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esbozos y rasguños

Lo tiro yo

«Al final los tres puntos se le escaparon a esta versión descafeinada del Real Madrid que no pudo con un aguerrido Rayo Vallecano, encarnado en un Pacha Espino que en vez de correr por su banda parece que la estuviera arando con cien bueyes»

Un puñal en mitad del tiroteo

Sociedad Ilimitada

Javier Aznar

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El partido de Vallecas lo empató de penalti RDT, el delantero anteriormente conocido como Raúl de Tomás, tras pedirle el balón a Isi Palazón, encargado habitual de lanzar las penas máximas en el Rayo. Estas escenitas en el punto de penalti parecen más habituales de ... un tiempo a esta parte. Tal vez las hubo siempre, solo que ahora hay más cámaras. Pero lo que sí es innegable es que en ocasiones estas pugnas públicas llegan a rozar lo sonrojante. Este domingo la negociación entre Isi y RDT se resolvió con cierta diligencia, en parte por la buena predisposición del primero (algo que agradeció luego RDT delante de los micros), pero en otras situaciones se llega a enquistar el arreglo hasta convertir ese momento decisivo en una ópera bufa. El propio RDT, cuando militaba en el Espanyol, protagonizó un episodio algo rocambolesco pidiendo insistentemente el balón a Embarba y Calleri hasta terminar lanzándolo, no sin disgustos, malas caras y piques mediante («me estás molestando, hermano»). Hace poco también ocurrió en el Real Madrid. Ancelotti criticó públicamente a Rodrygo, poco habitual en el técnico italiano, por lo mismo: el brasileño, que andaba algo peleado con el gol, le quitó el penalti a Modric porque necesitaba marcar. Lo falló y de no ser por una postrera aparición de Bellingham habría podido comprometer los tres puntos a su equipo. La reprimenda de Ancelotti fue importante: «No tienen libertad para elegir al lanzador». En la goleada al Girona de la semana pasada, un Arda Güler ávido de minutos y protagonismo le pidió de manera insistente lanzar el penalti a Joselu, que no se le cedió por galones (y tal vez por evitar otro posible rapapolvo de Ancelotti). Al final uno llega a ver cosas de lo más extrañas entre compañeros con los penaltis, como aquella vez en la que un sector del Bernabéu coreó el nombre de Morata, al grito de «Morata, tíralo», cuando Benzema se disponía a lanzar (un saludo a Pablo Sobrado).

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