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Real Madrid 2-0 Leizpig

Valverde es un martillo pilón

Champions League

El uruguayo decidió con otro gran gol; el Madrid se sobrepuso a una mala primera mitad ante el Leipzig

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Valverde celebra su gol al Leipzig AFP
Hughes

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El Leipzig pareció muy pronto más de lo que se esperaba. Un equipo convincente, ambicioso, que a la mínima que el Madrid se relajaba se le metía de lleno en su campo, como ocupándole el sillón. También estaba dentado y Nkunku, objeto de fantaseo madridista este verano, obligaba a Courtois a doblar (¡tan pronto!) el espinazo.

El Madrid tenía poca tensión y tardó casi un cuarto de hora en intentar articular algo. Los jugadores parecían desubicados, desunidos, como desconcertados por la rotación o simplemente fríos, sin la necesaria motivación. Esto lo sentía incluso el aficionado y las sensaciones ambientales no eran las de apoteosis, magia y goles sino otra cosa a la que contribuía Werner, viejo conocido, que atravesaba el Madrid como un contenedor de mantequilla con su carrera incisiva. Qué bien hace Werner esas cortes longitudinales, cómo secciona a los equipos...

El rival tenía, de repente, espesor de octavos o cuartos y lo más claro del Madrid volvía a ser Valverde de interior e incluso de nueve, pues era a él, con su envergadura de receptor, a quien tiraban los balones largos. El área era como la mesa vacía de una cita. Todo subrayaba la ausencia: el punto de penalti como dos velas matizando una luz para nadie…

El partido, ya era claro a la media hora, no estaba para ninguna exhibición. Estaba para sudarlo, para agarrarse al Leipzig a luchar en grecorromano. ¡Otra vez! ¡Pero qué duro es competir!

Nkunku llegaba cada cierto tiempo con aviesas intenciones y menos mal para el Madrid que Werner era Werner…

El Madrid estaba largo, romo y disperso y la pelota llegó a ser de ellos varios minutos. Parecía el primer tiempo de una remontada, sensación o deja vu reforzado por Werner, el del Chelsea. Con simpatía se asistía a otra de sus noches, 'Las desventuras del joven Werner': velocidad, versatilidad, peligrosidad, verticalidad y luego, como una pervertida blandura generacional, como una romántica debilidad, la esterilidad… ¡Qué simpatía se siente por ese futbolista! Todo ruido y pocas nueces.

A estas alturas, los carrillos de Carletto se llenaban de frustración. De frustración y de perplejidad. ¿Cómo puede haberla en el rostro de quien todo lo ha ganado y todo lo ha vivido? Así es el fútbol: en el mejor momento del Madrid, de repente, una incómoda (pero reconocible) sensación de gatillazo. Había que remontar, el Madrid no es el Madrid por hundirse en estos casos; no es el Madrid por sus prepotencias sino por cómo remedia las impotencias, y en los últimos minutos hubo un despertar con subidas de Rudiger al remate (que recuerdan un poco a Ramos en su talante) y algún intento, por fin, de Modric. Con esas jugadas, antes del descanso, el estadio ya sonó un poco más a Bernabéu.

La segunda parte espabiló al Madrid, sin que eso mejorara mucho al principio la relación de fuerzas. La presión era más alta, pero tenía que ser más tensa, intensa, porque el Leipzig recorría bien los espacios sueltos. El Madrid no tenía contra este equipo la sensación de superioridad física de otros partidos, y tácticamente no estaba mejor, quedaba quizás el puro fútbol, lo técnico, lo habilidoso. Y empezó Rodrygo con un largo slalom hacia el área. En ese momento culminante y lleno de necesidad, Ancelotti hizo entrar a Asensio, que de repente se tuvo que sentir importante. El Madrid, más agresivo, fue subiendo su posición. Tenía más la pelota, encontraba su ritmo, rodeaba y merodeaba el área, la frecuencia ya era reconocible.

En el 71 ya hubo un contragolpe trepidante de Valverde en el que ya vimos los dientes felices de Vinicius. El Madrid presionaba las esquinas pero atacaba en contraataques. En otra 'contra' corrieron Rodrygo y Vinicius y el primero le quitó el sitio al segundo, como si su coordinación aun no estuviera conseguida. El orden de prioridad está claro, los carriles del peligro: fue cuando Vinicius y Valverde se entendieron, uno en cada banda, cuando marcó el Madrid. Se fue Vinicius parando en seco, extremo erre que erre, extremo hasta el final, lúcido cuando todos jadean, y asistió a Valverde, que pudiendo bombardear con la derecha la colocó con la zurda. Guardó su enorme potencia para la celebración. Más alemán que los alemanes, con qué envidia lo mirarían... Sin la pareja Vini-Karim, la pareja ahora es Vinicius-Valverde. No había sido un gran partido para Vinicius, pero sumaba una asistencia. Valverde es ahora mismo el martillo pilón del Madrid.

Quedaba un cabo suelto en la noche. ¿No había entrado Asensio para ser importante? Marcó un gol extraordinario con su zurda-castigo y el público gritó su nombre. Ya está dentro de la rotación. Esto sí es gestión de egos, míster Ancelotti.

Pitó el final el árbitro y los ojos de Valverde pedían más campo, más fútbol con una intensidad nunca vista.

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