamos las gomas gastadas de las ruedas de los coches de caballos. Todo era artesanal. Aquello fue para vivirlo.
Lo del Patín Claret fue, por lo que cuenta, una especie de milagro.
Fue algo realmente excepcional por cómo se gestó. Dese cuenta que salimos de un colegio relativamente pequeño en una ciudad sin tradición de hockey y de un barrio que en aquella época solo tenía los hotelitos y los pisos residenciales. Es más, la gente del barrio, cuando se le preguntaba que qué iba a hacer por la tarde, te respondía que ir a Sevilla. Yo sigo viviendo en la casa que era de mis padres y venir hasta aquí era una locura. Y el mejor ejemplo de locura es que estamos hablando del Patín Claret cincuenta años después.
Usted, además, fue capitán del equipo.
Toda la vida. Porque era más serio y juicioso, no más bueno. He dado conferencias médicas por todo el mundo, soy académico titular, tengo cien trabajos publicados y soy el líder nacional en tesis doctorales. Y estamos hablando del Patín Claret. Eso quiere decir que aquello tuvo un significado. Todavía por la calle al menos una vez al mes me reconoce alguien por haber jugado en el equipo.
¿Hace algún deporte en la actualidad?
Llevo años jugando al golf. Hago 18 hoyos todos los días, que son once kilómetros. Me levanto a las 6.45 para empezar a las ocho.
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