Esbozos y rasguños
Paseos por la Castellana
A un chico de provincia, no importa el tiempo que lleve en Madrid, siempre le seguirá impresionando el Pirulí y el Bernabéu emergiendo de sus calles. Las pequeñas grandes cosas
A veces alguien no necesita demasiadas cosas para alcanzar un estado parecido a la felicidad. Un paseo largo y con tiempo por la Castellana hasta el estadio de tu equipo, enterarte por el camino de que un jugador que te apetece ver en directo sale ... en el once titular, la temperatura adecuada para ir andando (no demasiado calor, no demasiado frío).
Que Camavinga haya renovado esa misma semana hasta 2029 (poco me parece). Llevar el último librito de Leila Guerriero, «La dificultad del fantasma», en el bolsillo de tu abrigo. Ver un anuncio bonito de Montblanc en la marquesina de la parada de autobús. Pasar por delante del edificio Castelar, mi favorito de la ciudad. Y llegar al Bernabéu. Nuevo o viejo, qué más da.
A un chico de provincia, no importa el tiempo que lleve en Madrid, siempre le seguirá impresionando el Pirulí y el Bernabéu emergiendo de sus calles. Las pequeñas grandes cosas.
Como la grandeza y mística que emanan los partidos de Champions con tan poco: una lona ya viejita siendo flameada por un grupo de niños con gorra en el centro del campo mientras suena el himno por los altavoces. Y no se necesita mucho más. Ya lo dice Miguel Milá: lo clásico es aquello que no se puede mejorar.
Tras un inicio algo calamitoso de un Lucas carente de ritmo, el Madrid estabilizó sus pulsaciones y constantes vitales y empezó a dominar el partido hasta dejar sellado el pase a octavos. Antes del descanso, Brahim ya había marcado dos goles (uno anulado) y había protagonizado varias jugadas de las que sacan aplausos de la grada. Jugadas ofensivas y defensivas, conviene aclarar, porque sin balón también sabe moverse y sacrificarse.
Sigue resultando extraño el caso del malagueño: no iba mucho con la sub-21, no acudió a los Juegos Olímpicos y a Ancelotti tampoco parece volverle loco. Esta semana en rueda de prensa el italiano dijo que no había sentenciado a Brahim. Que era un jugador «serio y trabajador». Bueno, ahí ya lo mató. Nada más terrible que tu entrenador destaque de ti como futbolista que eres «serio y trabajador». Es como cuando una chica te califica como «majete» y su madre de «buen mozo». Estás en la B. Date cuenta.
Creo que Brahim sufre el prejuicio que hay con ciertos jugadores de sus características: pequeño, habilidoso en el regate corto y voluntarioso. Enseguida alguien se apresura a ponerle la etiqueta: «es un jugador de futbito». La elección de futbito en lugar de fútbol sala lo hace aún más peyorativo. Pero tiene estilo y actitud.
Noche plácida por lo demás en el Bernabéu: Rodrygo volvió a reencontrarse con el gol en jornada europea y Vinicus pareció reconciliarse con una pequeña parte del estadio, con el acierto de cara a portería y, sobre todo, consigo mismo. Y Brahim (primer cambio de Ancelotti) salió ovacionado. A veces alguien no precisa de demasiadas cosas para alcanzar un estado parecido a la felicidad.